¿Listas cerradas o abiertas?

Estamos plenamente convencidos que lo más conveniente es que sean cerradas, tanto al Senado como a la Cámara en los departamentos. Distintas razones nos han llevado a esta conclusión.

Hace unos días Alejandro Arbeláez, director de la Corporación Centro Democrático (base logística del mismo) declaraba que el naciente movimiento tiene dos definiciones trascendentales qué tomar en los próximos dos o tres meses: selección de su candidato presidencial y escogencia de sus listas al Congreso. Quiero referirme hoy al primer punto.

Aunque aún no ha tomado vuelo en el Centro Democrático la discusión sobre el carácter cerrado o abierto de las listas al Congreso (Senado y Cámara), ya se insinúa. Hay argumentos en pro y contra que se deben sopesar para tomar una decisión acertada. Nos atrevemos a ofrecer nuestra opinión, que recoge no pocas voces de dirigentes y ciudadanos de base del uribismo, preocupados por el futuro de la colectividad.

El expresidente Uribe ha indicado con frecuencia que es necesario pensar, en estas y otras materias, con visión de largo plazo. Efectivamente. Claro que se trata de resolver un problema coyuntural: enfrentar los comicios que se avecinan. Pero más allá, el cometido es sentar las bases de una nueva organización política con proyección histórica, seria, con una estructura doctrinaria sólida y moderna y un liderazgo que le asegure permanencia, para no repetir la historia vergonzosa del partido de la U.

La conformación de las listas al Congreso será definitiva para edificar la nueva colectividad, porque allí se fraguará el liderazgo histórico de esta vertiente por un buen trecho de su vida. Y la decisión de ir con listas cerradas o abiertas será clave en esta dirección.

Estamos plenamente convencidos que lo más conveniente es que sean cerradas, tanto al Senado como a la Cámara en los departamentos. Distintas razones nos han llevado a esta conclusión.

Uno de los argumentos que hemos escuchado para prohijar la idea de listas abiertas es la de que ese mecanismo permite allegar un mayor volumen de votación, porque cada uno de los candidatos estará interesado en buscar votos y participar activamente, ya que todos tienen la posibilidad de salir; mientras que en la lista cerrada no, pues solo los primeros tendrían ese interés, mientras que los demás harían el papel de relleno.

No es tan cierto. Suponemos, como todos en el CD, que Uribe encabezará la lista de Senado. Por tal razón no tiene sentido pensar que la lista va a necesitar que otros nombres le pongan votos. ¿Quién podrá atraer más sufragios que Uribe? Por el contrario, la presencia de ciertos políticos, del estilo de los que hemos conocido en el caso de la U, antes que sumar podría restar votos. Después de los camaleónicos cambios de la mayor parte de su bancada, y de vergonzosos episodios como los de la reforma judicial, la gente quiere un Congreso diferente.

Tal vez para las listas a Cámara el argumento puede tener alguna validez, pues no las encabezaría Uribe. Pero igualmente es palpable allí, en los departamentos, la necesidad de renovar el liderazgo decadente y corrupto por uno decente y capaz. Y tampoco se trata de ganar por ganar, de manera que por sacar más votos se arriesgue el futuro del movimiento y su credibilidad ante la opinión pública. Por tanto en las regiones hay que pensar en colocar a la cabeza de las listas a dirigentes de las más altas calidades, que le indiquen al elector que la lista regional está en la misma senda de la nacional.

Es evidente que en el CD están confluyendo diversas personalidades, intelectuales, dirigentes cívicos y gremiales, grupos y equipos políticos. Lograr un equilibrio entre todos ellos para conformar las listas no es fácil. No se trata de descartar a nadie; pero hay unas prioridades que atender. En particular, reitero, hay que privilegiar la permanencia del nuevo partido en el horizonte político y la robustez y contundencia de su bagaje doctrinario. Eso solo se logra con una bancada en el parlamento de las más altas calidades intelectuales y morales.

La lista abierta comporta riesgos y contrasentidos. Por un lado, sería absurdo que los diferentes aspirantes tuvieran que enfrentarse al expresidente Uribe para solicitar votos a su favor. Y de otro lado, abrir la lista es sacar del juego a quienes no tengan maquinaria política, pues no tienen cómo amarrar y movilizar electores para hacer valer su aspiración. Fuera de los votos que obtendría Uribe, quienes podrían cosechar algunos sufragios y salir elegidos serían los políticos profesionales que podrían arrastrar algunos electores. El resto quedará tirado a la vera del camino. Ya se han escuchado voces de varios de estos últimos aspirantes afirmando que si la lista es abierta no prestarían sus nombres ni harían parte de ella.

Claro que escoger una lista cerrada no es fácil. Lo ideal es un proceso democrático interno de escogencia, que deseche el tradicional mecanismo del “bolígrafo” o la escogencia a dedo. Ese tiene que ser el futuro del Centro Democrático. Pero la realidad es que hoy no se cuenta con la mínima estructura que asegure ese proceso. Casi lo único organizado son los viejos equipos políticos que han llegado y siguen arribando, y las decisiones no pueden quedar solamente en sus manos. Hay que hacer el esfuerzo por consultar en todo el país a las diferentes vertientes que confluyen en el CD, pero la dirección nacional, con Uribe y los precandidatos como soporte, tienen que tomar la decisión. Apostándole al futuro más que al momento, a los intereses generales más que a los particulares, a la doctrina más que a la mecánica, a la renovación más que a la consagración de los viejos cacicazgos. Y con listas cerradas. Difícil pero no imposible. En eso nos jugamos la vida.

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