El papayazo del año

He leído y releído las notas de Semana.com sobre la central de espionaje en un barrio de Bogotá. También he consultado muchas veces las declaraciones del presidente Juan Manuel Santos, de su ministro de Defensa y del Fiscal General.

Pero no entiendo aún lo que se pretendió al realizar los allanamientos, al espiar a los espías, al condenar sin fórmula de juicio a la Inteligencia del Ejército, al insinuar que estaban espiando a tres delegados del Gobierno en la mesa de diálogo de La Habana, a Piedad Córdoba y a Iván Cepeda y a las Farc. Como no comprendo la reversa que dieron tanto el Gobierno como la Fiscalía mientras los medios adeptos con descaro al gobierno le bajaban el tono a un hecho de la mayor gravedad.

Es que el martes amanecimos indignados todos los colombianos al saber que, según Semana.com, en un restaurante de Galerías se cometía el más grave atropello contra la libertad como la escucha ilegal y abusiva de las conversaciones y la violación de la correspondencia electrónica. Esa reacción se mezcló con la sorpresa, cuando la información contó que lo había realizado el Ejército de Colombia. Si, aquel que durante 20 años trabajó para ganarse la confianza de los colombianos, empezó a aparecer como el más vulgar de los criminales.

Y nos dijeron que era contra tres delegados, contra doña Teodora Bolívar, don Iván. Pero no nos mostraron las pruebas de esa afirmación. Ni nos explicaron por qué no había proporción entre el número de ‘chuzados’ y la enorme capacidad de los equipos que según se dice, estaban allí instalados. Sólo nos dijeron que había “intereses oscuros” de “enemigos de la paz”, mientras el Fiscal se explayaba en explicaciones jurídicas con cara de satisfacción enorme, y el Ministro de Defensa separaba de sus cargos a dos Generales, esos sí héroes de la patria que le han propinado los más duros golpes a las Farc en toda su tenebrosa historia.

De pronto, el miércoles todo cambió. Mientras el Fiscal decía que si le hubieran informado que ese centro estaba autorizado no habría realizado el allanamiento, el Presidente de la República dio un giro dramático en su posición, afirmando que espiar es una necesidad y una obligación para el Estado y que los militares habían cumplido la ley. Y el ministro de la Defensa hizo mutis por el foro.

Ahora no entiendo si al fin la operación era o no ilegal; si los espiados eran los comisionados o era un complot contra la izquierda o era algo de las Fuerzas Oscuras como se llama hoy al uribismo, o si era un negocio de algunos militares. Lo que sí tengo claro, es que los grandes damnificados son los generales Jorge Andrés Zuluaga y Mauricio Ricardo Zúñiga. Ah, y el Ejército de Colombia y la confianza en él, la institución de mayor credibilidad entre los colombianos.

También tengo claro que ya en los Estados Unidos se habla de iniciar una investigación contra ese Ejército, lo que lo vuelve a poner en la picota pública como el peor de los fascistas. Y que aquí, las Farc, doña Piedad, don Iván y don Petro, están aprovechando a fondo el papayazo del año que les ofrecieron quienes crearon el escándalo y filtraron la información a Semana.com. Como también tengo la certeza que nadie asumirá la responsabilidad política de haber armado ese escándalo, a la carrera y de manera torpe, quién sabe con qué propósito.

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