La tragedia del síndrome de la vaca boba al negociar con el lechero enemigo

Por hipocresía llaman al negro, moreno; trato a la usura; a la putería, casa; al barbero, sastre de barbas y al mozo de mulas, gentil hombre del camino. Francisco de Quevedo

El que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de la primera. Alexander Pope (1688-1744) Poeta inglés.

Al decir que negociamos con el enemigo, debemos preguntarnos si realmente lo es para quien así lo expone con un cambio de lenguaje que justifica mediante la etiqueta o diplomacia. Si la negociación es la regulación y acuerdo de una estrategia, ya de sí difícil, ¿cómo calificaríamos a quien pretenda regular a la opinión pública frente a un tema que cada día se asemeja más al nudo gordiano? Esa locura política terminará pretendiendo dirigir nuestras vidas de la cuna hasta la tumba. Para supuestamente acelerar un proceso de paz (¿Desatar el nudo?) la agenda del negociador recomienda la negación pública de la responsabilidad personal como víctima al prohibirle nombrar a su agresor por lo que es, alentando así la rebelión contra los deberes de la ciudadanía; apoyando además el discurso disculpador del agresor al no atacar la racionalización de la violencia; justifica la mentira del terrorista en nombre de la conveniencia negociadora; justifica el robo al no investigar y denunciar las altas transacciones bancarias para camuflar los costos de una guerra insurgente financiada por el narcotráfico, la extorsión y el secuestro.

Finalmente mediante múltiples derechos camuflados bajo el manto de la negociación destruye la autoestima de todos prometiendo garantizar una paz que también habrá de ser defendida ante las batallas del engaño político de los comunistas. En el Congreso De la Calle expuso lo que piensa y hace el gobierno; pero… ¿es lo mismo que piensan y hacen las Farc?

Para probar cómo el lenguaje modela la percepción para apaciguar a la opinión pública, en una serie de experimentos realizados por Boroditsky y Paul Thibodeau, se les hizo a sujetos la prueba de leer párrafos cortos sobre el aumento de los índices de delincuencia en una ciudad ficticia y responder preguntas sobre la ciudad. Después, los investigadores evaluaron cómo la gente respondía a las preguntas teniendo en cuenta si el crimen se describía como un animal o un virus. El 71 por ciento de los participantes pidió más intervención de la ley cuando el delito se describía como la acción de una bestia. Cuando la metáfora se cambió por la de un virus, el número de personas que pedían acción se redujo al 54 por ciento. Por lo tanto, quitarle a las Farc el calificativo de terroristas disminuye la resistencia sicológica y política contra sus acciones. Al final intervendré en el experimento exponiendo este mismo panorama en lenguaje campesino.

Si el cambio de la forma de hablar afecta al pensamiento, ¿qué sucedería cuando se cambia el idioma en su totalidad, o el de una determinada actividad humana como la negociación política, o se la bombardea con determinados conceptos y palabras? La realidad colombiana en El Tiempo, Semana, El Espectador, Dinero, ha sido moldeada con los siguientes términos a lo largo de décadas: desempleo, recesión, crecimiento del PIB, revaluación, tasa de cambio, dólar, desplazados, el niño y la niña, corrupción y elecciones, conflicto, división de poderes, terrorismo, magistrados y congresistas, alcaldes, gobernadores y presidentes, creando una burbuja citadina lejana al conflicto real.

Esos son los insumos de la supuesta ‘cultura política’ sin procesar con la que se confronta a las Farc. Pero… ¿encuentra usted en esa cultura otros insumos de procesamiento como hipótesis, debate lógico, hechos, errores y falacias de pensamiento, definición de términos, definir y diferenciar la concepción fariana de un acuerdo de la concepción académica o gubernamental, (Tirofijo se ufanaba de que ellos no negociaban nada); capacidad de pensar correctamente asociada con EDUCACIÓN, investigación del pensamiento eficaz? No. ¿O preguntas como cuál es la relación entre TV como escuela de violencia y el saboteo de principios y valores democráticos? ¿Entonces cuál es el nivel crítico de nuestra opinión pública? Eso le permite a Santos pretender desatar el nudo gordiano de negociar con terroristas a nivel de estado como se desata el nudo de la corbata. En el magnífico informe de Malcolm Deas, “Sobre la paz”, se puede vislumbrar a medias la complejidad del problema (El Tiempo, 07.25.15).

Por otra parte, la realidad positiva, heroica, es invisible en los medios; la tragedia diaria del subsistir es sobrepasada con el tratamiento de ‘escándalo’ del sexo, violencia, deportes, corrupción y farándula; pero las violaciones de las Farc quedan consignadas en informes especiales que nadie conoce; durante 50 años su naturaleza enfermiza ha sido soslayada por los medios. Se le crea así la censura cultural al pueblo real que sufre que sostiene la sociedad ‘democrática’ y alimenta la carne de cañón de la guerrilla. Una sola violación ficticia levantó un retumbar de protestas en las redes y medios. Sin embargo, en las estadísticas reveladas por la unidad de Justicia y Paz hay registrados 39.546 actos sexuales violentos durante toda la guerra contra los cárteles del narcotráfico en Colombia, de los cuales sólo 1.158 casos fueron admitidos por guerrilleros desmovilizados y de esa manera los ‘idealistas’ farianos pretenden hacer una revolución social.

En la década de los 30 dos lingüistas estadounidenses, Edward Sapir y Benjamin Lee Whorf popularizaron la hipótesis de que los idiomas que hablamos pueden moldear las formas en que creemos. El experimento y nuestra historia reciente lo comprueban. Por un buen tiempo las Farc estuvieron asociadas con el secuestro y la extorsión hasta el punto que Alfonso López Michelsen consagró la estupidez de ‘industria del secuestro’; después del 2001 se les afilió con el terrorismo y muerto Pablo Escobar con el narcotráfico. Hoy Santos quiere crear el polinomio “Santos- Paz- Farc” con tres términos que no pueden simplificarse más; de los que están excluidos otros posibles monomios como opinión pública calificada, oposición, CPI, justicia, para los que se requeriría un alto manejo matemático para el que no está capacitado.

Más duchos en el manejo de las complejidades humanas, los norteamericanos pusieron de moda ‘lo políticamente correcto,’ algo loable si tenemos en cuenta que el lenguaje puede reflejar la intención de excluir, discriminar, hacer lo injusto que, al visibilizarse, quizá promueva un cambio en quien usa la palabra. Pero también es un experimento para controlar la opinión. Sin embargo, la pregunta es: ¿Cambiará la actitud del que pone la bomba el llamarlo ‘distribuidor igualitario del dolor’ o ‘criminal equivocado,’ como lo pretendía el comentarista de la BBC, en vez de terrorista?

Ciertamente que el manejo espléndido del idioma puede ocultar la expresión literal de lo políticamente incorrecto. En el 2008, cuando Hillary Clinton se refirió a Obama con “He can’t win” (Él no puede ganar.) en una referencia codificada al origen étnico de Barack Obama como un impedimento insuperable para ganar la Presidencia de Estados Unidos, eso no evitó la reacción contraria a la advertencia, y a lo mejor por eso ganó. Otro ejemplo del lenguaje doble, o hipocresía, en buen castellano, es el de la gripe porcina. Varios gobiernos y organismos por motivos políticos que van desde la protección de los productores de carne de cerdo a la sensibilidad religiosa de judíos y musulmanes insistieron en llamarlo por su nombre formal: la influenza A (H1N1). O, en vez de denominar a alguien por el color de la piel, negro, por ejemplo, se lo nombra por su remoto origen: afroamericano. ¿Acaso la intención de ocultar disimula el poder de la mano de hierro en guante de seda?

Lo anterior es sencillamente el primer paso promovido por la supuesta etiqueta para producir una indetectable confusión y dominio sutil en los ánimos y procesos de pensamiento de negociadores y opinión pública, para así manipularla, y que pretendo señalar con claridad lógica o folclorismo.

Yo describo esa estrategia como “La mentira como una verdad más grande.” Si la mentira pequeña o cotidiana que se expone en La Habana, aunque es obviamente falsa, se utiliza para apoyar o conseguir un bien mayor, (la paz) ¿cómo puede ser falsa la esperanza de esa paz imaginada? Pero de la realidad de una esperanza solo puede verificarse el esperar. Para ponerlo en términos de telenovela: Si el amor es un bien loable, ¿cómo puede ser erróneo enamorarme y cortejar a la mujer del narco? Davivienda lo dice más claro: sus ahorros (resultado de una buena decisión) pueden estar en el lugar equivocado (una mala decisión). Y la crema antiarrugas, por mucho descreste científico, no puede ocultar que las arrugas se leen en el contexto de edad y distribución en el cuerpo. Las de 20 y 50 tienen arrugas y marcas gestuales distribuidas de manera diferente y con significados distintos. Pero diferenciamos claramente la de 20 y 50.

Negociar la paz es bueno; negociarla con el enemigo es realista; pero el resultado de negociar, no puede catalogarse como bueno o realista. Se cataloga de acuerdo con lo que ES, que, en este momento se desconoce. Una regla de SEGURIDAD NACIONAL dice que ante lo desconocido que pueda brindar el azar político, lo potencialmente negativo debe minimizarse, si es compatible con la vida que uno desea dentro de un estado de derecho; y debe descartarse, si no lo es. Los negociantes de las Farc, como personas con un estatus legal determinado, tienen derechos. Pero esos derechos no pueden estar por encima de la seguridad nacional que es la garantía práctica de los derechos.

Lo anterior son los primeros pasos del embuchado conocido como la legalización ética de un criminal que se estila en el presente político con otros nombres. Hoy el ‘voltearepismo’ político se llama aval del partido y con ello se acalla cualquier llamado a la necesidad de un palmarés ideológico o ético. Lo de La Habana es una poderosa operación de avales sintácticos, semánticos, que nos van a dejar en un universo macondiano de lo políticamente correcto que ni Gabo se soñó, muy parecido a un universo vacío de significado que es la versión cotidiana del infierno.

Entonces los ciegos en la política se les llamará ‘intelectualmente discapacitados’; los asesinados por las Farc serán ‘eterna y holísticamente incapacitados’; los gordos serán ‘gente de masa’; los calvos ‘alérgicos a la peinilla’; las prostitutas subirán de estatus para llamarse ‘proveedoras de atención cariñosa’; el insulto político será una ‘violación emocional partidista’.

Santos pretende crear una ‘inofensividad’ política en una realidad esencialmente ofensiva, a partir de la creación de un cambio de actitud, mediante medios equivocados, olvidándose que, por definición, la actitud es una POSICIÓN EMOCIONAL con respecto a algo difícil de cambiar. El anti… (lo que sea) es una actitud con respecto a una persona o situación que nace de lo que deja traslucir con su conducta o estructuras; no lo que dice, hace o cómo se ve, o viste. La actitud, positiva o negativa, tiene una sinrazón intuitiva tan tenaz como el amor, el odio o la lógica. Tiene que haber un cambio contundente, demostrable, de la ESENCIA de lo otro para que la actitud cambie. Eso no lo vemos por parte de las Farc ni sus aliados. Hay signos verdaderamente preocupantes de lo que hacen y la gente no sabe interpretarlos.

Por ejemplo. ¿A qué se debe la subida del dólar? A que hay menos dólares en el sistema y negociarlos cuesta más. Eso nos afecta a todos. ¿Por qué hay menos dólares? Un factor es la bajada de precio del crudo, luego la exportación trae menos dólares y otros factores que mencionan los expertos pero que no incluyen las acciones desestabilizadoras de las Farc como los atentados a oleoductos que hacen que los inversionistas tomen nota de la situación de seguridad en el país, por lo que los planes de subasta de nuevos distritos petroleros para exploración que atraiga a algunas de las compañías petroleras más grandes del mundo, se irán al desagüe.

Además, podríamos concientizarnos hacia una discusión más realista sobre la actitud entreguista del gobierno que podría incidir en la percepción de la seguridad jurídica que requerirían los nuevos inversionistas. Si miramos solamente las estadísticas de ataques a la infraestructura petrolera estatal, veríamos más claro. En el 2001 los ataques llegaron a 261; fueron disminuyendo y al final del gobierno Uribe eran 31; con Santos volvieron a escalar. En el 2012, en plenos diálogos fueron 151, y en el 2013 llegaron a 225; es decir, retrocedimos a la situación del año 2000. Cuando Alfredo Martínez el último presidente de la ACP puso el grito en el cielo, la respuesta del gobierno fue que habría más tecnología y brigadas para la vigilancia del tubo; pura paja. Porque sin esa tecnología y con voluntad política los ataques se pudieron disminuir. Solamente con la imagen del crudo derramado la sensibilidad pública se espabiló, ignorando la VERDAD REAL DE INEFICACIA EN LA SEGURIDAD. Por eso en 15 días las Farc le probaron a Santos que podían dañarle LA IMAGEN de los planes de arrastre de la famosa locomotora. ¿Por qué, además? Porque la seguridad de los oleoductos no es la adecuada, la amenaza de secuestro de operarios es una realidad y aunque al final todos esos incidentes sean solamente un balance de pérdidas y ganancias para las compañías, no lo es así para las aspiraciones políticas del gobierno, ni para la percepción de seguridad del país, a pesar de que no nos enteremos de todo lo que ocurre. Todos esos factores influyen en la trepada del dólar.

En ese contexto Carlos A. Lozano, Director de VOZ y Marcha Patriótica le hace reclamos de más democracia al gobierno (La paz pende de un hilo, El Tiempo, 24.07.15), pero calla sobre el actuar terrorista de las Farc que pretenden ser dirigentes de la comunidad nacional. Además, nuestro supuesto líder nos pide que nos cuidemos en el hablar. En La Habana Santos les dio a las Farc la oportunidad de agarrar del pescuezo a los negociadores con sus ardides marxistas, su lógica circunstancial basada en las justificaciones de cualquier guerra sucia; han puesto a sufrir a millones de colombianos y aun así lloriquean y muerden a la pobre vaca como ternero huérfano. Ella alcanza a mugir, sufre, y con ojos pacíficos se voltea, mira al que le amarra las patas y solo alcanza a sacudirle la cola. Tiene otra opción pero no se atreve porque no sería muy educado. Esa es la tragedia de negociar con un enemigo que le gusta el ganado por lo que quiere convertir al país en su gran finca lechera de reservas campesinas para manejar a su gusto un hato de vacas bobas cuyo final es siempre el mismo. Esta imagen campesina es parte del experimento Boroditsky / Thibodeau.

Ahora agreguémosle a Pavlov. Afirmaba que nuestra conducta y forma de actuar es la suma de una serie de reflejos innatos que son los menos; y los reflejos condicionados que son los más, y que vamos aprendiendo y adquiriendo, a lo largo de la vida, en función de nuestra relación con el entorno. Santos nos quiere condicionar a tragar sapos, presentándonos un paisaje esperanzador de paz. Pero los de las Farc no son psicólogos y le dañan el experimento; porque para ellos Santos les tiene otro cuento y comparan con el que pretende vendernos. ¿Cuál de los dos es cierto?

Pavlov nos permite entender El Síndrome de Estocolmo que es un fenómeno psicológico en el que los rehenes expresan empatía, simpatía y tienen sentimientos positivos hacia sus captores, a veces hasta el punto de defenderlos e identificarse con ellos. Eso puede estar ocurriendo inconscientemente en La Habana y en la Casa Nari. Pero las Farc lo saben; de ahí el cambio de 17 representantes farianos; el no hablarle a los prisioneros secuestrados para evitar lazos de empatía ha sido política que no se discute, pues el precio es el fusilamiento. Los sentimientos de empatía se considerarían generalmente irracionales a la luz del peligro o riesgo soportado por víctimas de parte de terroristas potenciales. En ese manejo, hipotéticamente, los negociadores del gobierno confundirían la falta de abusos en la mesa, la cortesía por parte de sus enemigos, con una esencia de bondad en ellos supuestamente obligados por un protocolo de negociación. El estar en un recinto obligado por meses o años puede crear esos lazos que confunden. Pero Satanás sabe vestirse como ángel de luz.

Pero esos lazos emocionales no dejan de ser traumáticos, pues aunque no ocurren agresiones en la mesa, las Farc hostigan intermitentemente en el país por lo que para los del gobierno late la amenaza, el abuso, o la intimidación del otro, innegable mediante los actos que cometen. Sienembargo, cuando se bombardea las cosas cambian y el control sicológico fariano se desestabiliza.

Una hipótesis comúnmente utilizada para explicar el efecto del Síndrome de Estocolmo se basa en la teoría freudiana. Se sugiere que la unión, los lazos emocionales, son la respuesta del individuo, como mecanismo de defensa, al trauma de convertirse real o potencialmente en una víctima. La identificación con el agresor es una manera en la que el yo se defiende. Cuando una víctima cree que los actos de bondad del agresor (saludos, bromas, camaradería, tregua unilateral, lloriqueos cuando los aprietan, suspensión de bombardeos, etc.) responden a los mismos valores del agredido, los de las Farc o los del gobierno dejan de ser percibidos como una amenaza. Pero ambos se engañan, pues el verdadero juego no es por la preservación de la vida, sino la toma o conservación del poder.

Mi observación es la siguiente; si el lenguaje que maneja solo palabras que nos afectan de manera tan significativa ¿Qué dicen de nosotros los actos concretos y permanentes de engaño y agresión que no podemos negar y frente a los cuales se nos pide no reaccionar y que ingenuamente obedecemos? Pavlov lo llamaba condicionamiento de la conducta y puede ser de tal magnitud que el prisionero termine amando al carcelero. Hoy lo llaman Síndrome de Estocolmo. En esas estamos y no nos hemos dado cuenta. Esa es la base del dicho popular “PORQUE TE QUIERO TE APORRIO”; y, como sabemos, no pasa nada con la aporreada, pues ahí sigue. De eso se tratan las treguas unilaterales, los gestos de paz, el desescalamiento y otras patrañas.

Barack Obama nos enseña una lección que no hemos asimilado. El pacto con Irán no se basa en la confianza, sino en la verificación. Así, los negociadores del gobierno y Santos deben someterse a un chequeo para verificar si no son víctimas del Síndrome de Estocolmo, que en términos campesinos, sería caer en el síndrome de la vaca boba con el lechero abusador que la llevará al matadero cuando ya no produzca más leche.

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