Fatiga de metal

Mientras transcurre esta farsa, las FARC le hacen saber al Presidente de lo que son capaces con la ayuda de su amigo, el tiranuelo de Venezuela. Porque lo que pasa en el Catatumbo no es solamente un ensayo experimental de cómo nos roban pedazos de la Patria sin que lo notemos. Es el mensaje mal cifrado que las FARC y Venezuela mandan, advirtiéndonos de que se nos van a robar entera la frontera. Santos tampoco lo nota. Está jugando, nadie lo dude, un póquer distinto en una mesa distinta. Y nosotros nos declaramos, otra vez, con el metal fatigado. Mejor dicho, absolutamente mamaos.

No encontramos otra expresión más adecuada para expresar lo que estamos sintiendo con los diálogos de La Habana. Los jóvenes, más espontáneos y descriptivos dirían que los tienen “mamaos”. Así estamos con las declaraciones diarias de estos bandidos, que se mantienen en lo mismo del primer día sin que el equipo negociador de Santos lo advierta; con los discursos de De La Calle, en los que no cree ni él mismo; con las manifestaciones que el Gobierno se le roba a ciertas personalidades que caen en sus garras y que hablan de la paz, de esa paz, con mera cortesía; con los avances que se pregonan cuando no hay uno solo, salvo que se llamen tales las claudicaciones del país frente al terrorismo. Si señores, tenemos fatiga de metal por todo el uso y el abuso de esa mala comedia.

Tienen fatiga de metal los aviones cuando amenazan desintegrarse porque ya no resisten más el roce con el aire a esas velocidades. Y se siente en el alma de la gente fatiga de metal cuando está harta del manoseo publicitario, de los discursos inútiles, de las promesas engañosas.

Un año y medio después de abierto el sainete, estamos en lo mismo. Las FARC no se han replegado ni un milímetro de que no pagarán sus miembros ni un día de cárcel; de que no le entregarán a nadie sus armas; de que quieren una Asamblea Constituyente, integrada como a ellas les de la gana; de que no pedirán perdón, porque no están arrepentidas de nada; de que exigen, gratis, parte sustancial del Congreso; que de firmarse la paz deberá desmontarse la Fuerza Pública, para “desmilitarizar” el campo; de que deberán crearse decenas de comunidades campesinas en todo el país, donde no haya otro poder que el suyo, ni otra autoridad que la que ellas ejerzan; de que no les mencionen el tema del narcotráfico, porque de coca, amapola y canabis no saben nada; de que no devolverán un metro de tierra, porque no se han robado alguno; de que ni les hablen de verdad y menos de reparación; de que no se someterán a los jueces de la República porque no son dignos de juzgar semejantes próceres; y de que es preciso reconstituir el país para abrirle paso a un comunismo tan actualizado y progresista como el que hace cincuenta años predican con sangre y terror.

Queda cualquiera estupefacto cuando le recuerdan este credo intocable da las exigencias farianas. ¿De qué paz se habla? ¿De cuáles avances se hace mérito? ¿Para qué todos estos meses de tanto trajín y tanta mentira y tanta publicidad barata?

Vuelven los plenipotenciarios a La Habana. Los fotógrafos ya no retratan nuestros enviados, teniendo disponible tanto material inédito. Márquez y Santrich y París y Granda disponen de micrófonos abiertos para sus sandeces, y la Holandesa adorna los videos con su hierática figura. Otra vez. Como hace diez días y un mes y seis meses y ocho. Para lo mismo. Para nada. Nos tienen mamaos.

Es curioso que el Presidente Santos no lo note, siendo tan sensible a la opinión. Las encuestas son demoledoras. La gente se dice encantada con diálogos que conduzcan a la paz, y rechaza con furiosa mayoría cualquier intento por conseguirla con impunidad y ejercicio político de los detestables bandidos que le han hecho tanto daño. Es tan manifiesta esa contradicción, que solo se explica porque se siente rehén de su propia criatura, porque no tiene salida, porque está obligado a mantenerse en un cuento en el que nadie cree, ni siquiera él mismo.

Mientras transcurre esta farsa, las FARC le hacen saber al Presidente de lo que son capaces con la ayuda de su amigo, el tiranuelo de Venezuela. Porque lo que pasa en el Catatumbo no es solamente un ensayo experimental de cómo nos roban pedazos de la Patria sin que lo notemos. Es el mensaje mal cifrado que las FARC y Venezuela mandan, advirtiéndonos de que se nos van a robar entera la frontera. Santos tampoco lo nota. Está jugando, nadie lo dude, un póquer distinto en una mesa distinta. Y nosotros nos declaramos, otra vez, con el metal fatigado. Mejor dicho, absolutamente mamaos.

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