Fidel R.I.P.

Noticia tras noticia. De las fiestas, se dice que austeras, del teatro Colón pasamos de la noche a la mañana a los crespones por el fallecimiento de Fidel Castro. La agitada vida periodística.

Lo del Colón no hubo ni tiempo de comentarlo. Palmas al presidente Nobel; éste se incorporó con cierto deleite nervioso, como en otros tiempos, cuando los mandatarios de los colombianos se asomaban al palco presidencial del fastuoso teatro, entre una salva de aplausos. O acaso como Lincoln en su mejor momento del final de la guerra y en su peor hora, en los palcos del teatro Ford de Washington. Pero mejor no evocarlo ahora.

Del discurso de Timochenko no hay mucho que decir. Sobresalió su saludo a Trump, inesperado, luego explicado por él en el programa de María Jimena, que es siempre ameno cuando lo modera ella, aunque parcializada. Dice Timoleón que EE. UU. ha estado presente en el proceso de paz y es factor importante en su implementación. Por supuesto, hay que garantizar, piensa uno, la no extradición y, cómo no y si fuera posible, la liberación de Trinidad.

Pero el sábado amaneció muerto el líder cubano, mentor y origen del cambio climático de la política suramericana, para así llamarlo, en el cual acabamos de caer, inmersos de lleno en el socialismo del siglo XXI, con una Constitución referida a los pactos de La Habana. Imagino que del Colón saldremos enlutados a los funerales de Fidel Castro y que la guerrilla que acababa de pisar Bogotá regresará a la dolorosa despedida del jefe de la revolución. Santos viajará, supongo, con todos los demás jefes de Estado de esa corriente que se lo llevó consigo.

Respetamos a esta hora la vida y muerte de Fidel Castro. Nos dolemos así mismo de sus víctimas ejecutadas en el paredón, víctimas que no serán tenidas en cuenta como tampoco lo han sido las de Colombia, que mucho se nombran para acreditar un proceso de fingida paz, reconciliación y no repetición.

Fidel, descanse en paz. Hay que decirlo en el mejor sentido cristiano. Comulgó el cuerpo de Cristo —tengo la foto de hace muchos años, no me pregunten dónde la tengo, luego de algunos trasteos— comunión que es garantía de resurrección. Cuándo perdió la fe y en qué momento asumió la doctrina de Marx, no lo sé, pero aquella ingesta eucarística (“el que come mi cuerpo…”) lo tenga en la gloria de Dios.

***

Sonaban pitos en la carrera 13 de Bogotá, muy cerca del apartamento en que vivía con mis padres, en el barrio de Marly, cuando bajamos presurosos a unirnos a aquella fiesta callejera que celebraba la caída de Fulgencio Batista en Cuba y la victoria militar de nuestro héroe de la Sierra Maestra. Bajé hasta la 13 con mi padre, quien era algo entusiasta de los movimientos cívicos. Cruzó la carrera un automóvil Pontiac que portaba sobre el capó un inmenso pendón rojo y negro. Le digo, entonces, a mi padre: subámonos, esto es comunismo.

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