JUEGUEN LOS APOSTADORES

Así sea impredecible el desenvolvimiento de la política en Colombia, los últimos acontecimientos llevan a presagiar que dos hechos de trascendencia se producirían en este primer semestre del año.

El primero, la probable reelección de Santos. El segundo, que conscientes de esa posibilidad, se cambiaría la candidatura presidencial del uribismo con el fin de competirla.

Las encuestas –si se cree en la solvencia técnica y ética con que se elaboran– vaticinan un nuevo cuatrienio para Juan Manuel Santos. Mejora su imagen en cada sondeo de opinión, situación favorecida, más por la ausencia de un contradictor fuerte y carismático, que por realizaciones que seduzcan a la opinión pública.

La candidatura de Zuluaga está atascada. Siendo un hombre idóneo y probo –dos características escasas en la política– carece de dinámica propia y de poder para calar en la masa de votantes en forma tal que pueda poner en peligro la aspiración del candidato a reelección. Sigue estancado con el agravante de que, a diferencia del actual mandatario, no avanza en las encuestas.

El expresidente Uribe debe estar preocupado por el poco vapor que sale de su candidato. Ha puesto el mayor empeño y coraje para promocionarlo. Se recorre el país con esa voluntad tesonera para batallar por lo que cree. Gira contra su gran prestigio sin el egoísmo calculador del pragmático. Pero igual que las locomotoras de la prosperidad santista, su candidato no arranca.

Ya voces amigas de Uribe -el líder que le devolvió al país tanta seguridad, la que ahora parece malograrse esencialmente en las zonas urbanas- le insinúan nombres que si bien no serían evidentes ganadores de la lucha presidencial, por lo menos podrían desempeñar un protagonismo que obligara a realizar una segunda vuelta electoral. Como consecuencia, las perspectivas de hacer coaliciones abrirían nuevas esperanzas a quienes miran como pesadilla otros cuatro años de más reculadas y contradicciones. Quien dude de las incongruencias del régimen, no es sino que mire el desenvolvimiento del conflicto marítimo con Nicaragua, manejado con improvisaciones.

Así y todo insistimos en que derrotar a Santos con todo el poder y los recursos del Estado a su servicio, no es fácil. La sola cadena de nombramientos y contratos para satisfacer la glotonería de los legisladores santistas -retocando el repugnante vicio de mandatarios anteriores- y convertirlos en jefes del debate reeleccionista, evidencia hasta dónde está dispuesto a saltarse las talanqueras éticas. Y si a esa estratagema se le suma, repetimos, la ausencia, hasta hoy, de un opositor con capacidad de capitalizar los errores del gobierno y de plantear con poder de convicción sus propias iniciativas, las probabilidades del triunfo de Santos, no son inciertas.

No faltan los apostadores que presupuestan la ocurrencia de hechos imprevistos como que la guerrilla cometa una serie de atentados gravísimos, que dinamiten el proceso de paz lo que debilitaría las ambiciones del reeleccionista. Esto podría cambiar -¿para bien o para mal?- el destino de un país que quiere la paz conseguida pero por caminos de dignidad y de justicia.

Así que este año va a ser sumamente agitado. Tanto por la posibilidad de la reelección, como por la culminación de un nuevo proceso de paz. Ambas situaciones pueden cambiar radicalmente el rumbo del país.

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