En Baltimore todos somos Freddie Gray

En este momento, lo que está sucediendo en Baltimore parece tener todo que ver con Freddie Gray, el hombre negro de 25 años atacado violentamente por oficiales de la policía el 12 de abril al parecer simplemente porque los miró. Los oficiales lo dominaron; su columna vertebral estaba casi partida, su laringe destrozada y fue removido en una van de la policía, aún después de que pidió atención médica varias veces. Murió una semana después como consecuencia.

Pero no tiene que ver solo con Freddie Gray. Como él, yo crecí en Baltimore, y tanto yo como todas las personas que conozco tenemos historias similares, aunque hayan tenido resultados un poco diferentes. Para nosotros, el departamento de policía de Baltimore es un grupo de terroristas, financiado por nuestros impuestos, quienes a diario atropellan a nuestra comunidad y casi nunca tienen que dar explicación por sus acciones. Ha llegado al punto que no llamamos a la policía excepto cuando necesitamos algún informe policial para hacer un reclamo en alguna aseguradora.

Y hay más, que solo los policías. Observamos mientras la alcaldesa Stephanie Rawlings-Blake, junto con el director de la policía, Anthony W. Batts, pasaron más de una semana investigando lo que parecía ser un caso claro. Me gustaría pensar que si yo le fracturo el cuello a alguien sin razón, sería acusado de inmediato. Pero el sistema, aún cuando está manejado por una alcaldesa negra y un director de la policía negro, incluso cuando la mayoría del concejo ciudadano es negro, protege a la policía, sin importar cuán desvergonzada y brutal sea.

Fácilmente puedo omitir los casos de víctimas de brutalidad policial, quienes recibieron casi seis millones de dólares entre todos en restituciones por parte de la ciudad en los últimos tres años, o Tyrone West, Anthony Anderson, Freddie Gray y las más de cien personas que han sido asesinadas por oficiales de la policía local en la última década, y de una vez mencionar algunas de las experiencias que he tenido con la policía simplemente porque soy negro en Baltimore.

Cuando yo tenía diez años un grupo de matones tumbó la puerta de mi casa buscando drogas. Nos detuvieron con pistolas por horas mientras destrozaron nuestra casa. Cuando se fueron mi mamá llamó a la policía; llegaron dos horas después, tratándonos como si nosotros fuéramos los ladrones y quejándose por tener que escribir los informes policiales.

Cuando tenía 12 años, solía jugar baloncesto en el parque Ellwood, al este de la ciudad. Un día los policías pasaron por ahí, diciendo que estaban buscando un sospechoso de robo. De repente unos seis oficiales entraron en la cancha desde cuatro direcciones diferentes y nos hicieron acostar en el suelo boca abajo. Un amigo mío, a quien llamábamos Fat Kevin (el gordo Kevin), preguntó “por qué nos están tratando como animales?” Uno de los policías gritó, “¡Porque son inútiles!” aunque también usó un término mucho más vulgar y por estos lados mucho más común.

Luego, cuando tenía 14 años, un policía tumbó a un muchacho llamado Rick de su motoneta. Rick se levantó y gritó, “¿Qué hice?” e inmediatamente fue apaleado por el policía y su compañero. Rick tuvo la cara llena de moretones por semanas.

Puedo añadir historias de años intermedios, o de los años que siguieron, historias que van desde mis años en pre kínder hasta el posgrado. Y ya fuera que estaban marchando, o quemando un carro de policía, o limpiando un martes por la mañana, casi todos los negros de Baltimore tenían historias similares.

Los policías en Baltimore, así como en muchos lugares del país donde hay gran concentración de poblaciones negras, están fuera de control, y han estado fuera de control. Una de las razones principales es que muchos de los policías de Baltimore no viven en la ciudad de Baltimore; algunos ni siquiera viven en el estado de Maryland. Muchos ni conocen ni les importan los ciudadanos de las comunidades que patrullan, por lo que pueden entrar, golpearnos y asesinarnos sin una sola señal de pena ni empatía.

Muchos otros ciudadanos de Baltimore se sienten igual, por lo que una diversa colección de protestantes ha salido a las calles todos los días desde la muerte de Freddie Gray el 19 de abril.

La mayoría de las protestas fueron pacíficas. Los primeros actos de violencia no ocurrieron sino hasta después de una protesta no violenta, aunque agitada, la noche del sábado en la alcaldía. Desde allí, un grupo de protestantes, me incluyo entre ellos, marchamos hacia Camden Yards, donde los Orioles estaban jugando contra los Medias Rojas de Boston. Mientras pasábamos por una serie de bares, un grupo de seguidores de béisbol, todos blancos y con ropa de los equipos de Baltimore y Boston estaban afuera gritando, “¡No nos importa! ¡No nos importa!” Algunos nos llamaron simios y micos. Se armó una pelea, y hubo heridos.

Después de eso no se demoró mucho. Algunos se preguntarán, “¿Por qué Baltimore?” Pero la verdadera pregunta es, “¿Por qué se demoró tanto?”.

Los jóvenes manifestantes de Baltimore han estado prestando atención a las protestas pacíficas en Sanford (Florida), Ferguson (Missouri), y Nueva York, solo para sentirse decepcionados por el resultado final, una vez tras otra.

Todos estamos empezando a creer que cogernos de las manos, seguir a los pastores y las propuestas pacíficas no tienen sentido. La única opción es levantarnos, y forzar a Rawlings-Blake para que tome lo que debe ser una fácil elección: deje de proteger la subsistencia de los policías que asesinaron a Freddie Gray, u observe mientras Baltimore se reduce a cenizas.

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