Lo políticamente correcto

Suelo tener diferencias con María Fernanda Cabal, pero mucha identificación ideológica, y lo ratifico a riesgo de ser matoneado -como han hecho con ella- por quienes pretenden erigirse en catones severos, para definir desde sus atalayas de formadores de opinión, qué es políticamente correcto o incorrecto, o quién debe ser aplaudido o vapuleado desde su cómoda posición en los medios.

Sobra aclarar que no es mi intención asumir su defensa como esposo, “que ella baila sola”, como dice un viejo porro de los Corraleros -A propósito, paz en la tumba del maestro Calixto Ochoa-. Quiero, más bien, acompañar una posición que comparto; la misma que acompañaron cientos de miles de colombianos en las redes sociales, como pude comprobarlo, mientras unos pocos lapidaban sus trinos y -lo que resulta paradójico-, algunos empleaban en ello una fiereza y grosería inusitadas.

El caricaturista y columnista Vladdo no encontró mejor tema para su opinión semanal, que insultar a una Representante a la Cámara y burlarse de ella -de estúpida y animal la trató, sin considerar siquiera que se tratara de una mujer-, solamente porque le parecieron políticamente incorrectas las comparaciones entre el drama francés frente a un terrorismo al que no estaban acostumbrados, y el drama colombiano frente a medio siglo de terrorismo al que terminamos acostumbrándonos.

A él, que sí tiene idea de lo que habla, lo invito a que les pregunte a los sobrevivientes y a los familiares de las 36 víctimas de El Nogal, o a los de los doce hombres que custodiaban unas urnas en Güicán cuando fueron asesinados por el ELN; a los deudos de las 119 víctimas de Bojayá, o a los de los 11 militares asesinados en Timba, o a cualquiera de los miles de víctimas de las Farc, si el terror o el dolor por la muerte de los suyos es diferente al que aflige a los de las víctimas de París y al pueblo francés. Cuando el Gobierno reanudó los bombardeos después de la masacre de Timba, la respuesta de las Farc no fue de diálogo sino de extorsión terrorista a la mesa, con el ataque aleve a la infraestructura energética, que dejó daños irreparables a la naturaleza y miles de víctimas. La diferencia es que el mundo no llora a nuestros muertos; solo nosotros.

La representante Cabal nunca se refirió a las víctimas de París, y menos para burlarse, porque pocas personas, como ella, han trabajado de cerca con víctimas de la violencia. Nadie sensato es enemigo de la paz, ni de la negociación siquiera, pero millones dudan de la voluntad de quienes usan el terror para imponer sus posiciones sobre el desarrollo rural que ellos mismos han impedido, la política contra el narcotráfico que se resisten a abandonar, y la reparación a las víctimas que ellos mismos han causado. Muchos tenemos legítimos recelos frente a la impunidad y la extrema generosidad para abrirles la puerta de la actividad política.

Por ello es inaceptable la censura, y menos cuando proviene de quien vive de la burla y la ironía, con reconocida gracia -es cierto-, pero también con total irrespeto cuando se trata de personas o temas que no se ajustan a su interpretación de lo políticamente correcto. Pero el problema no es Vladdo; lo preocupante es la ceguera frente a una opinión -esa sí pública, espontánea y masiva- que subyace dinámica y sin cortapisas en las redes, en contravía de la construida en los medios con la arrogancia de sus “formadores”, cuando no al servicio de todo tipo de intereses. Son dos Colombias opinando sin escucharse.

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