Igualdad y democracia

Las raíces de las tensiones que en la política mundial coexisten se hallan en la revolución dual europea del siglo XVIII, en la que la Revolución Francesa aportó los elementos político-ideológicos y la Revolución Industrial inglesa los elementos político-económicos que han soportado las sociedades modernas. Las divergencias se han ido intensificado sistemáticamente con el avance de la democracia y la economía de mercado como bastiones predominantes del nuevo orden social y la libertad como principio fundamental de la posmodernidad.

La igualdad política y la distribución igualitaria de la riqueza constituyen quizá el principal centro gravitatorio de las agendas políticas en todos los países del mundo, ya sea en democracia o por fuera de ella.

Es claro que si la democracia moderna y la economía de mercado no se detienen a resolver el problema de la desigualdad política y económica las agendas alternativas que abogan por modelos ideales favorables a la igualdad impulsada por la planificación del Estado ganarán cada vez más espacios, particularmente en las regiones emergentes como Latinoamérica, Asia oriental y África subsahariana.

El reconocido sociólogo polaco Zigmunt Bauman en el ensayo titulado ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos? Cuestiona ampliamente a los defensores del libre mercado cuando afirman que la persecución del beneficio individual también proporciona el mejor mecanismo para la persecución del bien común, pues para él, así como también para muchos otros, la realidad económica mundial demuestra que la riqueza acumulada para las clases más ricas no se ha “filtrado” en absoluto hacia abajo ni nos ha hecho más ricos al resto, ni nos ha hecho sentir más seguros y optimistas respecto a nuestro futuro y el de nuestros hijos, ni tampoco nos ha hecho más felices.

Claramente los colombianos no son ajenos a la desigualdad y quienes defendemos la libertad como valor supremo debemos ser consientes de la realidad y analizar en detalle las razones de quienes claman por una sociedad menos desigual, debido a que la principal víctima de la desigualdad es en últimas la misma democracia.

Sin embargo, no se puede aceptar el chantaje de las armas de los que buscan ser los interlocutores legítimos frente a tamaña discusión ni tampoco a los redentores simpatizantes con el populismo socialfascista que se valen de discursos polarizantes para promover el caos y lograr asidero de sus plataformas ideológicas.

La resistencia del país político frente a la “izquierda” obedece en parte a que quienes promueven alternativas al libre mercado se basan en propuestas teoréticas no probadas o perversamente implementadas en otros países a lo largo de la historia, incluso en el vecindario.

Muchas de sus propuestas generan resistencia y desconfianza, pues con sus modelos ideales de sociedad se exceden al querer transformar radicalmente lo que los colombianos apenas están descubriendo con el libre mercado. Además, la altisonante intolerancia con quienes sienten desconfianza hacia sus modelos de sociedad igualitaria es una de las causas que han impedido integrar la agenda de la izquierda democrática en la política nacional.

Hay que quitarle a la “izquierda” la exclusividad que ella misma se ha endilgado para agitar las banderas que promueven la justicia social, pues más que ser un asunto partidario debe ser el principal reto democrático de todos los sectores políticos del país. Hay que blindar a la democracia colombiana de la amenaza del populismo que se siente cómodo pregonando discursos afines a la igualdad y justicia social.

Si reducir la desigualdad política y material es interés primario de la sociedad colombiana, cabe considerar entonces los planteamientos del reconocido politólogo norteamericano Robert Dahl, quien sostiene que fortalecer las instituciones democráticas es sin duda el mejor mecanismo para lograrlo, pues la democracia es el único sistema político que deriva su legitimidad y sus instituciones políticas en la igualdad política.

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