El petróleo, los cándidos mexicanos y los estadunidenses desalmados

Un debate en el programa de Carmen Aristegui entre el académico Alberto Montoya, de la Universidad Iberoamericana, y Juan Pardinas, del Instituto Mexicano para la Competitividad, IMCO, me recordó el auge de las teorías conspirativas. Decía el doctor Montoya que la “causa profunda de esta reforma está en Estados Unidos” y como prueba demoledora esgrimía una carta de diciembre de 2012 del senador Richard Lugar, del Comité de Relaciones Exteriores,  que hablaba sobre la importancia de los recursos energéticos mexicanos y la dependencia de Estados Unidos de éstos.

¿Existen las conspiraciones? Claro que existen y nuestro calendario de festividades patrióticas incluye varias de éstas nombrándolas “Planes”, el Plan de Ayala, el de Agua Prieta, el de San Luis, etcétera. Aquí y fuera de México los grupos humanos conspiran todos los días, pero la historia rara vez sigue los mandamientos ideados por los conspiradores.

La tesis del doctor Montoya plantea que Estados Unidos necesita del petróleo mexicano y que ese gobierno ha conspirado para que se lleve a cabo la reforma y nosotros mexicanos diligentemente hemos obedecido. La carta mencionada por el académico es una presentación de un estudio encargado por el Comité de Relaciones Exteriores sobre el panorama energético en México con el objetivo de incentivar la ratificación por ambas cámaras del Congreso americano del Acuerdo sobre Yacimientos de Hidrocarburos Transfronterizos, que en nuestro país tiene el rango de tratado. Para la realización de este estudio, los encargados del estudio viajaron a México en octubre de 2012 y se entrevistaron con el equipo del presidente electo que les repitió lo que ya se había hecho público en la prensa especializada: que buscarían reformar profundamente el sector. El equipo que visita nuestro país explora las posibilidades de una privatización y recibe el siguiente diagnóstico: “la privatización es tan remota que es una opción inexistente que no está considerada en ninguna especulación al respecto”.

También reporta las cifras que todos conocemos y que son públicas acerca de la reducción de la producción de hidrocarburos en México, las respaldan con cifras  propias de la Administración de Información Energética de Estados Unidos, incluyendo el hecho de que las refinerías del sur de ese país, adaptadas al petróleo pesado que exportamos, han tenido que buscar aceites semejantes en Oriente Medio dado que cada vez exportamos menos y expresa su preocupación ante las dificultades de Pemex, a quien considera, junto con Canadá, como socio comercial confiable. Explora diversas fuentes posibles de mayor producción como aguas profundas, Chicontepec, gas y petróleo esquisto, así como los retos y dificultades de cada una de estas opciones. Finalmente, termina con una decena de recomendaciones entre las que subraya la importancia de lograr que México adopte prácticas de transparencia y rendición de cuentas en su industria petrolera y pide a los integrantes del Congreso norteamericano ratificar el Acuerdo Transfronterizo sobre Yacimientos de Hidrocarburos, lo que se hizo el 23 de diciembre de 2013 como parte de la Bipartisan Budget Act, dos semanas después de la aprobación de la reforma constitucional energética en México.

Por lo que se ha visto en el debate sobre la Reforma Energética, el Senado mexicano tiene documentos semejantes sobre la industria petrolera norteamericana y sobre la de otros países. Es lo normal y lo que se espera de sus especialistas. Y a diferencia de los que consideran que la reforma “se apoderará del Golfo de México”, “privatizará Pemex”, etcétera, considero que el interés que tiene Estados Unidos en que mejore nuestro panorama energético por su propio beneficio naturalmente sesgado e interesado es algo que debemos aprovechar para atraer inversiones para nuestro beneficio. La reforma es compleja, complicada y parte de una base muy deteriorada de la industria y de las finanzas de Pemex —incluyendo el tema de las pensiones y los subsidios a los Ferraris de los hijos del líder petrolero—, pero es una avenida nueva para desarrollar una base sólida de la industria petrolera y eléctrica.

La reforma tiene riesgos, pero es parte de la ventaja de llegar al último de este tipo de cambios. Se han estudiado los errores y experiencias de otros países que han pasado por procesos parecidos y se ha buscado prevenir y mitigar los posibles riesgos. ¿Somos menores de edad para realizar una reforma exitosa? ¿Somos inferiores a noruegos, colombianos, brasileños, ingleses, para multiplicar nuestros recursos energéticos, incentivar vocaciones tecnológicas y científicas entre nuestros profesionistas, desarrollar rigor y profesionalismo en el trato con los inversionistas privados mexicanos y extranjeros?

Perdón, pero no comparto ese complejo de inferioridad que padecen los adherentes a las teorías conspirativas. Tampoco encuentro creíble que el PRI y el PAN tengan interés y puedan esperar ganancias electorales si fracasa la reforma con el predicho derrumbe de Pemex: todo lo contrario. Y la evolución prácticamente nula de quienes se oponen a la reforma también muestra que no será posible esperar su aprobación en la Cámara. Quizá suceda más tarde lo que me compartió el primer presidente de Petrobras en el gobierno del presidente Lula: “Me opuse a la reforma y todo el PT votamos en contra. Pero ahora que conozco la industria y sé qué tan competida y compleja es, me arrepiento de ese voto”. Y para conspirar bien nos encontramos en Twitter: @ceciliasotog

*Analista política

cecilisotog@gmail.com

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