Golpe de Estado en Venezuela

La respuesta del régimen es radical: no entregarán el poder y no están dispuestos a que Venezuela sea una nación en la que todos los venezolanos tengan cabida.

Lo que ha sucedido recientemente en Venezuela no es otra cosa que un golpe de Estado.

Cuando no se recoge y más bien se hace caso omiso de la voluntad del elector; cuando de manera tramposa y amañada se invita y se permite que el poder sea ejercido por un órgano o un cuerpo diferente de aquel que ha sido ungido por el pueblo para decidir sobre asuntos en los que está en juego el interés público de la nación, se está ante una dictadura.

En Venezuela lo más grave es que el ciudadano ha sido manipulado. Está comprobado que la Constitución de Chávez, en la que aparentemente se le reconoce soberanía al pueblo, no es más que un escudo diseñado y esculpido para desconocer precisamente la voluntad del constituyente primario.

Las últimas elecciones, en las que se eligió a los miembros de la Asamblea Nacional fueron contundentes: más del 70 por ciento de los venezolanos se pronunciaron en contra del sistema obsoleto, antidemocrático y totalitario que instauró Chávez y continuaron sus secuaces, los señores Maduro y Cabello.

Es indignante ver cómo el Parlamento, en Venezuela la Asamblea Nacional, órgano representativo de la democracia por excelencia, se ha convertido en juguete desechable y ya desechado por parte del “dictador y tiranuelo tercermundista” –como lo ha denominado Mario Vargas Llosa en una maravillosa nota publicada en ‘El País’(24/01/2016)– y por sus leviatanes, entre los cuales destaca el señor Diosdado Cabello.

Como la Asamblea rechazó la convalidación del decreto que declaraba la emergencia económica en ese país por 107 votos contra 53 del oficialismo, este, en un acto burdo y ordinario, que violenta la propia Carta Fundamental, llevó el decreto ante lo que Cabello llamó ‘democracia directa’. Más parece un circo haciendo una parodia del siglo de Pericles, que un hecho propio de los tiempos modernos.

La oposición, fina y algo ingenua, ofreció al Ejecutivo concertar las medidas que resultasen fundamentales para salir de la crisis, de tal suerte que sea entre el Presidente y sus ministros y la propia Asamblea, como se empiece a allanar el camino, no solo para ir encontrando soluciones a la profunda catástrofe económica en la que el “socialismo del siglo XXI” tiene sumido al país, sino para ir construyendo la posibilidad de diálogo, tan necesario en esas circunstancias.

La respuesta del régimen es radical: no entregarán el poder y no están dispuestos a que Venezuela sea una nación en la que todos los venezolanos tengan cabida.

Pobre Venezuela; pobres los venezolanos. ¿Hasta cuándo tendrán que padecer las artimañas y triquiñuelas de esos sujetos que se aferran a un poder ejercido para sí, de manera terca y egoísta?

¿Será posible que un modelo tan destrozado, probadamente desastroso y que va en contravía de las democracias, los derechos y las libertades propias del siglo XXI, tenga un mínimo de posibilidad de seguir adelante?

Es imperdonable que la comunidad internacional permanezca impávida ante la evidencia cada vez más clara de que allí no hay ningún atisbo de democracia, de que los derechos de millones de ciudadanos venezolanos se encuentran pisoteados por unas pocas botas y que la violencia que se manifiesta de diferentes maneras sigue recrudeciéndose.

Resulta paradigmático que mientras este nuevo golpe de Estado se va consolidando en Venezuela, los miembros de la Celac, reunidos ahora en Ecuador y preocupados por la pobreza, la paz, el terrorismo y la economía, le den el micrófono al tirano para que siga haciendo gala de los más ridículos argumentos que no hacen sino profundizar precisamente la pobreza, la inequidad, el conflicto y la crisis económica en esa otrora prometedora nación.

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