¿La crisis de la izquierda?

La crisis profunda de la izquierda latinoamericana puede tener como consecuencia no el fin de la izquierda, sino de una izquierda históricamente bien delimitada en el tiempo, a saber, la izquierda populista de Chávez, Fernández de Kirchner y la de Petro. El populismo latinoamericano tuvo una justificación histórica importante y se presentó como una alternativa a las promesas incumplidas de la democracia representativa, la globalización y al fracaso político de las élites tradicionales en la mayoría de los países de la región.

Las crisis económicas, la devastación de los empleos, y la incapacidad de los diferentes sistemas políticos para mantener el orden político en América Latina, han sido factores que han contribuido a crear en las últimas décadas un quiebre del orden social que ha afectado a todos los sectores sociales. Esta ruptura del orden social, en una situación de extrema inestabilidad política y económica, hizo posible el surgimiento de líderes populistas.

Esa constelación de aspectos fue una perfecta ocasión para una izquierda con vocación de poder al servicio de los intereses básicos de los más desfavorecidos y de la construcción de sociedades justas. Pero esto sucedió solo en parte y el populismo dio un giro con un resultado fatal para la democracia y la izquierda.

En el gobierno de Chávez se impulsaron políticas sociales sobre todo en las áreas de educación, salud y vivienda, que mejoraron la vida de la población pobre. El problema ha sido que en vez de articular estas políticas con los programas de consolidación de una economía moderna y competente, han intervenido en el mundo económico generando su paralización. Destruyeron el capitalismo que existía pero no crearon un modelo alternativo.

En esta etapa de la debacle populista de Venezuela y Argentina los ideales de justicia social de la izquierda son un maquillaje de formas autocráticas y plebiscitarias de aclamación de líderes carismáticos. Latinoamérica regresa a un pasado que pensábamos superado. “La verdadera democracia”, decía Perón, “es aquella en la que el gobierno hace lo que el pueblo quiere, donde el pueblo era su pueblo, transfigurado en todo el pueblo”. “Yo soy Chávez”, decía el caudillo venezolano, “yo soy un pueblo”. ¿Esto no es tiranía?

También creíamos superada la dictadura. Pero no, el presidente Maduro anunció hace pocos días que impondrá una dictadura para impedir que la revolución termine, en caso de derrota en las urnas. Acudir a la dictadura para defender la revolución es injustificable en una sociedad que se basa en procedimientos democráticos. Las democracias deben cuidar que el Ejecutivo que apela directamente a las masas no se ponga por encima de los poderes Legislativo y Judicial. Los poderes estatales deben tener límites.

“Atar las manos”, es la expresión usada para mostrar cómo una Constitución establece límites. La Constitución liberal ata las manos de las generaciones presentes para impedir que estas amputen las manos de las generaciones futuras.

Maduro se niega a respetar esos límites democráticos. Parte importante de la izquierda que -con razón- cuestionó duramente las dictaduras del Cono Sur, lo acompaña ahora, justificando la posible dictadura en Venezuela; ¿no hay crisis de la izquierda?.

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