El fetichismo “vallar”

Por José Obdulio Gaviria

Usted piensa comenzar una campaña publicitaria de dos meses para introducir en el mercado de Medellín un nuevo detergente. El publicista le ha asegurado que el medio más efectivo para popularizarlo será instalar vallas en los sitios más concurridos y de mayor visibilidad. Su estratega escogió 450 puntos: avenidas, parques, cruces de vías y uno que otro edifico notable. 

Usted está optimista: en dos meses, su marca será la más reconocida en Medellín y las ventas estarán aseguradas.
Cuando su gerente va ante la autoridad municipal para tramitar permisos, encuentra una primera sorpresa: otras quince empresas van a lanzar nuevos detergentes  en los próximos dos meses a través de vallas.

La autoridad decide que todos tendrán el mismo derecho, y, para no inundar la ciudad con miles de vallas, pone un límite a cada empresa: treinta vallas para cada una.

Usted está frustrado. Sabe que su plan de invadir todo el territorio en un mismo momento y con un solo producto era efectivo. Pero ahora habrá una competencia infernal que diluirá el recuerdo de su producto en el recuerdo de otras quince marcas.

Usted decide seguir adelante, pero lo reciben con otra mala noticia: sus treinta vallas no serán para un solo producto sino para otros veintidós de su propia marca (17 candidatos a la Cámara y cinco al Senado).

Esa es la realidad de las vallas de publicidad política. Cada partido (son quince reconocidos por el CNE) pudo poner 30 vallas en Medellín, ¡y las puso! Y cada una vale en promedio siete millones de pesos mensuales (sin incluir las artes gráficas).

Las vallas en dosis de invasión (450 al mismo tiempo en un territorio pequeño) sirven para popularizar un nombre comercial. Las vallas aisladas (dos o tres) para anunciar un solo producto que ya es popular (el concierto de Madonna, por ejemplo) son simple orientación para los que van a ir de todos modos (les dice sitio, hora, precio, etcétera). Pero tres vallas en Medellín de una persona relativamente desconocida, no le dicen nada a nadie (máxime si a ese nombre y figura se le agregan otros datos complejos: nombre del partido político, logotipo, corporación pública a la que aspira llegar, número en el tarjetón, slogan o consignas, información sobre hoja de vida… Algunos empeoran la situación incluyendo a su fórmula para el senado o la cámara.

¿Por qué, entonces, las instalan? Porque son un instrumento de autoafirmación, tanto del candidato como de su equipo de trabajo. La fotos en las vallas parecen gritar, ¡mírenme, estoy aquí!; son un intento desesperado de luchar contra el anonimato.

Soy Senador de la República y estaba preparado para una campaña de reelección en lista cerrada, es decir, para una campaña que no necesita publicidad individual. Me opuse a que nuestro partido (el CD, el de Uribe) abriera la lista. Afirmo que el sistema de circunscripción nacional y lista abierta es la “madre de todos los vicios” de la actual política colombiana.

Perdí el pulso y la lista se abrió. Pero no caí en la trampa de los “vallaristas”, sino que los contraataqué. Diseñé con amigos ingeniosos una valla de confrontación con las Farc. En ella aparecen Timochenko y sus compadres a un lado y yo me instalo al otro lado con Uribe y Duque. Una consigna invade todo el lado superior: Ellos o nosotros. Ninguna otra información distinta a la de mi número, el 60. ¡Y la pusimos a rodar! Unos la han visto como tractomula en Zipaquirá, otros como avioneta en El Rodadero, los más en avenidas de todas las ciudades. Ninguna existe “en el plano físico” (con excepción de las que han puesto espontáneos y voluntarios según comentan los medios de comunicación). Están solo en el mundo virtual que es el nuevo mundo real. Me he dado el lujo de ser el candidato que más vallas tiene, sin caer en la trampa de las vallas ni en la violación de topes de financiación ni en la tentación de hacer el ridículo.

 

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar