El gran neumólogo

Han de saber que me alcanza el magín para identificar ciertas especialidades médicas y sé para qué sirven neumólogos, oncólogos, cardiólogos y podólogos.

Recuerdo que este miércoles santo el doctor Santos, presidente de la República, compareció en algún noticiero de televisión del medio día para impartir parte médico sobre la salud de Gabriel García Márquez, cuyos términos fueron tan esperanzadores que al menos yo creí que habría Gabo para rato y para prueba esa noche dormí a pierna suelta.

Según el gran neumólogo y oncólogo de la Casa de Nariño, las dolencias del Nobel nada tenían que ver con el cáncer linfático que padecía de atrás y que se trataba apenas de un asunto pulmonar. Pues le sucedió al doctor Santos lo que le pasa a todo aquel que opina acerca de lo que no le concierne, se metió en la podología y hundió las de caminar.

De malas porque al día siguiente falleció en Ciudad de México el celebrado novelista quien, para mí, fue perilustre pero no al punto de eclipsar al gran filólogo de la lengua castellana don Rufino José Cuervo y menos a don Miguel de Cervantes Saavedra autor de El Quijote. Ustedes podrán pensar distinto y están en su derecho.

Entonces el doctor Santos, como neumólogo y oncólogo, falló en el diagnóstico, como ha errado en la conducción de la República. Con este antecedente no me tomo una aspirina recetada por el doctor Santos, no obstante que la aspirina, dicen, sirve para casi todo.

Volviendo al tema de García Márquez tengo para contarles que fuimos tres abogados que lo salvamos del carcelazo en el régimen del Estatuto de Seguridad del presidente Turbay Ayala y el ministro de Guerra Luis Carlos Camacho Leiva y a nosotros aludió al llegar a Ciudad de México libre y sano.

La cosa fue que un coronel le contó al magistrado Heriberto Serna Botero, este al abogado Clímaco Giraldo Gómez y este a mí, los tres conservadores imagínense ustedes. No obstante que siempre he sido de derecha, militante de la Ley y el Orden, repudiaba los excesos cometidos en nombre del tal Estatuto. Por algo se hicieron famosas las caballerizas de Usaquén.

De inmediato convoqué al periodista y amigo Iader Giraldo y a García contador de la Editorial la Oveja Negra del renombrado para mal José Vicente Kataraín, para entonces editora de gran parte de la obra de quien todavía no era Nobel, a la cafetería de la Librería Nacional de la carrera séptima con calle 17 de Bogotá y le dimos el encargo de poner sobre aviso a García Márquez sobre los pasos de animal grande que iban tras de él.

García Márquez le contó al contador García que en ese momento caía en cuenta de la presencia de personal de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado adelantando trabajos de nunca acabar, destacamento bajo disfraz que en realidad lo que hacía era mantenerlo vigilado. Como pudo, García Márquez puso pies en polvorosa y tomó un avión a México donde en la práctica se avecindó, a las proximidades de su amigo Fidel Castro, individuo este que tantos daños irreparables le ha ocasionado a Colombia.

En agradecimiento García Márquez me hizo saber a través del contador García que me haría llegar todas sus obras con dedicatorias y autógrafos. Y hasta el sol de hoy, de mañana y de siempre porque ya Gabo está hecho cenizas.

Tiro al aire: bien se podría decir que el doctor Santos se volvió a caer de la bicicleta.

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