El nuevo Frankenstein

Del equilibrio al equilibrismo

La reelección como mampara

Bueno, pues ¡ahí está!, la tan mentada reforma del “equilibrio de poderes”. Aquella que se suponía para exclusivamente enmendar el nefando articulito de la reelección presidencial inmediata y a la que le han colgado tantos articulitos  más, que el nuevo Frankenstein puede ser de mayores proporciones al que se pretende sepultar. Porque, claro, hubo de todo, para invitar y convidar, en el festín en que se ha convertido una cosa tan sencilla como retornar al cauce legal previo, pero de ello aprovecharse, sin embargo, para sacar del cubilete todo tipo de cláusulas, acorde con el mejor postor, cada quien con su retazo de Constitución. Y eso que solo se va en el quinto debate… y lo que falta.

Por supuesto que la reelección presidencial inmediata era un Frankenstein a sepultar desde su misma concepción, como lo dijimos una y mil veces en estas columnas, en principio casi en solitario. Se afirmó entonces, en medio del jolgorio nacional, que era tanto como aplicarle a la Constitución el envenenamiento que algunos ponen al carburador para forzar el engranaje del automóvil. Y fue exactamente lo que ocurrió. Todo el andamiaje institucional terminó envenenado. Pero de allí a regocijarse con lo que actualmente está ocurriendo hay mucho trecho. Porque no fue más que someter el asunto al Congreso, para que, en vez de proceder expeditivamente a lo que en esencia se pretendía, se usara la ocasión, como se ha profundizado en la idiosincrasia legislativa colombiana, para cambiar de foco e incurrir en todo tipo de propuestas, por lo demás sin unidad de materia, bajo la difusa sombrilla del dicho “equilibrio de poderes”. Lo que, como también se ha dicho aquí, es un equívoco porque en Colombia no hay sino un Poder Público, expresado en tres ramas y algunos organismos auxiliares. Es decir que no hay como equilibrar poderes, siendo éste único e indivisible. Pero más allá de esta claridad conceptual, que solo vale para quienes quieran decir bien de las cosas, una sombrilla precisamente para cobijar del cero al infinito. Y en ese caso, en semejante ámbito de acción, pues la reforma es asimismo una “reformita” en medio de la urgente reinstitucionalización que exige Colombia, demostradas, a fuerza de la experiencia, las falencias que en variados aspectos tiene la Constitución de 1991.

No obstante, es requetesabido que el diablo está en los detalles. Y para diablo, los detalles de la “reformita”. Se establece dizque un tribunal de aforados, de cinco magistrados con sus sueldos magistrales y todo el andamiaje burocrático y permanente de otra Corte adicional, en vez de utilizar la competencia que la misma Constitución le da a la Comisión de Acusaciones de la Cámara para requerir el auxilio investigativo de la Fiscalía para estos casos. Todo ello sin gasto, ni presopopeya, ni tanto ánimo protagónico, mucho menos convirtiendo en ordinario lo que se supone y es, a no dudarlo, extraordinario y accidental. Ni siquiera el 5 por ciento de la alta magistratura tiene investigación, en casos a través de anónimos o panfletos a todas luces desestimables. Y aun así se quiere presentar como panacea lo que, por el contrario, desdice de la acción que quiere el país en los hechos puntuales, en lugar del mar de incisos en que se naufraga, adicionando aforados como quien desgaja la mazorca. Y de ahí en adelante todo lo demás que, por cuenta de quitar la reelección presidencial inmediata, se va cobrando debate a debate, sin que ello nada tenga que ver en el propósito planteado: los parlamentarios repentinamente de ministros, gobernadores y alcaldes; en medio aparece la cremallera sexista en las listas electorales; de súbito se le da un alcance que no tienen los concursos de la llamada meritocracia, tras lo cual siempre asoma las orejas el clientelismo, pero el Congreso sigue eligiendo magistrados; se otorgan curules a los que pierdan la presidencia, vicepresidencia, gobernaciones y alcaldías, en cada ámbito, mezclando las aspiraciones ejecutivas con el supuesto premio de consolación de estar en las corporaciones públicas, todo en combo (¿en la presidencia estarán incluidos los de primera vuelta?); el voto preferente sigue hasta que no haya una ley estatuaria que seguramente no pasara, si la presentan; y se inhabilita por cinco años a los exmagistrados para litigar ante la misma Corte, lo que terminarán haciendo a través de familiares o socios. Así, entre otras cosas, lo que se vaya ocurriendo y lo que pueda suscitar la atención de los reflectores o sirva para la coyuntura táctica.

Vaya, vaya, en nombre del cambio, conque esas tenemos, sepultando a un Frankenstein se le anda dando nacimiento a otro igual o peor de amorfo y desequilibrante. No se diga, por lo tanto, que eso es equilibrio. ¡Es equilibrismo!

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