Espiritualidad, sociopatía y política

Así como es imposible para Dios condenar al que conduce una buena vida y cree la verdad, así es también imposible para Él salvar al que vive en la iniquidad y cree en falsedades; porque esto es igualmente contrario a Su Orden y por consiguiente contrario a Su Omnipotencia, la cual sólo puede operar con justicia, y las leyes de la justicia son verdades, que no pueden sufrir modificación alguna.

La Verdadera Religión Cristiana Nro.260. Emanuel Swedenborg

¿Por qué es necesario contextualizar la sociopatía y la política con un referente espiritual? Para comparar manifestaciones de los diferentes niveles de lo REAL TOTAL. Las ciencias positivas, con su método de comprobación, establecen que ese referente es una condición para la verdad. Es cierto. Pero esa ‘verdad’ es la que se establece en un sistema ‘cerrado’, matemáticas o física por ejemplo, dejando por fuera otros sistemas. Así, la coherencia interna de un sistema se establece como ‘verdad universal, ’y se impone como  corrección política de convivencia, que puede ser perturbada cuando, desde otro sistema, surge una contradicción a la verdad ‘probada y aceptada’. Vienen entonces las expresiones de lo fantástico, maravilloso, milagroso o inexplicablemente trágico. No hay tal. Sencillamente desconocemos el sistema desde donde provienen manifestaciones que cuestionan nuestra limitada visión del mundo.

Si pudiera recomendar una mente que por sus dotes especiales reunía la capacidad de describir y explicar los sufrimientos y aciertos de la humanidad, desde una esfera espiritual, esa persona sería el místico sueco Emanuel Swedenborg quien desvelaba a Jorge Luis Borges, Helen Keller, Dostoievsky, Ralph Waldo Emerson, y otros genios, especialmente por su libro El Cielo y sus Maravillas y el Infierno.

Si describiéramos en el lenguaje de la ciencia actual a algunos de los habitantes el infierno, según Swedenborg, nos enfrentaríamos con ciertos demonios que un psiquiatra llamaría sociópatas, así: “No son fiables ni confiables, pero pueden ser muy simpáticos y atrayentes. No sienten la vergüenza porque el alter ego está totalmente distorsionado dentro del entorno social y cultural. Nunca tienen remordimiento por malas acciones hechas por ellos. Son absolutamente insensibles a los sufrimientos de los demás seres humanos. Tienen un egocentrismo enfermizo y todo tiene que centrarse hacia ellos. El sentido del afecto que tienen siempre es utilitario, para beneficio de ellos. Los psicópatas son depredadores sociales de su propia especie que utilizan el encanto, la manipulación, la intimidación y la violencia para controlar a los demás y satisfacer sus propias necesidades egoístas. Necesitan llamar la atención de cualquier modo. Proclives a los comportamientos histéricos. Delinquen a través del engaño o el ardid. Faltos de conciencia y de sentimientos hacia los demás, toman con extraordinaria sangre fría lo que les viene en gana y cuando lo desean, violando las normas y expectativas sociales sin el menor sentimiento de culpa, ni remordimiento alguno. Son impulsivos, violentos e incapaces de entablar relaciones afectivas duraderas, sin olvidar que gozan con el dolor; no sienten culpa.”

¿Qué problema tendríamos entonces con esa descripción? Que no tendríamos manera de constatar su verdad, sino mediante los actos que podamos presenciar o mediante testimonios confiables, pues no tenemos acceso a la interioridad de esa persona; es decir, su espíritu. Y aun así, hemos aceptado que lo que vemos ‘no es lo que parece’ como se dice cínicamente en las escenas de infidelidad de Hollywood.

Nos narra Swedenborg que después de la muerte el espíritu de los fallecidos mantiene una exterioridad y una interioridad; la interioridad depende de la voluntad y los pensamientos que se derivan de ella. Por eso de alguien que vivía en los dos mundos, Jesús, en Mateo 9: 3-5 se nos dice que  Jesús conocía, captaba, veía, los pensamientos de sus enemigos que pretendían hacerlo caer en una trampa. En el mundo espiritual, ese interior adquiere objetividad, ‘forma’ y puede ser ‘visto’; así la ‘interioridad’ de un espíritu puede ser percibida como ángel de luz o demonio; ese es el verdadero carácter de la persona y no algo que pueda esconderse detrás de un rostro, un gesto, la palabra. Esa es su esencia, su verdad.

Se sorprendían los ángeles al hablar con Swedenborg sobre las creencias de los humanos sobre el infierno; decían que esos estados o lugares eran creación de los hombres, no de Dios. Así que si ‘metafóricamente’ decimos de alguien que es venenoso y sigiloso como una serpiente, no nos sorprendamos que el ‘interior’ del espíritu de esa persona sea así, y que en algún momento se revele su naturaleza, llamándolo entonces demonio. Aplicada esa verdad a la vida corriente tendríamos que nuestros actos externos tienen exactamente el mismo valor de la interioridad sincera de donde proceden; el espíritu, instinto, intuición de los otros, captan el verdadero trasfondo de lo que hacemos y decimos. Por eso la mala política es la ciencia de la simulación por lo que caemos en  la trampa de la aparente ‘congruencia simulada’ como verdad, cuando no hemos aprendido a escuchar nuestro espíritu, pues nos han lavado el seso para creer que esa dimensión humana no existe, hasta que las contradicciones internas del sistema desbaratan el engaño; pero mucho sufrimiento se habrá causado.

Dice Swedenborg: “En el mundo espiritual a nadie le es dado pensar y querer de una manera, y hablar y actuar de otra. Allí cada uno debe ser la efigie de su afecto y amor; de modo que uno debe ser exteriormente tal cual es interiormente.” (Pasaje 498) Pero si se nos maleduca en la creencia de que lo que no se ve, es como si no existiera, entonces somos incapaces de asumir y responsabilizarnos de nuestra interioridad, porque estamos domesticados con la comodidad del disimulo. Así empieza el infierno, con una mentira. Todas esas mentiras deben transmutarse como dirían los antiguos alquimistas para entrar al cielo. La ciencia de la cruz es el método cristiano.

Si aplicamos este contexto espiritual a nuestra situación política actual tendremos entonces lo siguiente:

1. Los falsos dilemas. Están planteados y son aceptados por personalidades NORMALES como: se ha avanzado más en este proceso que en otros; hay opositores vs amigos de la paz. Esto es una constatación, no una prueba. Es como decir hoy es jueves. Una falsa y cómoda argumentación para favorecer la continuación de algo que puede ser un callejón sin salida; o la escalera puesta en la pared equivocada.

2. Los verdaderos dilemas. ¿Puedo negociar con un grupo de sociópatas? ¿Estamos en una negociación o en una apuesta? ¿Para qué son los límites del DIH? ¿Son para acusar post facto o para garantizar el debido curso de una negociación?

Al olvidar que no todo es lo que parece, caemos en la confusión de acusarnos de lo que se nos ocurra sin acudir a la certeza de la realidad de las cosas que pasan, lo que no sirve para tomar decisiones y asumir los riesgos y consecuencias, sino para dejárselo todo a la inmadurez política. No digo que no se pueda negociar con un sociópata; claro que sí. ¿Pero sabremos manejarlo y no morir en el intento?

Entonces “La millonaria fortuna que ocultan los jefes de las Farc” (El Tiempo, 11.24.14) le lleva a decir al Procurador “Las Farc deben usar su riqueza acumulada originada en el delito, para ayudar a resarcir a las víctimas.” Esta aparente ingenuidad, en realidad es la prueba ácida para el espíritu sociópata de las Farc. No lo harán.

Un supuesto básico de la psicoterapia es que el paciente necesita y quiere ayuda para problemas psicológicos y emocionales angustiantes o dolorosos. Cuando les pedimos a las Farc que se arrepientan y pidan perdón, estamos pensando y sintiendo como personas que sufrimos. Suponemos que el aquejado quiere aliviar su dolor y que quiere participar activamente en la solución; es decir, que se debe reconocer que hay un problema con el que hay que hacer algo. Pero aquí está la verdad: los sociópatas no sienten que tienen problemas psicológicos o emocionales, y no ven ninguna razón para cambiar su comportamiento para cumplir con las normas sociales con las que no están de acuerdo.

Entonces si por más de un siglo de estudios clínicos y décadas de investigación, el misterio del sociópata sigue siendo lo que es: un misterio, los acontecimientos políticos recientes nos deben proporcionar, en el escenario presentado, las certezas necesarias de lo que debemos y podemos hacer.

Ya hemos ensayado la solución militar, con una mejora ostensible del país, que hoy, desafortunadamente, está en riesgo. Esa es una posibilidad que no se puede descartar. Por otra parte, en lugar de tratar de recoger los pedazos de una sociedad por una paz mal pactada, después de que el daño ya está hecho, lo lógico sería aumentar nuestros esfuerzos para comprender este trastorno desconcertante, cuando ya ha invadido la sociedad, pues las Farc encuentran cajas de resonancia política, disfrazadas de disentimiento de izquierda; centrarnos en la búsqueda de eficaces terapias sociales en vez de engañarnos con una política que busca resocializarlos, cuando lo único que se puede hacer es socializar con ellos. Se puede admitir que se está enfermo, aunque no se comprenda la enfermedad, y mediante COMPROMISOS RACIONALES, no de fe, aprender a ser un sociópata funcional. Así, en vez de seguir dedicando recursos masivos a la persecución, el encarcelamiento y la supervisión de los sociópatas después de que hayan cometido delitos contra la sociedad y seguir ignorando el bienestar y la difícil situación de sus víctimas que no se resuelve con un nuevo sistema político, más bien deberíamos meditar en una antigua realidad que se llamaba CONVERSIÓN, pues iba a la raíz del problema: el espíritu. Como ese factor está descartado, los científicos consideran la sociopatía como un misterio. Y se convertirá en tragedia, si no asumimos y hacemos algo para que no nos corten las alas de la fe y el espíritu para trascender el mal original de la humanidad que nos está destruyendo. La solución sería, para decirlo mal y pronto: paz con terapia o, desafortunadamente, rejo. Pero para eso hay que estar anclado en el valor de creer en una defensa justa de la patria, no un entreguismo cómodo.

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