La pregunta que nos hacemos

¿Cuáles son las razones que ensombrecen estos cuatro meses del segundo mandato de Santos? ¿Dónde estaría fallando? Y, de verdad, ¿para dónde vamos?

La pregunta que se hacen hoy los venezolanos, incluyendo a miles de decepcionados chavistas, es la misma: ¿hasta cuándo? Como bien se comprende, esta pregunta gira en torno a la esperada y apremiante necesidad de que se derrumbe el desastroso régimen de Nicolás Maduro.

En el caso de Colombia, la pregunta que todos nos hacemos con mucha inquietud es otra: ¿para dónde vamos? Nadie lo sabe con certeza. Desde luego, el presidente Santos intenta hacernos creer que vamos por muy buen camino hacia un acuerdo de paz con las Farc. Pero la gran mayoría de los colombianos no están seguros de ello. Lo revelan las encuestas. Algunas, como la de Yanhaas, se permiten asegurar que hoy solo un 23 por ciento de los colombianos mantiene su confianza en el Presidente. Otra, menos dura, hecha para Caracol Radio y Red + Noticias, sitúa su favorabilidad en un 42 por ciento. De todas maneras, registra un descenso que bien puede proseguir.

¿Cuáles son las razones que ensombrecen estos cuatro meses de su segundo mandato? Infortunadamente, no son pocas las que revolotean como aves de negros presagios en la mente de los colombianos. Ello no se debe exclusivamente a las dudas que inspira el proceso de paz. La continua caída del precio del petróleo y el alza del dólar tienen, sin duda, nefastas consecuencias para la salud económica del país. Se derrumban las confiadas previsiones ligadas a la producción del millón de barriles diarios que iban a ser vendidos a más de cien dólares por barril, así como el nuevo costo, por el alza del dólar, de la deuda pública y privada, la crisis agrícola y la desalentadora posición de nuestra industria en el mercado internacional.

Si antes de la crisis mundial del petróleo el Gobierno reconocía un hueco fiscal de 12,5 billones de pesos, ahora todo indica que este hueco, convertido en tronera, puede llegar a 16, 18 o 20 billones. ¿Dónde estaría la falla de Santos? Ahora todos lo dicen: por falta de rigor en la administración de esos recursos, se desperdició una bonanza que habría podido invertirse mejor en urgentes obras de infraestructura, salud, educación, ciencia y tecnología. En vez de ello, el gasto público aumentó por obra y gracia de prebendas, de la burocracia, de contratos otorgados a los amigos del Gobierno, sin olvidar la compra de votos. Es decir, la ‘mermelada’ destinada a asegurar el apoyo de la clase política tradicional.

La solución propuesta por el Gobierno para salir del atolladero fiscal ha sido una reforma tributaria, demagógicamente bautizada “impuesto a la riqueza”, que va a tener fatales consecuencias. Espantará no solo a los llamados capitales golondrina, sino algo más grave: a los inversionistas extranjeros y aun a los nacionales, buscando todos ellos escapar de un régimen tributario que por primera vez se permite meter mano a su patrimonio. La clase media tampoco escapará a este castigo. Quienes tengan un taller, una tienda, una pequeña fábrica quedarán atrapados en este voraz subterfugio de un gobierno que busca por todos los medios cubrir su despilfarro. Para que el panorama sea más desolador, las empresas petroleras, golpeadas por los atentados y la insaciable extorsión de la guerrilla, empiezan a desplazarse a un México que les abre hoy sus puertas.

Hay otras profundas grietas que advertimos con alarma. La justicia –lo sabemos todos– está vuelta pedazos. Por culpa de sus atropellos, nuestras Fuerzas Militares sufren hoy una profunda desmoralización. La salud también pisa el desastre. Hospitales que no sirven, desesperados pacientes víctimas de largas y angustiosas esperas y demorados o descuidados tratamientos muestran un sistema sencillamente intolerable. Los buenos planes en educación, anunciados por la ministra Gina Parody, quedan en el aire porque no hay plata con qué realizarlos. De la paz, ni hablar. Dudas, inquietudes, exigencias inaceptables de la subversión. De verdad, ¿para dónde vamos?

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