El narcoposconflicto

El Plan Colombia fue clave para derrotar a las Farc, pero los narcocultivos han vuelto a crecer.

Está bien que el presidente Juan Manuel Santos haya ido a Washington a celebrar los 15 años del Plan Colombia. Ha debido ahorrarse la delegación de 250 invitados en dos aviones de la Fuerza Aérea, cuya gasolina pagamos los colombianos. Pero este gobierno, que feria cientos de miles de millones de pesos en contratos para que distintas entidades y lagartos promuevan las negociaciones con las Farc, es malo en eso de la austeridad.

El motivo de la celebración es válido: las Farc no estarían sentadas en La Habana y muy cerca de firmar su desmovilización si no fuera porque el Plan Colombia ahogó sus narcofinanzas y fortaleció a la Fuerza Pública, que pudo propinarles, entre el 2002 y el 2012, una contundente derrota militar. Y que el Plan Colombia pase ahora a llamarse Paz Colombia y los Estados Unidos desembolsen nuevos aportes para esa fase, suena alentador.

Barack Obama también debe celebrar: se trata de la única estrategia exitosa de política exterior de Washington en años. Lo demás son fracasos: Irak y Afganistán, donde los terroristas siguen a sus anchas; Israel y Palestina, que están hoy más lejos que nunca de un acuerdo; Egipto, donde la democracia dio a los fundamentalistas el poder y Obama tuvo que mirar para otro lado mientras los militares daban un golpe para atajarlos; Corea del Norte, que se burla de Washington y prueba con descaro sus armas nucleares; y Cuba, donde, a pesar de los gestos, el bloqueo sigue y la democracia no aparece.

El éxito del Plan Colombia puede ser medido, entre otras cosas, por la forma dramática como los narcocultivos se redujeron durante el primer decenio del plan. De casi 150.000 hectáreas sembradas de hoja de coca en el 2001, el área se había reducido a 47.000 para el 2012, lo que frenó la producción de cocaína en los laboratorios de la selva y languideció los ingresos de las Farc.

Para el 2013, cuando ya el Gobierno negociaba en La Habana y poco a poco cedía en el terreno de la erradicación de matas de coca hasta desmontar la fumigación aérea, hubo un ligero ascenso del área sembrada a 48.000 hectáreas. Para el 2014 –el último año con números consolidados– la trepada asusta: 69.000 hectáreas sembradas.

Son cifras del Simci, el programa de la ONU al que Colombia se acoge para monitorear estas siembras. El aumento es notorio en las zonas de alta presencia de las Farc: Putumayo y Caquetá, donde en el 2014 el área creció 68 % frente al 2013; Meta y Guaviare, donde se elevó un 40 %, y Norte de Santander (Catatumbo), donde entre el 2011 y el 2014 se duplicó. Por eso, y con toda la razón, el expresidente Andrés Pastrana, quien acordó con Bill Clinton el Plan Colombia en el 2000, ha dicho que no asistimos al cumpleaños del programa sino a su entierro.

Todo el dinero producto de la disparada del negocio está en manos de los frentes más narcotraficantes de las Farc. Y en esos bolsillos se quedará, mientras con la plata de los contribuyentes el Gobierno se alista a pagar un sueldo a los excombatientes para ayudar a su desmovilización. ¡Ay, qué pena, señor ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas! Verdad que, como usted bien lo aclaró, no será un sueldo, sino “un estipendio” (“paga o remuneración que se da a alguien por algún servicio”, dice el diccionario de la Real Academia).

Pero no nos desviemos. Con los narcocultivos al alza, es muy probable que, una vez firmada la paz, comandantes y tropas de los frentes más narcos se conviertan en bandas criminales –por fortuna, sin máscara política para justificarse–, mantengan sus actividades en esas regiones e impongan su ley a sangre y fuego. Para esas regiones donde el Gobierno retrocedió buena parte del terreno ganado gracias al Plan Colombia, el posconflicto del que tanto hablamos será sobre todo un narcoposconflicto. Y en esas zonas, la paz seguirá lejana.

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