Grecia se acomoda a la Unión

Aunque el primer ministro griego intentó negociar la extensión del programa de ayuda en condiciones acordes con sus promesas electorales, al final la realidad económica se impuso.

La elección de Alexis Tsipras como primer ministro griego llegó en momentos en que ese país debía definir una extensión del programa de ayuda vigente con la Unión Europea (UE). Esto obligó al nuevo gobierno a pasar de sus promesas y proclamas de campaña a idear una estrategia que dejara a sus socios europeos satisfechos.

Uno de los principales caballos de batalla de Tsipras a lo largo de la campaña fue la estrecha relación que, según este, existe entre la difícil situación económica que vive el pueblo heleno y la aplicación de las medidas acordadas con la UE.

Por ello es que, una vez en el cargo, Tsipras expresó que su interés era apegarse a las propuestas de campaña, lo que en la práctica significa poner fin a las políticas de austeridad impuestas por el programa de ayuda acordado en 2012 con sus acreedores (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional).

En este orden de ideas, el gobierno griego le propuso a sus socios europeos la revisión del programa vigente y la definición de un periodo de transición de seis meses que sirviera de puente financiero para mantener la economía a flote, al tiempo que se aplicaran aquellas reformas propuestas por el gobierno y no impuestas por sus acreedores.

En particular, el gobierno de Atenas se comprometía a implementar una serie de medidas entre las que estaban la puesta en marcha de un sistema impositivo más justo, la mitigación de las repercusiones de la crisis humanitaria y el alivio de la deuda pública. Con esto se abría la posibilidad de que Grecia retomara la senda de crecimiento y progreso.

Sin embargo, en respuesta a esta posición, los socios europeos conminaron al gobierno griego a pedir una extensión del programa de ayuda vigente. Alemania lideró la postura más radical al no consentir concesión alguna.

Las posiciones extremas planteadas llegaron a generar temores de que al final Grecia se viera forzada a romper con la Unión Europea, lo cual no solo afectaría al país heleno sino que tendría impactos que irían más allá del viejo continente pues algunos analistas consideran que las repercusiones serían aún mayores a las de la crisis financiera de finales de la década pasada.

Conocidas las posiciones, días atrás comenzaron los diálogos y los encuentros oficiales entre las partes los cuales, aunque no aseguraban un acuerdo definitivo, sí mostraban avances, ya que Grecia comenzaba a ceder en la mayor parte de los puntos exigidos por el Eurogrupo.

En la negociación, no obstante su rígida posición ideológica y su discurso poco conciliador, el país heleno se enfrentó a una realidad cruda: la falta de fondos para responder a sus apremiantes necesidades financieras. En 2015 Grecia debe efectuar pagos a sus acreedores por valor de 17.000 millones de euros.

El pasado viernes el presidente del Eurogrupo informó que se acordó con Grecia ampliar por cuatro meses la ayuda financiera. Además, Atenas se compromete con un programa de reformas más amplio. Cabe esperar que el acuerdo le facilite al país heleno activar su economía.

De todas formas, Tsipras tendrá que salir a explicarle a su electorado que la dura realidad económica de Grecia le obligó a dejar atrás sus banderas y proclamas políticas y que, por ahora, sus salvadores son los mismos países europeos que él tanto fustigó durante la campaña.

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