El “NO” es un torrente de indignación

Dijo el Presidente Juan Manuel Santos que refrendar el acuerdo de La Habana, cuando esté aprobado por las partes, mediante referendo o Asamblea Constituyente, sería un suicidio. Prefirió el camino del plebiscito. Pero aplazó el suicidio, puesto que las Farc solo se tranzan por una Asamblea Constituyente. Según su cronograma estratégico, tienen razón, porque solo una constituyente dejaría en firme lo que ahora nos parece impunidad. Quedarían cubiertos con el perdón judicial para todos sus delitos de lesa humanidad y crímenes de guerra. Eso ocurriría si los constituyentes fueran de mayoría exguerrilleros y sus aliados del mamertismo nacional. Pero una Constituyente democrática es el resultado de elección popular de sus miembros, como lo fue la CN del 91. Es una diferencia de fondo. Santos resultaría suicidándose, como él mismo lo afirma, porque una Constituyente de elección popular, como debe serlo, pondría una mayoría negadora de la aspiración de impunidad que buscan los cabecillas de las Farc y, con seguridad, revisaría otros puntos del acuerdo Farc-Santos. No sobra, además, recordarle al Presidente Santos que según la OMS, Organización Mundial de la Salud, “el acto de suicidarse es un atentado contra la propia persona, con un grado variable en cuanto a la intención de morir. El suicidio es el acto de suicidarse con fatal desenlace”.

Al aprobarse en el Congreso el plebiscito como forma de legalización popular del presunto tratado de paz con las Farc, el suicidio es al revés. Quieren que el pueblo colombiano vote sin rebote el conjunto de temas acordados y desconocidos por la opinión pública. Pues sepan que no le jalamos a ese suicidio colectivo inducido por el Jefe de Estado y sus iluminados congresistas de la secta numantina que nos quiere vencidos a las puertas de la muralla que rodea al puerto de La Habana. Tampoco le jalamos a la abstención, una forma cómoda e irresponsable que desarma la voluntad de compromiso que hay en cada ciudadano. La abstención le hace el juego aritmético al gran embaucador y le cede el terreno de la batalla democrática electoral a Mefistófeles Barreras. En estos momentos de efervescencia y dolor, donde la palabra “paz” es inoculada como un paralizante ideológico que reemplaza la libertad de crítica por el miedo a que las Farc vuelvan a sus guaridas y andanzas criminales, la abstención es un signo de derrota o de cobardía.

El corneta del batallón civilista de la nación, compuesto por diferentes corrientes políticas, por ciudadanos independientes, toca la diana de alerta y llama a votar no al plebiscito, que por cierto tampoco le gusta a las Farc. Pero ellos no tienen ciudadanos a quien convocar. Los demócratas de todos los tintes y cédulas vigentes practicamos el no para hundir el barco pirata que capitanea un grumete educado en Inglaterra y acomodado en el Palacio de Nariño.

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