¿Hacia dónde vamos, señor presidente?

En estos momentos nuestro país es un barco a la deriva con 46 millones de almas a bordo, con la mirada perdida en el infinito puesto que no sabemos a qué puerto vamos a llegar.

El señor presidente, que es el comandante de ese barco a la deriva -con el resto de su tripulación nerviosa y atribulada- ha de saber que vamos navegando por un mar embravecido, que si no logra sacarlo a aguas tranquilas, muy seguramente llegaremos al puerto de la desgracia, donde nos esperan tiempos difíciles.

Soy de los que cree que el cese bilateral, con la concentración de guerrilleros en un solo sitio, es la única solución con el fin de estar controlando su diario accionar, mientras se llega a un acuerdo de paz definitivo, justo y verdadero.

Aceptar un cese al fuego unilateral de parte de la guerrilla de las FARC en medio de semejante escalda terrorista, a partir del 20 de julio, es pecar nuevamente de ingenuos y permitir que continúen midiéndonos el aceite, para saber hasta dónde llega la paciencia de los colombianos, que actualmente en el 75 % no cree en el proceso de paz de la Habana, Cuba.

No podemos permitir que se continúe en la mesa de negociación si la guerrilla de las FARC continúa con la voladura de oleoductos, causando graves perjuicios a sus moradores: sus cultivos han sido arrasados y sus viviendas amenazan ruina, porque cientos de ellas se encuentran en las orillas de los ríos contaminados por la mancha negra de las FARC; los pescadores artesanales que durante toda su vida han derivado el sustento de esta actividad, de la noche a la mañana han quedado sumidos en el desespero, no encuentran cómo llevar el pan a sus hogares.

Es entendible, señor presidente, su entusiasmo por conseguir la paz para los colombianos, que sin lugar a dudas es también la de muchos países circunvecinos que han sufrido el flagelo de la guerrilla de Colombia, como son los casos de: Ecuador, Perú, Venezuela y Panamá, no olvidemos que el poder del dinero que ostentan -gracias al negocio del narcotráfico, secuestro, extorsión y chantaje- los ha llevado a crear en el exterior toda una cadena de embajadores revolucionarios que están promoviendo células en cada uno de ellos.

Por consiguiente, la internacionalización del conflicto de Colombia salta a la vista, sin embargo, es hora de que desde los escenarios del proceso de paz, los negociadores del Gobierno pongan las cartas sobre la mesa y empiecen a escudriñar una serie de mañas que los señores de la guerrilla de las FARC, sentados en la mesa de negociación aún no han querido mostrar.

Soy de los que creen, señor presidente, que al proceso de paz le está faltando mucho pueblo y mucho entendimiento de razón y lógica, no se pueden dejar cabos sueltos, hay que vincular a todos los sectores de la vida nacional: Centro Democrático, Partido Comunista, Polo Alternativo, Partido Conservador, Partido Verde y todos las demás organizaciones que quieran participar aportando sus ideas.

La paz jamás puede ser elitista puesto que debe llegar con un mensaje claro de reconciliación y concordia a todos los sectores de la población, al hacer lo contrario, quedarían  cabos sueltos que finalmente se verán activados en la etapa posconflicto generando nuevos hechos de violencia.

Debemos entender, señor presidente, que los anhelos de paz no solamente están en la conciencia de todos sus gobernados, también lo está en la conciencia de la comunidad internacional, que está siguiendo paso a paso las negociones con el fin de estar atentos a colaborar en la etapa posconflicto con aportes de  gobiernos amigos.

Lo más preocupante es que después de casi tres años de negociaciones en la Habana, Cuba, no vemos luz al final del túnel por ninguna parte, todo se está yendo en dilaciones y ya se nota el cansancio de las partes, puesto que de la retórica inicial no se ha podido llegar a las grandes definiciones, que es lo que necesita el pueblo colombiano.

¡Cuánto diéramos, señor presidente, por que su entusiasmo por la paz, por la cual tanto ha luchado, llegara a ser una realidad! Pero es que lamentablemente nos encontramos frente a un interlocutor que todos los días cambia las reglas de juego, y va a ser muy difícil llevarlo por los caminos del entendimiento, puesto que llevan más de 50 años en las selvas de Colombia, desafiando el Estado y violando las más elementales normas del Derecho Internacional Humanitario.

En conclusión, es un grupo subversivo que prácticamente se acostumbró al régimen de la guerra y de la clandestinidad, por consiguiente, se requiere tratar el problema con la asesoría de expertos en el manejo de conflictos armados que hayan perdurado a través de varias generaciones y dejado a su paso las más horribles secuelas en sus habitantes, que muchas veces les ha tocado ser participes a la fuerza para salvar sus vidas, bien sea de parte de la ilegalidad o de la Fuerza Pública, que los persigue tildándolos de ser auxiliares de los grupos que operan al margen de la Ley.

Todos los colombianos llevamos heridas en el cuerpo o en el alma causadas por una guerra estúpida y sin sentido que va dejando a su paso muerte, desolación y ruinas; en los miles de hogares: viudas y huérfanos, que vieron asesinar a sus seres queridos o violar a su mujeres en su presencia, lo hicieron simplemente para satisfacer los egos de su crueldad, estos hechos tan inhumanos como criminales, son los que no dejan que la paz se asiente como debe ser: con el perdón, el olvido y la reconciliación, pero, lamentablemente, sin que exista plena reparación de las víctimas es muy difícil que se empiecen a borrar las secuelas de una guerra tan cruel e inhumana que prácticamente recorrió todo le ideario de los códigos penales, y ha violado las más elementales normas del derecho internacional humanitario.

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