LA TRAMPA

Plutarco, quien consideraba que el populismo y la dictadura adolecían de los mismos defectos, no se hubiese imaginado que la Capitanía de Venezuela y el Nuevo Reino de la Nueva Granada tuviesen hoy aspectos tan similares.

Este juego en el tiempo y por consiguiente en la historia nos hace pensar en la realidad que viven estos dos países vecinos en donde sus mandatarios en franca unión desprecian a un pueblo que lucha por liberarse de ataduras opresivas comandadas desde Cuba.

La paradoja está en que son los militares cubanos y venezolanos los que en realidad gobiernan esos regímenes mientras que en Colombia la institución militar ha sido respetuosa de la Constitución y de los gobiernos civiles.

¿Qué sucede entonces entre el gobierno y los militares?

¿Por qué ese tratamiento tan injusto contra ellos en momentos en que se negocia con su enemigo histórico?

¿Por qué el silencio de muchos?

Contestar estos interrogantes no es nada fácil ni pretendo hacerlo, lo que sí quiero es explicar un poco este último.

Desde hace mucho tiempo y con razón un gran número de militares han pensado que la mejor manera de defender sus derechos es obteniendo el voto.

Tema no exento de polémica aún dentro de las mismas filas que ha sido aprovechado en este momento político para toda clase de promesas, algo natural dentro de una democracia. Lo inusual es que sea manejado desde el propio gobierno como una condición sine qua non para que los militares ni se atrevan a opinar sobre la mesa de negociación, aún a sabiendas que su futuro está en juego y en manos de sus peores enemigos.

El momento no es el mejor para esta clase de propuestas que lo único que lograrán es volver más agresivos a los medios de comunicación en contra de su prestigio, se volverán motivo de lucha política en campaña, su imparcialidad como garantes en una democracia se verá afectada, sus ascensos por méritos podrán debilitarse convirtiéndose en cuotas políticas y por qué no decirlo, en división dentro de sus propias filas.

Ilusionados con las falsas promesas de un posconflicto que les brindará seguridad jurídica, estabilidad presupuestal, el voto militar y quién sabe qué más vanas propuestas, han asegurado su prudencia y tranquilidad. Seguramente estos temas no saldrán en los acuerdos de la mesa de negociación directamente, pero sí sus bases para luego, en la constituyente, ser incluidas como una zanahoria más en contraprestación de los cupos de la guerrilla en la política.

Queremos a nuestras Fuerzas Armadas, les debemos nuestra vida y nuestra estabilidad institucional en medio de la más cruenta lucha contra el terrorismo que ha atacado inclementemente a toda la sociedad, sin distingo alguno y hoy la guerrilla gracias a esa alianza con sectores dentro de la sociedad legal obtendrá sus fines políticos, su ambición de poder.

No dejemos que caigan en la trampa, apoyemos a nuestro Ejército con nuestro respeto, comprendiendo que actos de corrupción aislados no pueden manchar a toda una institución.

No caigan en la trampa, bastante nos ha costado en el más reciente engaño político, nada bueno nos depara si no retomamos el rumbo y vemos el contexto a esta América que giró a la izquierda y que aún después de firmada la amnistía juzga en conjunto a sus militares que alguna vez defendieron su libertad desde la Patagonia hasta el Caribe, sin distingo de verdaderos responsables o inocentes.

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