Entre rosa y roja

Tanto el madurista como los chavistas han sido gobiernos de páginas rojas. No precisamente por su ideología. Ni por el color oficial del PSUV. Sino por la cantidad de noticias que generan, suficientes para llenar las páginas de sucesos de los periódicos que sobreviven.

Apartando el indetenible goteo de delitos, sobe todo homicidios, que ocurren diariamente ante la mirada evasiva del gobierno, la propia élite gubernamental es protagonista excepcional de tantos sucesos y procesos que si en Venezuela existiese libertad de expresión plena y una industria de la prensa amarillista, esta no se daría abasto para cubrirlos.

Por ejemplo Interviú, la revista amarilla madrileña, se dio banquete en el año 2007 describiendo el pequeño emporio tercermundista de la dinastía Chávez en Barinas. En un reportaje en el que se retrata in situ a “la familia real”, el periodista describe a Elena, la madre, como alguien de origen modesto a quien ahora “le gustan las joyas, las marcas de lujo y las gafas Dolce & Gabbana”.

Y, aunque en Venezuela no tuvieron igual seguimiento, dos sucesos –el asesinato de Danilo Anderson y el maletín de Antonini Wilson– alimentaron por años a la prensa internacional. Jorge Lanata, el implacable porteño, se dedicó a hurgar en los casi 800.000 dólares que el finado Hugo Chávez envió en el mismo 2007 como aporte a la campaña presidencial de Cristina de Kirchner por medio del empresario Antonini Wilson, quien personalmente los transportó hasta Buenos Aires e intentó ingresarlos de manera delictiva.

Igual ocurrió con el asesinato de Anderson. Al fiscal, quien se supone sabía mucho, especialmente sobre negocios de jerarcas del gobierno, lo hicieron volar por los aires en una avenida caraqueña y la investigación y el juicio que le siguieron terminaron convertidos en ópera bufa, con testigos payasos, en la que su actor protagónico, el fiscal general Isaías Rodríguez, escribió una de las páginas más vergonzosas del sistema judicial venezolano.

Hay incidentes menores y mayores. Menores, de periodismo rosa, son por ejemplo el affaire de las hijas del comandante supremo negándose a abandonar La Casona, la residencia oficial de los presidentes venezolanos en donde aún reinan como infantas reales. Menor también, el recordado accidente protagonizado en 2006 por Jorge Rodríguez, ex presidente del Consejo Nacional Electoral y actual alcalde del municipio Libertador, cuando en un acto estrambótico chocaron dos costosos autos Audi, se dice que del mismo año y modelo, uno de ellos conducido por el alcalde y, según explicó el contundente periodista Nelson Bocaranda, propiedad de Moisés Maionica, más tarde detenido en Miami por el caso Antonini.

Mayores, de periodismo rojo, han sido en cambio las oscuras circunstancias en las que murió, ahogado en un río, William Lara, por entonces gobernador rojo de Guárico; la muerte al amanecer de María Gabriela Tablante, parrillera de la moto conducida y chocada por Eliézer Otaiza, participante de uno de los golpes fallidos de 1992 y ex jefe de la Disip, asesinado la semana que hoy concluye en dolorosas y lamentables condiciones; la fuga de Luis Velásquez Alvaray, en aquel momento magistrado rojo del Tribunal Supremo de Justicia, acusado de un fraude por 9 millardos de bolívares en el proyecto Ciudad Judicial; la también fuga y el pase a la condición de testigo protegido de la DEA en el “Imperio”, de Rafael Isea, ex ministro de Finanzas y ex gobernador rojo de Aragua, acusado del robo de 200 millones dólares; el caso Makled y el affaire de los generales investigados por narcotráfico; el rostro anónimo de los empresarios de maletín que según denuncias del propio Maduro se apropiaron ilegalmente de 20.000 millones de dólares a través de Cadivi. Y pare de contar.

No es una mera lista de sucesos. Es un problema político. El de un país envuelto en las tinieblas del secreto y la desinformación. Gobierno de páginas rojas. Nación de abusos de poder. Paraíso de la impunidad. Lo dijo alguien: “No es un relato de García Márquez, es la Venezuela de Chávez”.

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