La cloaca

Siete de los más altos dirigentes del fútbol global han sido detenidos esta semana en Suiza, por petición de autoridades judiciales norteamericanas. Las acusaciones se extienden a dieciocho, once de los cuales son latinoamericanos. Por ahora no vemos sino la cabeza de ese hongo ponzoñoso y maloliente de corrupción que creció en el interior de las organizaciones encargadas del fútbol, desde la FIFA hasta la Confederación Suramericana, Conmebol, y que pasa por las federaciones de Argentina, Brasil, Uruguay y Venezuela, entre otras. Seguramente abrirá sus redes a muchas otras federaciones y dirigentes, tan pronto como los capturados empiecen a negociar con la justicia norteamericana. No es difícil pronosticar que, más temprano que tarde, aparecerán nombres de directivos del fútbol colombiano. De hecho, las informaciones de prensa recogen que Luis Bedoya, presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, habría recibido siete y medio millones de dólares en la negociación de los derechos comerciales de las próximas cuatro ediciones de la Copa América, sobre los que la empresa Datisa habría pagado la friolera de cien millones de dólares, veinte de entrada y veinte por cada una de las copas empezando por la de la próxima semana en Chile. Acepto apuestas: no será el único colombiano que aparezca enlodado.

A pesar de que Joseph Blatter, presidente de la FIFA, ha señalado que son solo “casos aislados” y que “los delitos se circunscriben a América del Norte y del Sur”, el escándalo se extiende a federaciones y dirigentes de otras altitudes, africanas y asiáticas en particular. Y se suma a las sospechas de sobornos para la adjudicación de las sedes de los mundiales de Rusia, 2018, y en especial de Catar, 2022, donde nadie entiende cómo podría jugarse fútbol en el verano, con temperaturas arriba de los cuarenta grados. Aunque las capturas se produjeron apenas un par de días antes de las elecciones de la FIFA, Blatter fue reelecto de manera abrumadora con el apoyo de, claro, las federaciones de África, Asia, Oceanía y, por supuesto, la Conmebol. Solo le faltó el apoyo de los europeos, que vienen hace tiempos, hastiados con la corrupción de la FIFA, y algunos países de la Concacaf, los gringos los primeros.

El escándalo ha hecho temblar los cimientos del mundo deportivo porque el fútbol es, de lejos, el deporte más popular del planeta, y porque la FIFA es hoy una poderosísima entidad que mueve más de cinco mil millones de dólares y tiene más influencia que muchos de los pequeños estados del planeta, todos ellos con representación en ella, incluyendo algunos territorios que ni siquiera están en la ONU.

Algunas de las firmas patrocinadoras, entre ellas Coca Cola, Hyundai y Visa, han manifestado su preocupación y están pidiendo acciones concretas, incluso señalando la posibilidad de revaluar su participación. Blatter, que sabe cuántos beneficios tienen para esas firmas los mundiales, amenazó con sutileza: “Tenemos una relación de socios. Es un acuerdo que interesa a las dos partes”.

Y esa es seguramente la clave de su reelección tras 18 años en el cargo: el cruce de favores con estados, federaciones, dirigentes y patrocinadores, todos interesados en que el gran negocio continúe. No es gratuito que Vladimir Puttin, en cuyo país se jugará el próximo mundial, haya salido en vehemente defensa de Blatter y de la FIFA y haya acusado a los Estados Unidos de estar, por razones geopolíticas, detrás del escándalo. Habrá quien le crea, por supuesto, porque en este mundo vivimos fascinados por las teorías conspirativas.

En fin, el dinero es la misma razón por la que se auspician, o al menos se toleran, las barras bravas, y por la que los dirigentes del fútbol son eternos, enquistados como sanguijuelas, y por la que cuentan con el apoyo de las cadenas de televisión que se hacen a los derechos de transmisión de los partidos; la misma por la que no se investigan las denuncias de amaños y, en el peor de los casos, se asesinan árbitros y futbolistas, como en la negra noche que duró por tanto tiempo en el fútbol colombiano y de la que no queremos acordarnos. Ya, parece, no hay narcos. Pero unas mafias parecen haber reemplazado a las otras. Advierto, en todo caso, que se bien que hay dirigentes, empresas y clubes deportivos honrados y decentes.

Reconocer la realidad no significa no lamentarla. Es una verdadera pena que la sana pasión de los fanáticos y aficionados se vea convertida en una cloaca de la que afloran las peores versiones de la avaricia humana. Estos bandidos han envilecido la más motivadora diversión de miles de millones de personas a lo largo del planeta. Parecen entender que el dinero es solo un medio y no un fin que todo lo justifica es, hasta ahora, una pelea perdida para la humanidad.

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