En las manos de Jaramillo

Habló y escribió Jaramillo. Supimos así para dónde nos lleva. Y no nos gustó el sitio. Ni el método, ni el camino. Nada. Es lo que dicen las encuestas que valdría la pena que Jaramillo y su jefe leyeran.

No ha sido fácil la tarea de averiguar quién es este Jaramillo que de la nada y de súbito recorrió todas las escalas del poder, hasta la cumbre donde se encuentra. Y no es fácil porque habla poco, no mira a los ojos y hasta ahora  no había escrito nada. Hasta que resolvió escribir y publicar, con lo que por fin lo hemos podido medir y enfrentar su compleja manera de pensar.

Jaramillo es el personaje que había acudido a la Embajada de los Estados Unidos a poner quejas contra quienes tenemos la osadía de no estar de acuerdo con él. El mismo que sin saber a qué horas fue nombrado vice Ministro de Defensa, luego Comisionado de Paz y ahora es el dueño del sainete que se desarrolla en La Habana, entre representantes de Santos y los bandidos de las FARC. Como quien dice, es el dueño del presente y del futuro, el que dice la primera y la postrera palabra sobre la vida de los 46 millones de infelices que dependemos de su talento, sus conocimientos y su concepción del mundo.

¡Y escribió Jaramillo! Un largo, aburrido y farragoso artículo en el que dejó  claro que no sabe escribir. Lo que no importa mucho. Muchos hombres superiores escribieron casi tan mal como Jaramillo. Lo importante es saber qué dice, porque de ese fondo no tiene escapatoria. Y nos parece espantoso lo que dice Jaramillo.

Para empezar, que ésta es la última oportunidad que tenemos para escapar de las garras de las FARC. Lo que significa que se siente el hombre que bajó del Olimpo para salvarnos. Y que las FARC no pueden ser derrotadas militarmente, lo que no nos deja otro camino que el de pactar con ellas. Jaramillo es un vencido, si es que alguna vez luchó, y se toma la libertad de juzgarnos vencidos a los demás colombianos. Lo que no le vamos a tolerar. Que se vaya con sus derrotismos y sus miedos al lugar adecuado, le diríamos recordando una gran periodista colombiana.

Como consecuencia de esa premisa errada y cobarde, deduce que a las FARC hay que darles el beneficio de la impunidad. Son muchas las vueltas y revueltas que da para llegar a ese llanito. Pero las da y llega. En el punto, ya el asunto no es con nosotros, sino con el Derecho Internacional Público que nos obliga por tratados que suscribimos, aprobamos en el Congreso y ratificamos solemnemente. Todo sin preguntarle a Jaramillo, en lo que pudo estar el error. Pero se hizo y el asunto está fuera de duda: no puede haber impunidad para los amigos de Jaramillo, por mucho que se esmere en conseguirla, disfrazarla o maquillarla.

Jaramillo no sabe qué cosa hacer con el problema de las armas. Le falta coraje para decir que las FARC van a conservarlas. Pero más coraje le falta para sentenciar que tendrán que entregarlas. No hacer “dejación” de ellas. Entregarlas. Sobre el punto Jaramillo se revuelca y serpentea, lo que mejor hace. Y parece dejarlo en nada. Lo que significa que no se exigirá este requisito como condición de la paz. Como no habla de exigir el regreso de los niños reclutados a sus hogares, ni la liberación de los secuestrados, ni la entrega del narcotráfico. Entre tantas palabras, ni una sola concluyente sobre todo aquello.

De lo que sí habla, es del “territorio” que se dejará a disposición de las FARC y del tiempo en el que estaremos en una suerte de período de prueba mientras esos bandidos, desde el Congreso de la República, deciden si por habernos portado bien nos merecemos su beneplácito. Ese tiempo de ensayo es  nada menos que de diez años. Mientras tanto, estarán vigentes las comunidades campesinas que manejarán a su antojo, con el inapreciable concurso de Teodora y de Cepeda. Y una distribución  de los bienes de todos, para profundizar el socialismo venezolano, con el que tan bien le está yendo a Maduro, y el comunismo cubano, con el que los Castro tienen la isla hecha un primor.

Habló y escribió Jaramillo. Supimos así para dónde nos lleva. Y no nos gustó el sitio. Ni el método, ni el camino. Nada. Es lo que dicen las encuestas que valdría la pena que Jaramillo y su jefe leyeran.

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