LA TOALLA DE TIROFIJO

Ahora, tratado con las Farc.

Hace  13 años una directora del Museo Nacional de Colombia, fiel a la superficialidad e ignorancia supinas que marcaron su trayectoria de mediocre relacionista pública metida a zarina de la cultura, pidio la toalla que cargaba en su hombro un delincuente de crímenes de guerra y lesa humanidad llamado Tirofijo. A la señora le vino en gana dizque depositarla en una urna gloriosa y aséptica de cristal en ese bello remedo de panteón que tenemos en lo que fue lúgubre panóptico. Para que Tirofijo y el gran retratista Epifanio Garay, cuyo busto antecede los fríos muros del museo, compartieran lauros por sus ejecutorias memorables.

Esta idea demente e injuriosa a la gran mayoría de colombianos de bien es como si, digamos, la ministra de Cultura del presidente francés Valery Giscard d’Estaing, la gran escritora Françoise Giroud, célebre biógrafa de Marie Curie en La femme honorable, hubiera propuesto a los franceses elevar algun atuendo mugriento y revejido de uno de los criminales del régimen entreguista de Vichy, Philippe Petain o Joseph Darnant, a las cumbres del Panteón Nacional. No solo habría caído estrepitosamente sino se habría colocado incluso en aprietos ante la justicia.

Estas evocaciones históricas, tediosas para los estudiantes de secundaria libres hoy entre nosotros de conocer algo del pasado, son muy útiles para entender lo que podría resultar de las negociaciones de La Habana. Hay que decirlo sin temor: no se trataría de un tratado de paz. Muy a la última moda se ha puesto por estos días en Europa la I Guerra Mundial al cumplirse el centenario de su iniciación y el Tratado de Versalles que selló muy mal la paz global en 1919 al dejar heridas abiertas y abrir algunas otras.

A algún académico europeo, víctima él de rebote cognoscitivo recurrente, le oí decir la semana que pasó la lindeza de que tras los diálogos en La Habana el tratado de paz suscrito con las Farc no podría repetir los errores de Versalles dejando suturaciones abiertas. Así, el tratado que se firmara entre las dos partes debía ser amplio y generoso. Estropicio descomunal semejante sería imposible escuchar.
Aun suponiendo la existencia de conflicto armado interno, sujeto a las estipulaciones de las Convenciones de Ginebra de 1949 y Protocolos de 1977, las Farc carecen de estatus beligerante. No son contraparte de nadie, menos del Estado colombiano. Son un grupo subversivo que se rebeló contra la legitimidad institucional mediante la comisión de casi todos los tipos criminales que registra el derecho internacional humanitario.

El único resultado factible es la rendición incondicional, sujeta a gestos de buena voluntad del Estado, uno de los cuales es la presencia gubernamental en La Habana. Lo que se acuerde sería resultado de esta magnanimidad que postula el entendimiento entre todos los compatriotas. No es prudente saltarse, como viene haciendo el fiscal Montealegre, jurisprudencia y normatividad internacionales para decir que con trabajo social de los determinadores de crímenes todo quedará saldado y olvidado. Esta es una actitud grave e irresponsable cuando hay antecedentes internacionales contentivos de pautas en contrario. No a estas expectativas irreales.

No habrá ni puede haber tratado público así el negociador Jaramillo Caro nos insista que él y sus compañeros son plenipotenciarios. No lo son. Aquí no hay intercambio entre partes equivalentes.
Ropa inmunda y manchada de sangre infantil en urnas patrias, tratados internacionales públicos imposibles dentro de un mismo pais, plenipotenciarios de criminales de guerra, paz sin penas con un grupo criminal, son engendros que no nos van a imponer a los colombianos de bien.

Rodar estas especies pone a peligrar los titubeantes logros, si los hay, de La Habana.

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