Las memorias de la mesa

Es un resabio buscar el origen de la violencia en el campo, los ricos, los Estados Unidos. O la falta de universidades.

Cada gobierno hace su proceso de paz a su manera desde Rojas Pinilla, o vaya uno a saber a dónde debe remontarse en los infinitos procesos que cierran siempre los zafarranchos cuya suma es la historia de Colombia. La paz de Belisario de palomas pintadas, la burocrática diligencia de Barco, las de Gaviria y Pastrana se distinguen y se parecen. Tienen un denominador común: la debilidad del Estado. La debilidad que hizo posible para un loco como Pablo Escobar en vez de un manicomio una cárcel con billares y osarios propios y un alcaide llamado Homero que honró su nombre fingiéndose ciego de entrambos ojos. Pero ningún proceso había producido unas memorias tan abundantes como este. Se le abona.

La memoria en circulación, alabada como expresión de tolerancia, tiene un aire de vejez inocultable sin embargo. Repite, ni siquiera de otro modo, los crónicos lugares comunes de la tenencia de la tierra, la acumulación capitalista, la legitimidad de la rebelión en un orden injusto, la intromisión de los Estados Unidos. El antiguo andamiaje mamerto se resiste a morir. Y el Estado, quién sabe por qué, concilia sobre la base de unos paradigmas construidos para los últimos años del teléfono de manivela. Los intelectuales de la corrección política en los dos bandos tienen mucha culpa en las confusiones de la vida colombiana. La Universidad Nacional está presidida por el Che Guevara: un despropósito que nadie ha sido capaz de corregir.

Es un resabio buscar el origen de la violencia en el campo, los ricos, los Estados Unidos. O la falta de universidades. Nariño, Mosquera, los comandantes de la mesa y los Castaño salieron de las universidades o los colegios de la gente bien. La memoria que acaba de publicar la mesa de La Habana, ochocientas páginas apretadas, la leerán los que la escribieron en este país de lectores perezosos. Yo, lector compulsivo, con el índice tuve. Me niego a seguir perdiendo mi tiempo en el cuento fósil de las exclusiones del Frente Nacional, la distribución de las parcelas y los crímenes del capital.

El origen de la violencia humana seguirá sin resolver mientras ignoremos por qué obramos como obramos. Es posible que sin pobres por salvar muchos cruzados de la justicia hubieran sido asaltantes de bancos. Tal vez la violencia tiene que ver con la constitución síquica de los actores del conflicto. Para usar el eufemismo. O con lo que hoy llaman memes virales. Es decir, con la intoxicación libresca.

Cuando los españoles llegaron esto estaba revuelto. Peleaban México y Tlaxcala, Tunja y Bogotá, Cuzco y Quito, aunque sobraba tierra y no había capitalismo ni gringos. Y la matazón nunca paró. Los conquistadores se masacraron entre sí por el tigre de oro; Bolívar le hizo al imperio inglés el favor de echar a sus hijos de América, y muerto Bolívar, sus oficiales continuaron la carnicería en 32 guerras mal contadas según el biógrafo de Aureliano Buendía. La garrotera de los radicales y los clericales alargó el chico en la machetera violencia liberalconservadora cuyos rezagos recogieron los comunistas que desencadenaron la pánica reacción del paramilitarismo. La fábula de Songo y Borondongo que bailaron hace años todos los comunistas de América. Menos Fidel Castro.

Un amigo mío me dijo: ojalá esta paz quede bien hecha. Para que los parásitos que se sientan a las mesas hace años desde Tlaxcala y Maguncia tengan tiempo de descansar y de mejorar sus lecturas, a ver si cambian de discurso. El mundo ha dado muchas vueltas desde las cachirulas de María Cano, y desde que Gilberto Vieira trajo de la madre Rusia su primer gorro cosaco.

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar