Las FARC en el escudo de Colombia

¿Qué se iba a imaginar Francisco de Paula Santander cuando decretó mediante la Ley 3 del 9 de mayo de 1834 la forma y elementos básicos del escudo de Colombia, que estaba anticipándose 182 años al futuro?

Pues sí. ¿Quién sabe qué premonición o visión tuvo el arúspice diseñador del escudo que supo con tanta anticipación que quien se posaría sobre este país y entre sus garras quedaría todo, sería un carroñero? ¿Cómo sabría que después de la sangre que ofrecieron los lanceros para liberarnos de la tiranía española, un presidente vanidoso pisotearía sus tumbas y las de sus sucesores, acomodaría la institucionalidad al gusto y conveniencia de un cartel narcoterrorista, mataría la ley al confirmarles a los ciudadanos que les va mejor siendo terroristas, violadores y narcos que cumpliendo la ley, y le entregaría a un carroñero, animal que consume cadáveres sin haber participado en la caza, una presa indefensa llamada Colombia, pues este verdugo presidencial blindaría su capitulación con un golpe de estado constitucional?

No tengo nada contra el cóndor, pero es que en plata blanca es un gallinazo, aunque sea el rey de ellos. Me apena que este animal termine representando a los terroristas convertidos en cogobernantes y actores políticos por un sector del Congreso, la Iglesia, los medios, la academia y algunos empresarios cómplices y otros bien intencionados pero peligrosamente crédulos, quienes sacrificaron la justicia por una falsa paz que es un apaciguamiento extorsivo impuesto por delincuentes que amenazan con seguir matando y secuestrando si no les borran sus delitos y los vuelven Senadores armados. Esa es la “paz” de la prostituta que permite ser ultrajada y se calla para que su proxeneta no la golpee de nuevo.

Así como al cóndor, que hasta hace poco estaba catalogado en la familia de los buitres pero ahora algunos quieren dignificarlo sugiriendo que es más bien una negruzca especie de cigüeña o garza de mal gusto alimenticio; así mismo una parte de la academia mamerta y beneficiada por el presupuesto de la Jaramillo Peace Company, está empeñada en lavarles la cara a los terroristas de las Farc, intentando convencer al mundo que no cometieron delitos y que las víctimas no son de ellos sino “del conflicto”, y por ello se merecen la impunidad, porque lo convenido en este asqueroso proceso de paz es “impunidad” en cualquier parte del mundo, menos aquí.

Quién iba a pensar hace casi dos siglos que un gobierno iba a construir un santuario en La Habana para que esta especie carroñera que había quedado en vías de extinción en el gobierno anterior, se recuperara y tomara fuerza para repoblar el territorio que le fue quitado gracias al esfuerzo de los soldados que ahora no entienden para qué ofrecieron sus vidas y sus piernas.

Si no nos oponemos firmemente, la Libertad y el Orden que aparecen en la cinta ondeante del escudo, así como las riquezas que todavía nos quedan y salen simbólicamente de las dos cornucopias, aunque tocará agregar hojas de coca al surtido de las mismas, quedarán en las manos, perdón, en las garras de un carroñero.

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