Estrategia perdedora

En el papel, la estrategia diplomática de Colombia para manejar la crisis con Venezuela tiene lógica.

Ante el fracaso del diálogo directo entre las ministras de Relaciones Exteriores la semana pasada, se ha buscado hacer ruido en distintos espacios multilaterales con miras a aumentar la conciencia regional e internacional sobre el drama humanitario de miles de connacionales, dejar constancia de que el Gobierno colombiano está haciendo lo imposible por encontrar una solución, evitar caer en la “diplomacia del micrófono” que en el pasado ha sido contraproducente y generar costos a Venezuela por su reticencia a acordar bilateralmente medidas concretas para resolver la situación. Sin embargo, la votación fallida en la OEA para convocar una reunión extraordinaria de cancilleres sugiere todo lo contrario. ¿Cómo se explica que una estrategia tan sensata sea perdedora?

Más allá de la disfuncionalidad de la OEA, la falta de liderazgo de Brasil, la renuencia de la mayoría de países latinoamericanos a confrontar a Venezuela y la preferencia de muchos por Unasur, a Colombia le falta política exterior. El hecho de que el voto caribeño fuera mayoritariamente de abstención resalta no sólo una realidad geopolítica en la que tanto Venezuela como el petróleo siguen teniendo peso en el Caribe, sino la inexplicable ausencia de éste dentro de la visión colombiana de su papel en el mundo. Aún después de la debacle del archipiélago de San Andrés y Providencia, no se observan intentos claros por corregir este vacío.

A su vez, los errores de cálculo de los votos, combinados con el tono veintejuliero del discurso del embajador Andrés González, sugieren importantes “fallas mecánicas” en la diplomacia del país. Toda votación en un organismo multilateral es un cruce complejo de lealtades y cuentas de cobro. Si Colombia no contaba con la mayoría reglamentaria para ganar, o si todo pendía de la posición de Haití (que votó en contra) y Panamá (que se abstuvo con el pretexto inverosímil de querer mediar), ¿por qué no ejerció mayor lobby y por qué decidió llamar a votación? ¿El apoyo colombiano (o no) a la aspiración panameña de ingresar a la Alianza del Pacífico no habría podido contrarrestar cualquier ofrecimiento de Venezuela?

El hecho de que el agitado discurso del embajador González girara más en torno a los agravios sufridos por una Colombia “indignada” y “ultrajada” por Venezuela, y menos a la crisis humanitaria como tal, dejó vía libre para que el veterano excanciller Roy Chaderton pidiera que su homólogo dejara de armar otro “circo mediático”, en clara alusión a las funestas estrategias diplomáticas del gobierno de Álvaro Uribe. Un manejo calculado de las cifras actuales de colombianos retornados y deportados —que según Acnur podrían ascender a 70.000— habría sido más efectivo.

Pese a todo, las relaciones internacionales siguen siendo el área mejor evaluada de la política pública. Si bien la responsabilidad inmediata de la estrategia perdedora de Colombia es del Gobierno y los funcionarios “diplomáticos” que nos representan, cabe preguntar si el desinterés que genera la política exterior, salvo en coyunturas críticas, no nos hace cómplices a todas y todos.

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