La paz no está cerca

Este Gobierno pasará a la historia como aquel que promovió todas las formas de impunidad. Lo ha venido haciendo privilegiando sus metas de corto plazo. Animado con el propósito de obtener resultados ha tomado decisiones que van a comprometer el futuro de Colombia. Por supuesto, no estarán aquí para enfrentar las consecuencias. Puedo ya verlos, desde el exterior, pontificando sobre la crisis del país; culpando a quien esté en el poder por no haber ejecutado los magistrales planes de paz que nos dejaron.

Santos es un demagogo. Propone soluciones falsas a los problemas reales, a sabiendas de que las soluciones son tan solo parciales y poco eficientes, muy consciente de que los altísimos costos de estas decisiones no los tendrá que asumir él, pues para cuando se materialicen ya no estará en el Gobierno. Para encubrir las falencias de sus propuestas opta por discursos efectistas que privilegian un resultado de corto plazo, grande y maravilloso, que obnubila el largo plazo. La promesa de la Paz -con mayúscula- es tal vez lo mejor que se le puede proponer a una sociedad; lo deseamos tantos que se confunde el deseo de paz con las posibilidades reales de que aquella se concrete. Elimina el análisis de la eficacia del mecanismo –si conducirá a la paz-. Los propios negociadores han reconocido que la paz no surgirá de la firma, han dicho que se tomará desde 10 años hasta cinco generaciones. Eso no lo oyen quienes, en el ansia de la paz, prefieren creer en soluciones mágicas para obtenerla.

El proceso que requiere la construcción de una Colombia en paz, el único posible, lo tendremos que recorrer así se firmen los acuerdos. Con los acuerdos será más difícil y más largo. La construcción de la paz pasa por la consolidación de instituciones fuertes, capaces de administrar justicia, legislar para todos y administrar el poder público de manera que desarrollo sostenible brinde oportunidades a todos los ciudadanos, provea bienes y espacios públicos para fomentar una Nación con vínculos de solidaridad y respeto que se expresan en el obediencia a la ley, y empatía entre los connacionales. Habiendo firmado los acuerdos, se reafirma el procedente de que la violencia se justifica, que los crímenes aún los de lesa humanidad se justifican y perdonan, y por lo tanto, no hay que pagar cárcel por ellos. El secuestro pasa a ser retención, el reclutamiento de menores, un generoso hogar de paso, la extorsión un impuesto, las bombas en los pueblos y los muertos un mecanismo de protesta. No se pueden crear instituciones fuertes cuando un precedente tan atroz se erige como ejemplo para esta y las futuras generaciones.

El camino hacia la paz sufrirá un grave desvío con este proceso de impunidad y premio a los violentos. Será la siguiente generación, cuando enfrente la propuesta de otros violentos –que en una nueva extorsión- también ofrecerán la cesación de sus actividades criminales a cambio de impunidad y representación política. Ahí estaremos como ahora, ante la decisión de su pagamos la extorsión y aplazamos la decisión una vez más, o decidimos de una sola vez establecer la piedra fundacional del complejo edificio de la paz: la violencia –ninguna violencia- se justifica.

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