La lección que nos quedó debiendo Santander

Colombianos: Las armas os han dado la independencia, pero sólo las leyes os darán la libertad.

Francisco de Paula Santander
Congreso de Cúcuta, el 30 de agosto de 1821

Digo lo que digo en el título, porque la frase que, como némesis, interpreta la historia del Palacio de Justicia en los últimos años, representa, nada más, ni nada menos, que LA ENCRIPTACIÓN DE LA INTENCIÓN DEL PODER POLÍTICO POR MEDIO DE LA LEY EN EL FILO DE LA NAVAJA DE LA JUSTICIA. El Congreso de Cúcuta estableció la carta fundacional de Colombia y las bases de un sueño republicano dentro de los principios de libertad y orden. Esa era su intención. ¿Pero cuál es la intención de la ley en el siglo XXI?

Como en Colombia nos hemos dado cuenta que la ley y la política van de la mano, pero no hemos descubierto cómo es que esa falacia se sostiene y se usa para diferentes propósitos, vale preguntarnos: ¿Cómo podría la ley inclinarse para favorecer a un grupo o unos intereses poderosos con las explicaciones prevalecientes y aceptadas de esa misma ley como una representación democrática de la justicia? Respuesta: el problema no sería la ley sino la falta de ética de quien la utiliza. Y, por el contrario, ¿Cómo puede triunfar un razonamiento judicial imparcial a partir de principios neutrales frente al escenario anterior? Respuesta: Mediante la ética y el coraje. Además, ¿Cómo podría esa ley ser una herramienta para el cambio social, positivo o negativo, frente a las explicaciones marxistas, por ejemplo, de la ley como meros desenlaces secundarios de los intereses de unos poderosos o de un partido? La misma respuesta: mediante la ética, mediada por el pensamiento crítico. Esa es la encrucijada que en 20 años no se ha resuelto por la que surgen y se hunden las diferentes reformas políticas y de justicia renunciando al mejor interés del país. A eso yo lo llamo caminar en el filo de la navaja.

Estar en el filo de la navaja significa enfrentar una alternativa difícil, tener que optar por algo que nos inspira tanto interés como recelo. La frase se puso de moda en el mundo occidental cuando el escritor británico W. Somerset Maughan publicó su novela El filo de la navaja. La frase se refiere al equilibrio que se requiere para pensar y actuar en un mundo que no es pura materia pero que a la vez no podría existir sin un orden y una sustancia visibles y perceptibles. El difícil equilibrio necesario para andar ese camino es lo que esos textos comparan con el filo de una navaja. En nuestro caso se refiere al equilibrio que debe existir entre la ley y las realidades e intereses humanos, manteniendo un espíritu justo e imparcial.

¿Se podrá ignorar entonces la evidencia que pone al descubierto el sentido político de la práctica cotidiana de jueces, juristas o políticos que construyen, interpretan o utilizan el derecho o la justicia desde un punto de vista político o un interés, mientras se ven a sí mismos como beneficiarios de esa ‘viveza’?

No es otro el problema que hay en el presente intento de reforma política y judicial. ¿Cómo se llamaría o sería la parte del presupuesto que se le asigne al congreso? ¿Debe el Senado ser o no el juez del presidente? ¿Se revive o no el fuero parlamentario?¿Debe el Fiscal General ser elegido por el presidente o la CSJ? ¿Cómo se les retira el fuero a congresistas y magistrados? ¿Qué debe hacerse con la detención preventiva?¿Debe haber o no jurados de conciencia? Etc. ¿Por qué es tan complicada la decisión? Porque hay intereses encontrados.

Entonces alguien ‘descubre’ que los principios y doctrinas legales no dan respuestas determinadas a problemas o disputas específicas por lo que las decisiones legales deben reflejar los valores culturales y políticos que cambian con el tiempo. ¿Y quiénes hacen el descubrimiento? Muchos: los medios, juristas, columnistas, congresistas, partidos políticos, etc.

Ejemplo. En La Habana las Farc ‘descubrieron’ que la estructura legal y jurídica prevalente en Colombia no podía dar respuesta a la solución del problema de la paz y se inventaron la JEP que quedó encriptada en el poder político mediante un ‘acuerdo’. Estamos viendo el talante sesgado de la JEP.

Para ello se enfocaron los farianos desde un comienzo en las formas en las que el Estado y la ley contribuían, supuestamente, a las jerarquías sociales ilegítimas, explotadoras, produciendo la dominación de las organizaciones campesinas o sindicales, la de los pobres por parte de los ricos, afirmando que las instituciones aparentemente neutrales, operadas a través de la ley, ocultaban las relaciones de poder y control. Se justificó así la rebelión.

De esta manera, según los camaradas, el énfasis en el individualismo dentro de la ley oculta de manera similar los patrones de las relaciones de poder al tiempo que hace que sea más difícil convocar un sentido de interconexión entre la comunidad y el ser humano. Pero ellos usan exactamente el mismo modelo que critican. Por eso se unen las diferentes tendencias de izquierda en su asalto a estas dimensiones de la ley y el estado, enredando considerablemente con sus métodos y puntos de vista particulares la concreción de la paz con ellos mismos. Sin embargo, la pregunta es: ¿Son los camaradas los únicos que utilizan esta estrategia?

En ese escenario encriptado dentro de la diplomacia del congreso las diferentes propuestas provenientes del gobierno, el Centro Democrático, la oposición, los independientes y los otros partidos que buscan consolidar el mejor bien para Colombia deben someterse a un cuidadoso discernimiento en su modo de argumentar equivalente a caminar, cuidadosamente, en el filo de la navaja para no rebanarse el pie. Ese es el secreto del hilo de Ariadna de la encriptación del poder en Colombia que no puede dejar de ocultar su origen político. Esa fue la lección que no nos enseñó Santander. Es lo que se aprende revisando las actas del Congreso de Cúcuta. ¡Allí tenían las mismas discusiones que en el 2018!

Sin embargo, espero que algún día la historia repita las siguientes palabras de Santander que he escogido, con una pequeña contribución de mi parte, para describir el presente congreso y su generación: “La historia de todos los tiempos está llena de grandes hechos y acontecimientos prodigiosos (…) en ella admiramos el genio guerrero del uno, las virtudes cívicas del otro, los talentos de aquel, y el alma grande de éste (…) (Vemos) “la lucha de un pueblo para sustraerse de la ignominiosa dependencia en que vivía” sometido a la sutil telaraña de la encriptación del poder, gracias a la libertad que otorga el pensamiento crítico. (La campaña libertadora de 1819, tomo II, página 342. Escrito por documentos históricos de Colombia.)

Pero la lección que debemos aprender está escrita en los muros del Congreso. De “La historia detrás del mural de Obregón en el salón elíptico del Congreso” de la Revista Semana extraigo lo siguiente:

“Las paredes de la que ha sido desde 1874 la sede permanente de las plenarias de la Cámara de Representantes albergan el mural de Martínez Delgado, reconocido como el mejor muralista del país de comienzos del siglo XX. Su tríptico, titulado Bolívar y el Congreso de Cúcuta, retrata un momento clave de la historia de Colombia: la apertura de la asamblea convocada para unir a la Nueva Granada y Venezuela en una sola nación. Allí, Antonio Nariño, Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander salen con aire solemne con otros próceres de la independencia vistiendo sus uniformes perfectos y sus espadas relucientes.

“Por otra parte, a mediados de 1986, el presidente Belisario Betancur se reunió con Alejandro Obregón para encomendarle una obra que ocuparía la pared detrás de la mesa directiva del salón. “En ese momento estaba limpia”, cuenta. “Había un vacío que llenar y pensé que una obra de Alejandro le daría muchísima potencia a ese lugar.”

“Durante dos meses sobre el acrílico blanco, en tonos hermosos, el maestro barranquillero plasmó cóndores y barracudas, el sol y las montañas. Llamó a esa obra “Victoria de tres cordilleras y dos océanos. Obregón nunca reveló el significado de este mural. Pero el poeta Juan Gustavo Cobo, amigo suyo y quizá el mayor conocedor de su obra, tiene una teoría: “Alejandro quería enviarle un mensaje al país, especialmente a quienes hacen las leyes y actúan en representación del pueblo”, cuenta. “Su idea era mostrar cómo a pesar de ser tan diferentes y de tener tantas opiniones distintas, al fin y al cabo todos somos colombianos y debemos aprender a convivir en la diferencia”.

El contraste entre dos especies, las barracudas y los cóndores, y dos ecosistemas, los encumbrados Andes y el Caribe, todos opuestos, era según Cobo la manera de materializar tal llamado. Pero el movimiento de ambas especies es tal vez el elemento más diciente. “Que los cóndores y las barracudas vayan en sentidos opuestos no es gratuito, sirve para mostrar que dos corrientes contrapuestas pueden convivir en el mismo espacio. Toda una lección para nuestros legisladores”, dice Cobo. Pero las lecciones verdaderas e importantes las ha escrito Dios en el corazón de todos los hombres. Libremente, y a sabiendas, escogemos el llevarlas a cabo, o no. Y no podremos soslayar la certeza de que esas lecciones son la verdad que buscamos para sostener lo esencial de la vida.

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