Los cojones del Diputado Morales

“Los cojones del cura de Villalpando, lo llevan cuatro bueyes y van sudando” escribió alguna vez con su pluma lúdica y sarcástica el Nobel español Camilo José Cela. Lo recuerdo al leer en Últimas Noticias que un desconocido y seguramente ágrafo y analfabeta diputado de la pandilla del capitán Diosdado Cabello llamado Morales, ocupado por instrucciones de algunos de los esbirros de los Castro de la vicepresidencia de la Comisión de Política interior de la llamada asamblea nacional, ha insistido en la tesis pergeñada por algunos de los goebbelcitos del comandante – el inefable Izarra o el esperpéntico bufón Villegas – según la cual “la oposición insiste en la idea del magnicidio”.

Hay que tener cojones como los del cura de Villalpando, que ni con cuatro bueyes podían arrastrarlos. Pues circula en la web la decisión de un alto tribunal de justicia internacional de dictar una orden de captura internacional contra los asesinos del 4 de febrero de 1992, que en su insondable vileza asesinaron a centenas de civiles y uniformados inocentes, sorprendidos a tancazos, cañonazos, bazucazos y artillería pesada una noche de hace 21 años, mientras se aprestaban a irse a sus camas o cumplían sus obligaciones de seguridad, protección y salvaguarda que les dictaba la ley.

Morales se hace el pendejo. Pues sabe que entre esos asesinos figura en primera línea el capitán Diosdado Cabello, su capo di mafia en ese otrora digno Capitolio que han rebajado él y sus compinches a antro prostibulario y que le dicta cómo cargar esos cojones de la infamia, la estupidez y la ignominia. La lista de los perseguidos será larga. Y la espada de la justicia que espera por ellos, será implacable. Pues no andaban jugando al tiro al blanco. Asaltaron La Casona, donde dormía apacible la familia presidencial, con el vil y siniestro propósito de asesinarlos para retirarse del sitio con la satisfacción de la “misión cumplida” que les ordenara los comandantes: dejar un embaldosado regado de tripas, sesos y huesos astillados del entonces presidente de la República, Carlos Andrés Pérez. Y todos los suyos. ¿O los cañones de artillería pesada disparaban balas inteligentes que sólo le darían al presidente constitucional de Venezuela que, por cierto, ya no se encontraba en el lugar?

Por mediación de un Dios justiciero, no está en esa lista quien dirigiera con mando a distancia similar monstruosidad en el Palacio de Miraflores. Quien, además de magnicida comprobado y confeso, era un cobardón traicionero y felón. Como que le entregó la soberanía de su Patria, nuestra patria, diputadito Morales, a los tiranos cubanos. No se andaban ustedes con “ideas de magnicidio”. Las llevaron a cabo en una acción ominosa que pasará a la historia de las peores infamias de la República. A la que Uds. han pretendido envilecer. Y no lo han logrado gracias a venezolanos honorables, como el diputado Richard Mardo, a quien ustedes atacaran con la clásica cobardía de los traidores.

La mentira, la infamia, la cobardía de estos diputadillos no tienen calificativo. Y nos creen imbéciles. Lo doloroso es que casi una mitad del país, emborrachado de demagogia, mendicidad y estulticia considera que ese magnicidio frustrado, que dejara un reguero de devastación, cadáveres, lágrimas y sangre, fue un acto heroico. No hay carretas ni bueyes para arrastrar cojones semejantes.

Es la hora de la vergüenza.

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