Las calles recuperadas

Las marchas de la semana pasada marcan la llegada a Colombia de un fenómeno mundial con el que hasta hace pocos años nadie contaba: la recuperación de la plaza pública.

Las grandes concentraciones populares se miraban como cosas del pasado, casi tan lejanas como las reuniones de los ciudadanos en el ágora de Atenas, para tomar las decisiones de su ciudad-estado en las democracias directas. Entre nosotros, las demostraciones de partidarios envueltos en banderas se veían solo en fotografías cada vez más amarillentas. Hablar de ellas era casi como mencionar la comuna de París o, si acaso, los desfiles multipropósito de los jóvenes de 1968.

De pronto empezó a notarse, en todas partes, un nuevo afán por salir a la calle a expresar apoyos y rechazos, con efectos sorprendentes. Nadie esperaba la primavera árabe, ni calculó sus consecuencias. Tampoco las expresiones masivas de los indignados en España, hasta que las urnas comprobaron que encerraban un mensaje político sorprendentemente extendido. Las manifestaciones, que se habían convertido en medio de expresión, reclamos y lucha de sectores específicos dejaron de convocar solamente a un sector de la población para aglutinar la gente alrededor de propósitos políticos generales.

Y las caudalosas marchas populares del dos de abril comprobaron que, definitivamente, las democracias salieron de los estudios de televisión, de las cabinas de radio y de las redacciones de periódicos y revistas para gritar sus sentimientos a viva voz, en la calle, y para atestiguar con la presencia física su discrepancia con la forma como se conducen los asuntos públicos. Fue la recuperación de las calles.

Se habían abandonado sin saber a qué horas, quedando en poder de los organizadores de motines y asonadas, en donde la inmensa mayoría de la población no se sentía representada. Los colombianos no se identificaron con los encapuchados que lanzaban piedras o cocteles molotov, con el pretexto de conseguir mejoras en la educación o en los salarios.

Las marchas de estos días recuperaron la calle para los ciudadanos que quieren dejar constancia de su desacuerdo con el manejo que el Gobierno le está dando a los problemas nacionales, empezando por las conversaciones de La Habana. Y para demostrarlo comienzan por recuperar el derecho de manifestarse en paz, caminando por las calles y llenando con tranquilo entusiasmo las plazas.

Es un fenómeno imposible de desconocer. No vale la pena el esfuerzo por menospreciar la importancia del mensaje, ni tienen posibilidades de éxito los intentos de minimizar el número de asistentes. Es contraproducente decirles que no estuvieron a los que estaban en la plaza. ¿Cómo negarles que concurrieron a los mismos que estaban ahí, a quienes los vieron desfilar a los que observaron las fotografías y videos que no mienten?

Esa táctica equivocada solo conseguirá que, al sentirse desconocidos, la próxima vez salgan más manifestantes pues los acompañarán otros que esta vez no acudieron, agregándole a su presencia un significado adicional de “cuenten bien”.

Decir que no fue lo que sí fue corroe la credibilidad

Mejor celebremos la recuperación pacífica de la calle para la democracia. Si el pueblo quiere ocuparla, ¡bienvenido sea!.

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