La verdad en la paz

Es algo obvia la tenaz labor  que los cuadros intelectuales de las Farc y del Partido Comunista están haciendo para modificar la verdad sobre lo que han supuesto cincuenta años de lucha armada donde se pusieron en práctica las teorías terroristas de Lenin, Stalin. O sea para “modificar” el pasado e imponer su versión acomodada de los hechos. Lo que olvidan estos intelectuales es que la misma Historia se encargó de demostrarles que estaban equivocados como sucedió con la caída del comunismo y que insistir en una violencia sin sentido – tal como lo siguieron haciendo en Colombia- condujo como lo señala Marx a caer en la criminalidad. Estas expresiones de degradación ya han sido analizadas suficientemente en su verdadera dimensión trágica, lean y relean “Vida y Destino” de Vassili Grossman para que no olviden que aquí vivimos los mismos horrores de ese proyecto totalitarista, desplazamientos, secuestros masivos, masacres, reclutamiento de niños y de que de lo que se trata hoy, por lo tanto, como condición indispensable para alcanzar la paz es reconocer este error por parte de ellos y afirmar los derechos de la sociedad ofendida a vivir sin la amenaza de ese terrorismo.

La tarea del intelectual libre es la de negarse a aceptar sumisamente las consignas del terrorismo, en no aceptar como verdad lo que los dogmáticos quieren imponer, tratando de borrar un sangriento pasado de horrores cometidos.  ¿Pero se puede imponer a la fuerza una verdad manipulada por un grupo extremista? El llamado lavado de cerebro utilizado en los distintos regímenes comunistas trató de borrar mediante la tortura el “pasado burgués” de los ciudadanos para transformarlos en miembros de la “nueva sociedad”, sin conseguirlo, claro está. ¿Se pueden borrar los recuerdos de toda una sociedad? Milán Kundera describió la existencia de una generación de jóvenes caracterizados por su falta de memoria y por lo tanto indiferentes ante los estragos de la sociedad totalitaria. Basta escuchar la parla de los jóvenes de hoy para darse cuenta de que son terreno abonado para aceptar sumisamente cualquier verdad que les impongan. ¿Qué puede importarles del pasado angustioso de sus padres? ¿De cuál fidelidad a la memoria se habla, entonces? ¿Cómo enfrentar la mentira agazapada en las palabras abstractas donde se habla de paz, o sea desde un lenguaje corrompido? ¿Cómo volver a confiar en el victimario?

Porque lo que vendrá con la Paz será el comienzo de la constatación de lo que hemos perdido durante décadas de ese experimento cruel. ¿A quiénes puede preocuparles el problema de la libertad  amenazada? Lenin utilizó con suma astucia las debilidades morales de los burgueses que jugaban a revolucionarios para aniquilarlos una vez triunfó ésta.  Lo hizo Castro de la mano de Carlos Rafael Rodríguez cuando inició los juicios sumarios contra los intelectuales “desviados ideológicamente”. Lo sigue haciendo el chavismo. Ya me imagino el porvenir de la democracia colombiana en manos de los representantes  de los Partidos Oficiales y me estremezco de angustia ante la catástrofe de una tradición política que buscó salvaguardar al país de la barbarie y que ahora éstos, con su indiferencia cómplice, pueden llegar a justificar lo peor.

Durante días me he dedicado a ver el canal de t.v. de Hollman Morris: folclorismo trasnochado saturado de consignas “revolucionarias”, los desechos de la industria de las llamadas canciones de izquierda en la década del 90, justificaciones de los ataques a las petroleras extranjeras, programas de opinión, ideología bolivariana barata. Una extensión de Tele Sur donde la información se sustituye por la consigna y la incapacidad de crear un lenguaje nuevo para abrirse al diálogo con los otros, olvida aquel sorprendente reclamo de Lenin: “La estética debe ser la ética del futuro”. Léanse “Vida y destino” para que la historia no vuelva a repetirse.

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