El éxito de un reclamo que excedió lo gremial

Primer dato irrefutable: el paro nacional fue paro y fue nacional. Eso no quedó sujeto a interpretación sino que fue la simple constatación de los hechos, la suma de imágenes a lo largo del día que registraron un país paralizado por la protesta.

Segundo dato, más de lectura política y por lo tanto sujeto a opinión: las razones de la huelga impulsada por las centrales sindicales opuestas al gobierno de Cristina abarcan más que el reclamo de los trabajadores, para mimetizarse con una agenda social mucho más amplia.

Esa termina siendo la potencia mayor y más trascendente de la medida de ayer.

Los puntos centrales de la convocatoria fueron la inflación que carga de angustia el día a día de los trabajadores y sus familias; el impuesto a las Ganancias que se come cada mes una porción creciente del salario; la inseguridad que restringe el sentido último de la libertad; los tarifazos que son parte de un ajuste que paga la sociedad pero no el Gobierno; el aumento insuficiente, irrisorio e indignante a los jubilados. Como es fácil percibir, se trata de cuestiones que exceden la lógica y la necesidad puramente gremiales.

A ese rubro se le puede cargar, en cambio, el reclamo por el dinero adeudado a las obras sociales. Los jefes sindicales tuvieron la prudencia de disimularlo un poco, poniéndolo en el último lugar de la lista.

El Gobierno encontró maneras ingeniosas, más o menos efectivas, de chicanear políticamente al paro, a sus convocantes y a los eventuales beneficiarios de su éxito. El discurso oficial buscó convertir a los numerosos piquetes de la izquierda y a Luis Barrionuevo en actores centrales de la jornada, para desenfocar a Moyano y compañía.

Pero lo que no encontró el Gobierno antes, ni encontró ayer, fueron razones y hechos para refutar la agenda de reclamos planteada.

Para la inflación, la inseguridad y el ajuste no hubo ni hay respuesta.

Todo empieza y termina en la chicana, versión defensiva del relato, ejecutada por un Gobierno a la defensiva.

Sucede que la administración de Cristina y su proyecto político perdieron el control de la agenda desde las derrotas electorales de agosto y octubre pasados.

Actúa tarde y por reflejo. Las iniciativas le son impuestas por la realidad o por sus adversarios políticos y sociales, más allá de los discursos altisonantes.

En esa línea se inscribe el análisis que ya ordenó la Presidenta sobre la posibilidad de disminuir la carga del impuesto a las Ganancias sobre los salarios, uno de los reclamos convocantes del paro de ayer. El ministro Carlos Tomada, el jefe de la AFIP Ricardo Echegaray y el ascendente titular de la ANSeS, Diego Bossio, son algunos de los funcionarios involucrados en el asunto. Así, a los tirones, se trata de dar cierto orden y sustento a una larguísima transición.

También se ratificó ayer que el Gobierno perdió el control de la calle.

Tiempo atrás, las expresiones de protesta contra el kirchnerismo tenían, siempre, una refutación robusta y visible de parte de las organizaciones del oficialismo. A los “pibes para la liberación”, conmovedora legión de jóvenes militantes cristinistas, ahora se los convoca para llenar los patios interiores de la Casa Rosada o los salones de actos oficiales. Es un hecho.

Otra cuestión muy distinta es predecir el futuro de las protestas contra las políticas del Gobierno. Es difícil asegurar que seguirá la unidad en la acción de las centrales sindicales que comandan Hugo Moyano, Pablo Micheli y Luis Barrionuevo, a las que se sumó con fuerza la Federación Agraria que lidera Eduardo Buzzi. Esa dificultad para delinear el futuro está incluso más allá de las notorias diferencias de método, ideología y práctica personal entre todos ellos. Es que faltan pocos meses para el inicio del año electoral, cuyo comienzo algunos sitúan apenas después del Mundial de Fútbol que concluye en julio. Y en ese juego político, obligadamente, los actores que estuvieron juntos ayer se dispersarán mañana.

Esto, sin contar al desteñido gremialismo de la CGT Balcarce que de tan oficialista que es apareció rechazando el paro en una solicitada del Ministerio de Trabajo. Aunque su jefe, el metalúrgico Antonio Caló que será oficialista pero no mastica vidrio, admitió anoche el éxito de la huelga que hicieron otros.

Hacia el interior del corpus gremial que se articuló para impulsar el paro nacional de ayer hay corrientes que llaman a sostener y hacer más profundo un plan de lucha. Allí estarían Barrionuevo y quienes lo secundan. Otros, en cambio, con Moyano a la cabeza, preferirían andar a paso más prudente y ver cómo se articulan con los candidatos peronistas.

Son dos maneras de pararse ante el diseño de un futuro sin Cristina, en el que todos ellos se ven protagonistas, o al menos desean serlo con notoria intensidad. Mucho de eso exudó la conferencia de prensa triunfadora de ayer por la tarde en la CGT. Habrá que ver si ese sindicalismo envalentonado y avasallante, dispuesto a cobrarse los derechos que otorga la victoria, es el ideal con que sueñan Sergio Massa o Daniel Scioli para sus ingenierías presidenciales. Parece muy poco probable y hay allí un horizonte de fricción inevitable.

También habrá fricción entre las dirigencias gremiales y la izquierda, un fenómeno que sigue creciendo y desafía desde sectores de base la tradicional hegemonía del sindicalismo peronista.

Las decenas de piquetes plantados ayer en todo el país contribuyeron al éxito de una medida que ya era existosa. Como esto es política, los dirigentes de la CGT minimizaron el peso de esos agresivos cortes de calles y rutas; y los caciques de la izquierda consideraron en cambio que fueron decisivos para la extensión y profundidad del paro.

Pero también los piquetes alimentaron de modo sustancial el discurso del Gobierno. Se los amplificó buscando mostrarlos, junto a Barrionuevo, casi como la única cara de la protesta. La cadena multimediática por la que Cristina paga fortunas se ocupó muy especialmente de hacer ese trabajo.

El Gobierno, con poco éxito, intentó así aislar al paro sindical de los sectores de clase media que comparten buena parte de las demandas que lo impulsaron.

También por eso fueron urgentes las maniobras de condena al método del piquete hechas por Massa y por Mauricio Macri. Y hasta Facundo Moyano, el hijo del caudillo camionero que habla mucho con Massa, se sumó a ese despegue.

Pero al margen de juegos ajenos, la izquierda sindical y política hizo su negocio. Por la razón que sea tuvo visibilidad como nunca antes en un paro general.

Fueron más visibles, si se quiere, que la fuerza que hoy representan en el universo social. Pero están allí, consolidaron su espacio y lo están haciendo crecer. Todos los demás actores, y en especial el Gobierno, se conducen de un modo tal que contribuyen con entusiasmo a ese firme desarrollo izquierdista.

Según un curtido dirigente que forma fila en el oficialismo pero tiene vasos comunicantes muy fluidos con el peronismo opositor, la conclusión de la jornada es que la vieja guardia sindical demostró que contra ellos, o incluso sin ellos, es difícil ganar una elección y mucho más difícil sería gobernar.

Esa película ya la vimos. Pero si fuera así, estaríamos ante otro de los grandes éxitos de la década relatada.

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