El simulador político

Lo interesante en la entrevista que un gran periodista como Moisés Naím le hizo al publicista  J. J. Rendón es la manera en la cual, con fina inteligencia fue sacando de ese rostro que adoptó de salida una pose de grave seriedad, tratando de señalar ante el televidente, que ante todo es un hombre decisivo que piensa antes de actuar para emitir una respuesta, la diferencia entre la pose del simulador y el oscuro fondo de su realidad psíquica. O sea que ya no es el desenfadado director de campañas publicitarias para convertir –como lo siguen haciendo otros-  a un mediocre candidato en un patricio nacional, ejercicios de habilidad reducidos a un manejo de luces y de sombras, a la elección del color de las corbatas, al traje correcto o sea a esa pose que logre llegar al alma de los ingenuos votantes y convencerlos de que eligen al indicado por el Señor. Las estrategias para sacar de su habitual ambiente de provinciana mediocridad, de decorados y gastronomías regionales, y hacer de él un protagonista del jet set internacional, porque las masas empobrecidas, las desodorizadas clases medias, los nuevos ricos lo que agradecen es la posibilidad de una nueva vida de palacio.

J. J. Rendón supo que los tiempos habían cambiado y que ya las fincas pomposas, las fuentes de Viuda de Clicocq, las piscinas en forma de guitarra habían pasado de moda tal como había pasado de moda la vieja publicidad política limitada a hacer grandes afiches, a crear nuevas imágenes del candidato, las promesas de altos salarios y confortables viviendas. Y es en este punto donde tal como lo muestra hábil e inteligentemente Naím, se va produciendo una inesperada metamorfosis en el personaje de marras: “¿Por qué siempre lleva una camisa negra?” Y Rendón sin titubear responde: “Porque estoy de luto por la democracia en Venezuela” Camisa negra como esa suelen llevar los cantaores de flamenco, los artistas de variedades, ciertos empresarios de pompas fúnebres que ni siquiera saben lo que es la democracia.

He aquí al simulador que ha sabido hacerse famoso por su supuesto hermetismo, convertido de la noche a la mañana, nada menos que en “Teórico político” a favor de la democracia. O sea que su politología lo que busca afirmar en un país de donde se reclaman sus servicios es salvaguardar las libertades ya que, como enfáticamente lo afirmó,  en los países donde impera la tiranía él se niega rotundamente a colaborar. Supone así, con la impudicia del simulador, que la indigencia política de quienes buscan su asesoría es de tal mediocridad que  ahora Rendón trae en sus maletas las teorías salvadoras sobre el papel del Estado en las crisis económicas, para hacer frente al dinero corruptor del narcotráfico, para enfrentar el descontento de los campesinos, o sea para fungir como el nuevo Tocqueville que indica a los despistados ciudadanos el camino correcto y el candidato indicado para salvar la democracia. Un asesor de la jerarquía de un Arthur Sleschinger respecto a Kennedy. Un Maquiavelo  de los mass media, capaz de escribir otra versión de “El Príncipe” para políticos latinoamericanos en apuros. Lo que demuestra hasta qué punto se ha degradado el concepto de la política y hasta qué punto las normas aristotélicas para convencer con sanos argumentos a los ciudadanos se ha convertido en una farsa más contra la verdadera democracia.

Baudrillard llamaría la atención por la manera como en la sociedad del simulacro la publicidad ha sustituido de manera grave a la verdadera información sobre la realidad, la falsa imagen de los medios de comunicación al verdadero personaje que se individualiza por sus ideas y su lenguaje, el falso ícono de circunstancias al portavoz que representa los anhelos de una comunidad. Pero olvida que la saturación del falso lenguaje termina, finalmente, por anularse.

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