Las izquierdas y la revolución

No hace mucho, el filósofo Fernando Savater en un diálogo con Bernard-Henry Lévy, su colega, afirmaba que la nueva izquierda política se halla “anclada en esquemas del pasado que la hunden… Hemos vivido –decía- la perversión del discurso de la izquierda… El intelectual debe rehuir ser utilizado por izquierdas o por las derechas”. Lévy, por su parte, se lamentaba que la izquierda había olvidado el liberalismo y su impulso libertario. Hoy, los catecismos dogmáticos en los que fue adoctrinada la actual izquierda latinoamericana, han sido repudiados por sus propios autores (Galeano y sus “Venas abiertas”). Son el Twitter y el Facebook los que marcan el ritmo del momento. La Primavera árabe no hubiese sido posible sin las redes sociales. Si hoy quieres apoyar a un pueblo que busca su liberación, dale Internet. La Revolución francesa parió el mundo moderno. El pensamiento libertario nació de la rebelión metafísica de los filósofos del siglo XVIII. La revolución histórica vino luego, cuando la idea se convirtió en acontecimiento.

La izquierda surgió entonces; se definió como radical, liberal y deísta; sus fundamentos: libertad e igualdad. Fue la protagonista de esas jornadas de esperanza y terror de la revolución de 1789 cuando, en medio de aullidos del populacho, la cabeza del monarca francés rodó tras la guillotina. Desde entonces, la Historia sustituye a Dios en el pensamiento de los filósofos. La revolución, como hecho extremo, ha estado presente en los proyectos políticos de la izquierda marxista. La revolución que se gesta en las entrañas de un pueblo sometido encontrará justificación histórica en su búsqueda de libertad y democracia. No obstante de ello, la misma historia demuestra que las revoluciones, una vez institucionalizadas, se convierten en un poder represor y arbitrario, la dictadura perpetua de un nuevo tirano, la instauración de un dogma, la invención de un mito. Tal es la incongruencia implícita en toda aventura revolucionaria. Hay políticos que gustan ostentar su izquierdismo, condición con la que se busca poner de manifiesto que son defensores de las buenas causas. Circunstancia plausible cuando los hechos no desmienten las proclamas.

Mas, por lo que se ha visto, hay en ello mucho de hipocresía. Placentero resulta el ser parte de la burguesía, mas, en las peroratas públicas el despotricar contra ella acarrea aplausos (¡Ah, los pelucones!). Proclamamos el socialismo mientras nos enancamos en el capitalismo. Desde el poder se pretende que la masa juzgue a partir de eslóganes, ideas fragmentarias. El peor enemigo que enfrenta el poder autoritario es el ciudadano que llega a pensar con cabeza propia. Goebbels, decía: “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas. Sin fisuras ni dudas.” Eureka: he aquí la fórmula.

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