El naufragio de Santos

En este gobierno no hay ni capitán ni equipo de mando. Está frágil y a la deriva.

El barco de la administración santista se ha ido a pique de manera irremediable. Venía haciendo agua desde hace mucho tiempo, pero finalmente se encontró con el iceberg de los paros campesinos que lo hundió porque, a pesar de que estaban anunciados, el piloto de la nave nada hizo para evitarlos. Ha quedado en evidencia que en este gobierno no hay capitán ni equipo de mando. Que va a la deriva y sin timón y que cualquier tormenta lo hace hundir.

Efectivamente, la encuesta Gallup ha revelado que la opinión pública ha volteado la espalda al presidente y a su gobierno. Está harta del desgobierno, la impericia, la falta de liderazgo y de autoridad, la indolencia frente a los problemas de la gente, y de un presidente que se preocupa más de los titulares de una prensa arrodillada que de gobernar la nación. Pero según su manida costumbre de negar la realidad, así como negó la existencia del paro, ahora los áulicos del gobierno niegan la existencia de la encuesta por al vía de la descalificación, con el argumento de que fue realizada durante los días del paro. Como si una encuesta seria que tiene fechas fijas de realización desde hace 20 años tuviera que cambiar sus calendarios al vaivén de los deseos del poder. Adicionalmente, según lo aclaró su director, las tres cuartas partes de la encuesta se realizaron después del levantamiento de los bloqueos de las carreteras en el centro del país, cuando la gente tuvo la ilusión de que el paro había terminado.

Nunca antes un presidente había perdido tanta opinión en tan corto tiempo. En sólo dos meses su opinión favorable cayó a menos de la mitad de la que tenía, que ya era poca: bajó del 48 % al 21 %, o sea 27 puntos porcentuales, en 60 días. Al mismo tiempo, la opinión desfavorable aumentó en 64 %, o sea 28 puntos porcentuales, para ubicarse en el 72 %. La impopularidad de Santos no la había tenido ningún presidente antes y sólo es similar a la que tuvo Pastrana en el peor momento de los desacreditados diálogos del Caguán, unos meses antes del fin de su gobierno.

Desde hace muchos meses la opinión venía calificando muy mal la gestión del Gobierno en casi todos los aspectos, pero sobre la imagen de Santos era relativamente indulgente y salía mejor librada que su gestión. Ahora las cosas se sinceran y la gente descalifica severamente tanto a Santos como su gestión, que ha llegado a muy altos niveles de descrédito. La gran mayoría de la gente desaprueba la forma como el presidente está manejando los problemas del país, así: la corrupción, el 69 %; la economía, el 77 %; el desempleo, el 74 %; la guerrilla, el 75 %; el costo de vida, el 83 %; la inseguridad, el 84 %; la salud, el 81 %; el apoyo al campo, el 81 %. Además,en cada uno de estos campos la inmensa mayoría de los ciudadanos cree que la situación está empeorando. En general, para el 82 % de los colombianos las cosas en Colombia están empeorando, el país va para atrás. Este alto pesimismo sólo es similar al que se vivió en las épocas de Pastrana, cuando se conjugaron el Caguán y la más grave crisis económica que ha vivido el país.

A todas estas, al Gobierno no se le ocurre otra cosa que lanzar globos al aire para tratar de distraer a la opinión pública, contando con la complacencia de los grandes medios de comunicación que tiene fletados con millones de millones de pesos en publicidad. Sigue creyendo que el país se maneja con titulares de prensa, aunque si algo ha demostrado esta coyuntura es que la opinión pública no la determinan los medios de comunicación, pues mientras estos van por un lado, alabando al Gobierno, la opinión va por el otro, rechazando su negligencia.

Primero fue el cambio de gabinete, como si ante el agravamiento de todos los problemas al grueso de la opinión le importara una higa quién entra o quién sale de un gobierno tan desprestigiado. Como si a la gente le interesara que el desgobierno continuara ahora con nuevas caras. Como si el toma y daca del Gobierno con los partidos políticos que lo apoyan arrodillados, acríticos y ajenos a los problemas de la gente, trasnochara a alguien, aparte de ellos mismos.

Luego viene el sainete tramposo del referendo para avalar los acuerdos de paz. Por si acaso hay un acuerdo definitivo firmado antes de diciembre, que no lo va a haber; por si acaso las FARC aceptan el referendo, que no lo van a aceptar, y por si acaso la guerrilla entrega las armas en unos pocos meses, que tampoco lo va a hacer. Pero será el as bajo la manga para tratar de distorsionar en su favor la voluntad de los lectores en las elecciones parlamentarias de marzo, o en las presidenciales de mayo, dividiendo artificialmente al país entre los amigos y los enemigos de la paz.

Y para tener más titulares de prensa distractivos el Gobierno acelera el inicio de los diálogos con el ELN, eso sí, repitiendo todos los errores que ha cometido con las FARC: sin exigir la liberación de todos los secuestrados, en medio de las bombas y el terrorismo, negociando la agenda nacional y prometiéndoles total impunidad. No importa. Lo importante es armar otra farsa como la de Cuba.

Ninguna de esas iniciativas va a resolver los acuciantes problemas que tiene el país en tantos campos. Pero, para el Gobierno, lo esencial son los titulares de prensa y seguir engañando a la opinión. Sin embargo, como decía Lincoln: podrán engañar a todos poco tiempo, a algunos todo el tiempo, pero no a todos todo el tiempo. La opinión ya despertó, le giró a Santos la factura por su desgobierno y se la cobrará por ventanilla los días de las elecciones parlamentarias y presidenciales del año entrante.

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