El sofisma de la guerra y la paz

La expectativa sobre las urnas se disipó con una rauda seguidilla de boletines que en menos de dos horas arrojó un resultado definitivo. La Registraduría pagó con creces las deudas bochornosas que dejó pendientes tras los polémicos giros numéricos de medianoche de los que fuimos testigos en la elección parlamentaria. Al mismo tiempo se evidenció la autonomía de este ente, disipando los temores que sobre la calibración de sus ábacos existían entre los creyentes de las teorías del fraude.

El photofinish final nos muestra a Zuluaga y Santos como punteros enfrascados en una contienda sin Dios ni ley. Un poco más atrás está el otro lote, el de las tercerías que nunca fueron, con una sorprendente Marta Lucía que incluso contra los obstáculos politiqueros de sus mismos copartidarios alcanzó un significativo caudal. Luego viene Clara López, quien con los casi dos millones de esperanzas contadas a su nombre resucitó a un Polo moribundo que apostó sus cenizas al todo o nada. Cierra el grupo un Peñalosa que en cuestión de semanas pasó de ave fénix a sepulturero del Partido Verde, esta debacle vaticina la extinción del movimiento.

Pero la clave de lo que vendrá en la segunda ronda estuvo en el discurso del presidente-candidato. En éste la frase hito invitaba a los colombianos a decidir en segunda ronda entre la guerra y la paz, una máxima impregnada del talante polarizador que siempre se le criticó a Uribe y que sorpresivamente ahora es usada por quien trató de desmarcarse de las prácticas de su antecesor. Aquí radica el gran sofisma del mensaje presidencial. Santos se centró en emplear todo tipo de analogías para trazar un cerco entre los colombianos, con él buscaba dividirnos entre los amigos de la paz y los amigos de la guerra. Lo que no fue capaz de ver es que Zuluaga no representa la guerra, sino una perspectiva distinta de negociar la paz.

En el último debate televisado quedó claro que ningún candidato haría volar la mesa de negociación en astillas, algunos apoyarían el proceso tal cual fue diseñado y otros solo continuarían sentados si se afinan las reglas de juego. Zuluaga en los últimos meses moderó su discurso y pasó de la tolerancia cero con las atadas al pecho a la salida política elevando las exigencias a la guerrilla. Santos no supo leer la consigna de “Paz sin Impunidad” con la que su primo Pacho llenó de vallas el país y se acuarteló en una consigna separatista. Sus contradictores no le critican la búsqueda de la paz, le reprochan las maneras como la quiere alcanzar.

La derrota del presidente no traduce una sed de sangre guerrillera, y es ahí donde radica el error de la Unidad Nacional, pues es el llamado de un pueblo que ansía la paz como cualquier otro colombiano, pero no a cualquier precio. El 29% que marcó a Zuluaga no es adicto a la guerra, como busca hacerlo ver Santos, son solo quienes quieren un fin del conflicto justo con los dolores que nuestra tierra ha tenido que padecer.

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