FAROLERO SIN AGALLAS

La paz sincera es el estado superior del espíritu del hombre. Allí no hay egoísmo, mezquindad, odio, envidia y todos esos sentimientos o esas actitudes enfermizas unas y aprendidas otras, que enceguecen y perturban la mente, hasta el punto de no retorno en la degradación de la condición humana.

Esas manifestaciones reiteradas nos ayudan a entender y a confiar o desconfiar, de quienes viven coherentemente con sus predicados o erráticamente y al son de las encuestas, las tendencias y las presiones de los demás.

En esta semana, en un acto en donde le demostraron respeto y admiración al Gran Colombiano (para el dolor de algunos) y cuya presencia se mantiene viva en las mentes de la mayoría de los colombianos, el presidente Santos con su acostumbrado oportunismo y para conseguir algo de aprobación, amenazó con parar las tertulias de La Habana si sus amiguitos continuaban con sus atentados terroristas en contra de la población civil o el ambiente.

Salen esas palabras, apropiadas para un hombre de carácter y, de inmediato, aparece la sonrisa incrédula en la cara de la población colombiana. Cuántas veces hemos escuchado promesas que allí se quedan, ejecutorias que sólo están en la mente de este señor, negaciones de realidades (El tal paro agrario no existe) que lo atropellan y sigue tan campante como si no pasase nada. O ¿esos atentados son nuevos para él y no se había percatado de su ocurrencia?

El enredo que armó para seguirle la corriente a su hermano mayor, aunando esa ansia de reconocimiento internacional, lo tienen envuelto en una camisa de fuerza de la cual no saldrá indemne.

Se metió en un pantano sin fondo cuyo lodo lo atenaza y le impide salir; se comporta como ese pendenciero cobarde que decía "cójanme, cójanme que si me dejan suelto lo golpeo", mientras se arrimaba a sus amigos para simular esa sujeción.

Esos amigos son aquellos que, asustadísimos o interesadísimos en que esa farsa continúe, salen a medrar para que no se suspendan o se paren esas insulsas tertulias que nos mantienen anestesiados en una vana esperanza de paz sin asidero en la realidad. Cuando amenazó, sabía que tendría amigos o compinches que intentarían públicamente, aconsejarlo para hacer lo que en el fondo quiere, que no es otra cosa que seguir indefinidamente en esa monserga en la que se metió sin prever las consecuencias. Cuando se actúa con improvisación se corren riesgos incalculables.

La respuesta de sus contertulios es amenazante. Esta si es calculada, aprietan con más fuerza los nudos de las ataduras que lo tienen inmóvil, al expresar que ellos, también se pararán de la mesa si se sigue persiguiendo a sus líderes.

Aquí conversar sin detener el conflicto rige para una de las partes: Nosotros. Los narcoterroristas pretenden ser el tigre en la pelea de este con burro amarrado. Ellos quieren seguir con sus negocios, sus minas, sus voladuras, sus atentados, el asesinato de niños, el reclutamiento de infantes y, en fin, con todo su accionar mientras al Ejército le exigen que observe sin la iniciativa y sin reaccionar a sus ataques.

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