«Francisco Santos es un hombre químicamente bueno»: Uribe

Prólogo de 'Rebelde con causa', nuevo libro de memorias del exvicepresidente, escrito por Uribe.

Este prólogo se constituye en la primera ocasión en que me refiero al autor como Pacho. Siempre en nuestro diálogo le he dicho doctor Francisco, o Vicepresidente después de la elección en el 2002. A diferencia de los muchachos de ahora, mantengo aferramiento a muchas formalidades, que aún me hacen sentir extraño al escuchar a mis hijos decirle Pacho, acompañado de un saludo expresivo y afectuoso, el mismo que hoy observo entre miles de compatriotas y su interlocutor Francisco Santos. Por razones de afecto, admiración y gratitud, entro en el terreno de la informalidad, que en estas líneas repite muchas veces Pacho.

Nuestro contacto personal había sido fugaz hasta el momento de su escogencia como fórmula vicepresidencial en el 2002. Conocía su trayectoria como líder de la búsqueda de la seguridad y la paz, siempre enmarcada en una férrea defensa de los derechos humanos, circunstancia que lo hacía candidato ideal para la interlocución sobre estos temas, tanto con la comunidad nacional como con la internacional.

Al igual que millones de colombianos, Francisco Santos fue víctima de la violencia. Su cuñado Andrés Escabí murió en el avión de Avianca que derribó el narcotráfico en 1989. Solo un año después, él mismo fue secuestrado por Pablo Escobar y permaneció ocho meses en cautiverio, encadenado a una cama. Pero, en una respuesta propia de su naturaleza y su carácter, Pacho no convirtió esa experiencia en fuente de resentimiento y dolor. Al día siguiente de su liberación se puso al frente de las víctimas de las tropelías del terrorismo, ofreciéndoles orientación y apoyo. Su idea fue la cooperación con las autoridades y la prevención de las acciones criminales. Ese es el origen de la Fundación País Libre, que reúne a las víctimas del secuestro y a sus familias.

Frustrado por el crecimiento del secuestro, organizó en 1996, con País Libre, las marchas contra el secuestro. Participé activamente como gobernador de Antioquia en la de Medellín, al lado de su esposa, María Victoria. Luego impulsó el Mandato por la Paz y, en 1999, el movimiento ¡No Más!, esfuerzos reconocidos en todo el mundo por la valerosa denuncia de los atropellos de los terroristas contra la población.

Pacho, por su activismo y compromiso con las víctimas, se convirtió en uno de los principales objetivos de la terrorista Farc, asedio criminal que lo obligó a asilarse durante varios años en España. Allí lo encontré en diciembre del 2002; en compañía de Plinio Apuleyo Mendoza y Carlos Alberto Montaner, hablamos ampliamente de la Patria y de mi candidatura a la Presidencia. Catorce meses después vino a Bogotá. Un sábado temprano, antes de emprender alguna de las giras de campaña, me llamó la doctora Alicia Arango Olmos para alterar la agenda e introducir una reunión inmediata con Pacho. Quedó definido que sería el candidato a la Vicepresidencia. Fue un encuentro corto y ausente de circunloquios, con rápido intercambio de ideas y toma de decisiones sin misterio. De idéntica forma nos hemos comunicado durante los once años transcurridos desde entonces.

Colombia conoce a Pacho como un periodista que analiza los temas con profundidad e independencia; como un columnista brillante, directo y franco, que no teme a interferencias de poder ni calcula amenazas de criminales.

En algunas de sus columnas, Pacho había expresado su coincidencia con nuestro programa de Seguridad Democrática. Recuerdo que leí con mucho interés dos memorandos que me hizo llegar sobre la corrupción y el secuestro en Colombia, ideas que incorporé en los temas de campaña.

Coincido con la reflexión que él mismo hace en su libro sobre el porqué de su escogencia como fórmula vicepresidencial en aquella mañana del 2002. Él es, efectivamente, “un activista, un hombre sincero, un hombre legítimamente preocupado por Colombia, independiente, un hombre crítico con la guerrilla y con los paramilitares (…), un activista en favor de las víctimas, como lo fui desde País Libre; un periodista objetivo, crítico y comprometido con la verdad, un defensor de derechos humanos (…), un hombre leal, sincero, descomplicado, decente, sin dobles agendas y un ciudadano comprometido con el futuro de su país”.

Hubo total sorpresa y aceptación cuando anuncié su nombre como compañero de fórmula presidencial. Sorpresa por su atipicidad, ajena a los moldes de la política tradicional; aceptación por sus condiciones de talento y garra.

Él, a la vez que es inflexible en la defensa de los principios y los valores, mantiene su carácter sencillo y afable. A la vez que es resistente a los formalismos, es profundamente comprometido con aquello que considera útil para la Patria, con las tesis, con aquellas que han guiado nuestro trabajo en equipo desde el 2002.

Anticipé con acierto que su inquietud, rapidez mental y compromiso lo llevarían en el Gobierno a aplicar a fondo sus conocimientos, y que absorbería con pasmosa facilidad las materias que le fueran extrañas, y tal cual sucedió. Francisco afirma en su libro que “el Gobierno fue su doctorado en temas nacionales”. Eso debería ocurrirnos a todos, la tarea de gobernar exige mantener unas líneas, un derrotero y a diario aprender. Es menester ser profesor y alumno.

Francisco, los compañeros de Gobierno y mi persona tuvimos la oportunidad de aprender mucho sobre la Patria, como alumnos que quisimos proceder en un diálogo permanente para escuchar las ideas, las críticas, las aspiraciones y los anhelos de los ciudadanos. Ese diálogo, durante las horas y los días de ocho años, no produjo resignación y olvido de problemas, pero sí un tránsito de rabia y falta de fe en las soluciones a una actitud de optimismo personal y confianza en las instituciones, que se expresaba en las mayorías colombianas.

Trabajé ocho años hombro a hombro con el vicepresidente Santos. Llegaba con los primeros al consejo de ministros y salía con los últimos. Daba ejemplo en mantener la iniciativa, cumplir las tareas y alargar las jornadas, sin distinguir días de labor o de descanso.

Mantuvo un peregrinaje permanente por lugares de la Patria. Se desempeñó con idéntica naturalidad al estar en contacto con los compatriotas indígenas de Nazareth, en La Guajira, que al cumplir las más delicadas misiones internacionales. Entre los muchos logros que lideró, yendo en la vanguardia y orientando a sus compañeros de delegación, de incalculable beneficio para Colombia, menciono dos: obtener para Cartagena el Congreso Mundial de Turismo de Naciones Unidas; y para varias ciudades sedes, el Mundial Sub-20 de fútbol.

El Congreso Mundial de Turismo fue el puente entre la resistencia por temor para venir a Colombia y el despertar de la afluencia masiva para contagiarse de la tierra de pasión. Ese congreso le dio validez a aquel video que concluía “el único riesgo es que te quieras quedar”.

El Mundial Sub-20 de fútbol fue una especie de reconocimiento a un país que estaba haciendo el esfuerzo para salir del desempeño mediocre y ser sobresaliente en seguridad, confianza de inversión y política social.

El trabajo del Vicepresidente fue fundamental para cumplir con la proposición, incorporada al Manifiesto Democrático, de que la Seguridad Democrática tuviera expresión material en la protección efectiva de periodistas, sindicalistas y comunidades vulnerables. Esta tarea tuvo un mérito adicional: se cumplió con fervor.

Para evitar que este prólogo supere en extensión las páginas del libro, debo, en síntesis, mencionar otras acciones guiadas por la batuta del Vicepresidente: la decisión de destruir las minas antipersonales, que por razones pedagógicas poseían nuestras Fuerzas Armadas, ejemplo que se dio a la comunidad internacional, no obstante la necesidad de enfrentar al terrorismo; el arduo trabajo que finalmente adoptó el documento de Política Económica y Social sobre acción afirmativa para reivindicar a los compatriotas afrodescendientes; el estudio, coordinado con Luis Carlos Restrepo, colombiano ejemplar, para diseñar la Ley de Justicia, Paz y Reparación; el combate singular del reclutamiento o cualquier forma de violencia contra los niños; el desafío a todos los países para que asuman su cuota de responsabilidad en la lucha contra el flagelo mundial de las drogas; y el afán por la transparencia. Basta citar un ejemplo: aquellas audiencias televisadas que, con el ministro Andrés Uriel Gallego, presidió para adjudicar la concesión para el aeropuerto El Dorado de Bogotá.

La franqueza y la espontaneidad en la interlocución con Francisco Santos facilitan la toma de decisiones sobre temas complejos. Tenerlo enfrente es mirar a alguien que por su bondad es impresionable, por su inteligencia es imaginativo y por su carácter es firme. Recibe razones que remueven sus primeras impresiones.

Hace poco, en un foro, sentado en la silla contigua, lo noté indignado por un comentario inaceptable que provenía de autoría destacada. Pensé que por su agudeza respondería con ironía lapidaria. Me atreví a decirle lo que me aconsejó ante situaciones semejantes pero muchas veces violó: “Vicepresidente, no piense en el ser de la ofensa sino en el compromiso con el pueblo de Colombia, deje que la ofensa pase de largo y refuerce la comunicación de sus propuestas programáticas”. Razonó y procedió como creo que debió hacerlo. Se convirtió en mi profesor porque a mi temperamento le cuesta más trabajo adoptar mis propios consejos.

En nombre de mi familia, quiero rendir el testimonio de nuestro afecto a María Victoria y a sus hijitos. Los hemos visto crecer, pasar de la primera comunión al primer noviazgo, llegar de la primera adolescencia al debate universitario. No ven a Colombia a distancia, desde lunetas de privilegio, se compenetran con la carne y hueso de nuestros compatriotas.

Apreciados lectores: a continuación, lean las páginas de un luchador superinteligente a quien conocí en 1991 en la Universidad de Harvard, de quien nunca pensé que tuviera que dar tantas batallas, no obstante que en aquel momento ya tenía heridas que honran el compromiso.

Rebelde con causa

Las memorias de Francisco Santos son el resultado de conversaciones que sostuvo con Jaime Jaramillo Panesso. Allí toca temas como su infancia, su experiencia en EL TIEMPO, los ocho meses que estuvo secuestrado y sus dos periodos como vicepresidente de Álvaro Uribe Vélez, entre el 2002 y el 2010.

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