El lío no es el papel

Está claro: las Farc siguen con su galopante carrera criminal en Colombia, mientras avanzan a paso de tortuga en la mesa de Cuba. Ese es el problema, no lo que digan o dejen de decir los papeles de La Habana.

Hacen bien el presidente Juan Manuel Santos y el jefe de su delegación en La Habana, Humberto de la Calle, en divulgar el contenido de los acuerdos alcanzados con las Farc, que habían sido mantenidos en reserva para favorecer la confidencialidad en una primera etapa de la negociación. Ayudan con ello a poner en perspectiva el alcance de lo convenido, alentador en algunos aspectos, aunque hasta ahora bastante limitado.

Falta pactar sobre los temas más gruesos: las penas que pagarán –o no– los comandantes guerrilleros por sus atroces crímenes, y si podrán –o no– dedicarse a la política y hacerse elegir para el Congreso, las alcaldías y hasta la Presidencia, a pesar de un pasado tan cargado de terror, sangre y muerte.

Tampoco está definido si seguirán burlándose de las víctimas que causaron, como acaban de hacer con la exsecuestrada Clara Rojas. O si con sus multimillonarios bienes, fruto de la extorsión, el secuestro y el narcotráfico, ayudarán a indemnizar a decenas de miles de campesinos cuyas tierras robaron y a cuyas familias diezmaron a sangre y fuego, así como a miles de colombianos a quienes mantuvieron durante años en campos de concentración en la selva a la espera del pago de un rescate. No hay que olvidar –perdonar quizás, olvidar nunca– que las Farc y sus émulos, los paramilitares, son autores de los crímenes más atroces de la historia colombiana.

Algunos de los acuerdos alcanzados son bastante vagos. Dicen, por ejemplo, que el Gobierno creará un banco de tierras para repartir entre los campesinos que carecen de ellas. ¿De dónde saldrán esas tierras? ¿De dónde saldrá la plata para financiar a los nuevos propietarios para que no se mueran de hambre en esas parcelas? ¿Quién escogerá a esos campesinos? ¿Las Farc?

La lectura de los textos divulgados anima en cuanto a lo pactado, pero aterra en cuanto a lo que falta. Si para lo logrado hicieron falta dos años, ¿faltan acaso otros dos para el resto? ¿Resistirá el país dos años más de lo que vienen haciendo las Farc? Porque, así como Santos y De la Calle aciertan al divulgar estos documentos, no logran con ello resolver el verdadero embrollo, que no es otro que la cada vez más insoportable lentitud de la negociación, que un día el Presidente dijo que duraría “meses”.

El problema del proceso con las Farc no radica en lo que dicen –con su margen de tergiversación– aquellos a quienes el Gobierno califica de manera bastante olímpica como “enemigos de la paz”. Eso hace parte del necesario debate en una democracia. El lío es otro: el día a día de terror y guerra que continúa en las selvas y montañas de algunas regiones por obra de las Farc.

La Policía, avalada por el ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, ha acusado a las Farc de aliarse con la temida banda criminal del narcotráfico de los hermanos Úsuga. Juntos, dicen los análisis del Gobierno, cometieron el atroz asesinato de siete policías en Córdoba. Las Farc y los Úsuga lo niegan, pero a esos sujetos poco se les puede creer, en especial frente a tanta evidencia de este tipo de alianzas no solo en Córdoba, sino en Cauca, Nariño, Putumayo y el Catatumbo. Está claro: las Farc siguen con su galopante carrera criminal en Colombia, mientras avanzan a paso de tortuga en la mesa de Cuba. Ese es el problema, no lo que digan o dejen de decir los papeles de La Habana.

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Recomendado. Los amantes de la historia no pueden perderse la lectura de Todo llevará su nombre, la exquisita novela de Fermín Goñi sobre los últimos días de Bolívar. Desprovisto de las pasiones políticas criollas que tanto tuercen el examen de nuestra historia, el español Goñi pinta, en un óleo de matices y contrastes, los días finales del Libertador en San Pedro Alejandrino y, en cada trazo, invita a reflexionar sobre el pasado y el presente de estas tierras.

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