Gobierno con dudosa capacidad de diálogo

“Pronto serás parte de la conversación más grande del mundo”, reza el lema de la nueva campaña publicitaria del Gobierno central, con la que se busca involucrar a los colombianos en el diálogo. La palabra diálogo es repetida insistentemente en dicha estrategia mediática. El diálogo como uno de los principales valores que se han perdido en el país (¿alguna vez lo tuvimos?). Todo apunta a prepararnos para la terminación del conflicto armado con las Farc. Con buena razón, la presidencia invita al diálogo; es loable, tenemos que aprender a escucharnos y a aceptar otras razones y puntos de vista.

Pero hay una distancia enorme entre los hechos y las palabras. El diálogo debe ser una actitud en la vida y no solo una estrategia publicitaria. El diálogo debe ser herramienta de los gobernantes elegidos por votación popular. Los gobernantes que se ufanan de la democracia que representan no pueden ser oídos solo para llegar al cargo y, una vez elegidos, cerrar los oídos a la gente. Mal, muy mal estuvo la actitud cerrada, sorda, indiferente, insensible del presidente Santos ante las múltiples y disímiles voces que se levantaron en el país contra la venta de Isagén.

¿El diálogo es válido solo cuando se está seguro de sumar voces que lo acompañen en su proyecto de terminación del conflicto con la guerrilla, pero no le sirve para discutir y debatir la venta de un bien público, del cual solo es administrador? ¿Le dio miedo enfrentar el debate público, porque lo sabía perdido? ¿Qué clase de dirigentes son estos? Lo mismo pasó en Medellín con Parques del Río: se les mete una cosa en la cabeza, solo ven su razón (que puede ser válida pero no suficiente), son incapaces de escuchar, entender y aceptar otras razones, temen el peso de los argumentos en contra y terminan haciendo cometer al país o a la ciudad errores de dimensiones económicas multimillonarias, irreparables.

Los dirigentes públicos tienen que ser personas capaces de escuchar y no tener miedo al disenso ni al debate. Quien asume un cargo público es para trabajar por la comunidad, no para construir sus propias vanidades; alguien con la valentía para hacer lo mejor por la gente, aunque eso no coincida con su visión o la de sus asesores. Es hasta que las nuevas generaciones lo entienden y llegan gobernantes con esa mentalidad.

Es completamente válida la campaña del diálogo como construcción de convivencia. Y la convivencia, en términos democráticos, también se construye escuchando y aceptando voces que disienten de las iniciativas (algunas veces testarudeces) de los gobernantes.

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