ES VERDAD: COMO NUNCA ANTES

Alguna vez debíamos hallarle plena razón al Presidentes Santos. Porque como nunca antes logró paralizar el país; como nunca antes están rotas las comunicaciones de Bogotá con el Norte de Colombia y con Venezuela; como nunca antes llevamos diez días sin salida posible al sur del continente; como nunca antes la zona del Catatumbo, Boyacá, gran parte de Cundinamarca y del Cauca, el Putumayo y Nariño padecen la anarquía más insufrible; como  nunca antes los agricultores y los camioneros y los sindicatos y los estudiantes se han unido en protestas incontenibles.

Y como nunca antes ha sido un gobierno tan inferior a las circunstancias, tan perdido en su propia trama de intrigas, mentiras, anuncios triunfalistas y uso desbordado de la publicidad en su provecho. Lo grave de la hora no es la hora ni la gravedad que reviste, sino la incapacidad absoluta del poder público para comprenderla y manejarla.

El papero de Boyacá, el lechero de Ubaté, el arrocero del Tolima, el cafetero del Huila, el pequeño empresario de cualquier parte, no sabe exactamente por qué le pasa lo que le pasa. Pero todos tienen bien sabido que no producen lo que les falta para el más modesto vivir.

Lo que estamos viviendo era perfectamente previsible. Tanto que algunos hemos dedicado años a denunciar  que la quiebra estaba a las puertas y que una nefasta política económica arruinaría al productor colombiano. Un país pobre como éste, no puede tener una de las monedas más fuertes del mundo. En alguna parte estaba la superchería, y con seguridad algunos la aprovechaban en daño de los demás.

Hemos venido jugando a la revaluación del peso, causada en parte por  la mini bonanza petrolera que dejó marchando el Presidente Uribe. Pero en su porción decisiva, fundada en la especulación de los capitales golondrina que han venido a Colombia para explotar nuestro patrimonio y nuestra idiotez. Y por los ingresos malditos de la cocaína y del oro informal, el que manejan las FARC. Así de simple.

Y con una moneda artificiosa y ladrona, hemos llenado las estanterías de bienes importados que llegan a vil precio, derrotando al productor colombiano; algunos han escapado sus capitales para lavarlos en paraísos financieros; otros se han paseado por Picadilly Circus, Champs Elysees y la Quinta Avenida, posando de ricos; los de más allá han gozado  baratísimas vacaciones en Cancún y la Costa Azul; y el Gobierno, el gran aprovechador de este teatro, ha podido posar de rico reduciendo en proporciones fantásticas el valor de su deuda, y cuando ha querido, tomando dinero prestado en mercados de capitales ávidos de encontrar este tipo de aventureros, para llenarlos de crédito a tasas muy bajas.

La fiesta se acabó, señores. Ha vuelto al mundo la disciplina monetaria, o por lo menos se la ve venir. Despilfarramos una brillante ocasión para industrializarnos y en su lugar posamos de ricachones, siendo tan pobres. Y eso es lo que le pasa al papero, y al lechero, al empresario de cualquier cosa, al cafetero y al arrocero. Que están quebrados. Y el que los quebró, el Gobierno, dice que quiere ayudarlos. Menudo lío. Es como cuando el médico no sabe lo que tiene el paciente. O cuando lo sabe y no sabe curarlo. En ambos casos se muere el infeliz. Así se muere Colombia, “como nunca antes”.

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