El paquete

Cuando lo leí automáticamente se me vino a la memoria el término de “paquete chileno”. No he podido saber por qué llaman “paquete chileno” a una de las más conocidas formas de estafa, aquella en que bajo un atractivo empaque lo que recibimos no es un buen fajo de billetes o un regalo espectacular sino un rollo de papeles o una piedra. Empezando porque los chilenos son honrados y cultos, como pocos. No se merecen cargar con ese baldón.

Aludo al término porque sin el apelativo de “chileno”, pero sí con todas las trazas de una estafa, fue el que usó exactamente el presidente Juan Manuel Santos en entrevista concedida el 18 de enero a El País, el principal periódico español, antes de su reciente viaje al viejo continente.

“Los colombianos, cuando les presentemos el paquete completo, estoy absolutamente seguro de que lo van a comprar”, afirmó Santos refiriéndose al proceso de paz que adelanta con las Farc en La Habana.

Bien sabido es que hay un profundo rechazo en el país a que se otorgue impunidad a los terroristas, que no paguen cárcel, y que de contera tengan la posibilidad de ser elegidos para cargos públicos. ¿Cómo lograr entonces que el pueblo refrende un proceso cuyos componentes esenciales detesta? He ahí el meollo de la cuestión que Santos tiene entre manos y que se propone resolver a través del mentado “paquete”.

Al ser preguntado sobre la materia en la entrevista del diario español –cómo lograr que el pueblo acoja un acuerdo lleno de concesiones que desaprueba-, el presidente colombiano describió de manera más o menos precisa el ardid:

“Efectivamente. Por ejemplo, si uno le pregunta al pueblo colombiano: “¿Usted quiere que las FARC se conviertan en partido político?” La mayoría dice que no, porque tienen en su imaginario las FARC de los últimos 50 años que han venido cometiendo todo tipo de atropellos a la ciudadanía y a la población y al país. Si usted le pregunta: “¿Ustedes considerarían que las FARC puedan hacer política, puedan llegar al Congreso?” La gente intuitivamente dice que no, que no les gusta eso. Entonces eso individualmente genera un rechazo, pero si uno pinta el paquete completo —y eso lo tenemos muy claro— la gente dice: “Si ese es el precio de la paz, sí”.”

Si se pregunta de manera precisa, abierta, franca, individual, por los ingredientes de los acuerdos, la gente responderá que no, reconoce Santos. Entonces la solución que ofrece para que sus compatriotas acepten algo que aborrecen y no comparten es “pintar” un paquete completo con adornos engañosos, bajo la ilusión de que esa es la paz, y así la gente le otorgue su aprobación. Ni más ni menos la estafa corriente del “paquete chileno”.

De esa manera, aquello que no le gusta a la gente pero que es una ambición febril de Santos (“me imagino a representantes de las FARC sentados en el Congreso”) se quiere convertir en una realidad. ¿Y cuál será la presentación del paquete, que “si uno pinta” de ciertos tonos el pueblo podrá aprobar? La misma entrevista nos ofrece pistas.

Recordemos que el gobierno ha rechazado en varias ocasiones la pretensión de las Farc de una Constituyente (designada además a dedo) de bolsillo para “refundar” a Colombia, porque sería una caja de sorpresas, un paquete desconocido. Como alternativa, el año pasado gestó la idea de un referendo por la paz, a realizar en las elecciones de congreso o de presidente de este año. Y le impuso al legislativo, en un trámite expedito y a pupitrazo limpio, una reforma a la Carta para facilitar la astucia. Que consistía en aprovechar el debate electoral para hacer pasar amarrado un eventual acuerdo de paz. Cuando las expectativas por un rápido acuerdo con los terroristas se derrumbaron, y ahora Santos reconoce que no habrá pacto antes de las elecciones, el referendo pasó a mejor vida.

Aquella vía, además, tenía inconvenientes difíciles de remontar. Debería pasar por el Congreso, que tendría que otorgar su venia. Y por ser un referendo constitucional, debería contener en detalle las reformas a la Constitución, con su formulación precisa, para ser votadas una por una. Lo que implicaría, como lo acaba de reconocer Santos, una muy segura derrota, habida cuenta del repudio de los ciudadanos a la mayoría de los puntos. Un papel celofán tan transparente para encubrir el embuchado no servía bien a los fines del engaño.

Entonces, en la entrevista con el diario madrileño, Santos revela la “pinta” que está craneando actualmente para el “paquete chileno” que confecciona. No solo puede ser por referendo, advierte el presidente, sino por “otro sistema”. “Eso está por negociarse también” (con las Farc). Y remata: “En la Constitución hay consulta popular, podemos inventarnos alguno con la contraparte. Es simplemente que la población colombiana tenga la oportunidad de decir lo compro o no lo compro.”

El propósito de la estafa está claro: que el pueblo, que rechaza los contenidos concretos de los acuerdos los acepte al presentárselo como un todo, sobre el cual deba decir simplemente “lo compro o no lo compro”. No se preguntará si Timochenko y Cia. pueden ir al Congreso; si se levanta la extradición para los narcoterroristas; si no serán condenados por delitos de lesa humanidad ni pagarán cárcel; si se “subsume” el delito transnacional de narcotráfico en el de “rebelión”; si se acepta que sigan con las armas en la mano, ni por las demás incómodas materias. No. Se interrogará a los electores simplemente si acogen el acuerdo de paz firmado –cualquiera sea- o prefiere otros cincuenta años de violencia. Lo compra o no lo compra.

Lo que no está claro es la “pinta”. La consulta popular, contemplada en nuestro ordenamiento constitucional y legal, tiene, para efectos de la estafa una ventaja: basta que la convoque el presidente con la firma de los ministros y se consulte al Senado (así no lo comparta), para que se desarrolle, y puede tener una formulación vaga y general. Y aunque no puede reformar la Carta o las leyes, podrá convertirse en una herramienta de presión para que el legislativo se someta y tenga que acoger lo que se haya firmado con los terroristas. No hay duda que es un papel menos transparente, más encubridor de la almendra del paquete.

Y, para rematar, lo más grave. Si no son el referendo o la consulta -mecanismos de participación constitucionales existentes hoy- Santos no tiene agüeros para proponer cualquier aventura: “podemos inventarnos algunos con la contraparte”.  Es evidente que aquello que podemos “inventarnos”, está fuera del ordenamiento institucional vigente. La incertidumbre completa para el país. Una cubierta desconocida que no dejará ver nada del contenido del paquete. Planteada con el desparpajo de quien, como avezado jugador de póker y cañador profesional está acostumbrado a formular en términos mercuriales tan graves problemas jurídicos y políticos. “Este es el precio de la paz”: “¿lo compra o no lo compra?”.

Ténganos el Señor de su santa mano, si quedamos al arbitrio de la inventiva de semejantes genios para refrendar el esperpento. Qué no podrá esperarse de cerebros tan brillantes: de los descubridores del Marco Jurídico para la impunidad, de la reforma a la justicia y del carrusel de la reelección entre otras lindezas, de un lado; y de la “contraparte”, nada menos que los gestores de la combinación de todas las formas de lucha, el “gramaje”, “los tatucos”, “las retenciones humanitarias” y otros aportes prodigiosos que tienen asombrada a la humanidad entera.

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