Los efectos de Bajirá

Por la mala “señalización” de un río, el Tumaradó, que buscó el cauce ordenado por la madre naturaleza, hubo un cambio presunto en los límites del corregimiento de Belén de Bajirá. Ese hecho natural da inicio, geográficamente, al conflicto Chocó-Antioquia que ha ido calentándose poco a poco, con la candela verbal entre sus habitantes y creando un “comando” élite alrededor del Gobernador Luis Pérez Gutiérrez para defender la integridad territorial del Departamento de Antioquia, pues no solo está Belén de Bajirá en la puerta del horno, sino una buena porción del municipio de Turbo, donde trabajan los plataneros en medianos predios, fruta de exportación junto con el banano de producción industrial, del área regional de Urabá.

Hay que señalizar que Urabá es tierra de reciente y acelerada colonización. Buena parte de las tierras de Belén de Bajirá, no están cobijadas por la legalidad escritural que exige la ley colombiana, puesto que son baldíos explotados por sus ocupantes desde hace muchos años, lo mismo que sucede en el resto de la región. Urabá inició su “descubrimiento” hace apenas unos 70 años. De ahí la “juventud” de municipios como Carepa o Apartadó.

La disputa por Belén de Bajirá produce efectos colaterales de distinto orden. En primer lugar saca a flote una severa distinción entre la Antioquia andina y la Antioquia de la sabana urabaense. La andina es la tradicional con su historia anclada a la colonia española, a la lucha por la independencia y la república. Es la Antioquia de esforzados empresarios y meritorios maestros, intelectuales y periodistas. En fin es la Antioquia La Grande, la colonizadora de selvas y creadora de pueblos y ciudades y con valores civiles y libertarios. La Antioquia urabaense es la Antioquia negra, mulata y de mayor mestizaje con una honda cultura costeña y caribeña. Urabá es la Antioquia nueva e integrada territorialmente, pero desconocida por la mayoría de los paisas.

En segundo lugar, otro efecto colateral es la evidencia de la intervención de los poderes centrales en los asuntos limítrofes de los municipios y departamentos, sin el respeto de las autoridades locales. Pero efecto más dañino es la destrucción parcial de la unidad y de personalidad de la nación. Echar a pique la unidad emocional y sustantiva del sentir colombianista a una región que es la más importante en habitantes y en crecimiento económico, excepto el Distrito Capital, es un acto de vileza administrativa.

Este asunto ha provocado sentimientos y actitudes secesionistas que se manifiestan en propuestas federalistas e independentistas que provienen de la antipatía que sentimos por la casta capitalina y la fronda aristocrática bogotana, que no su pueblo conformado por los naturales y emigrantes de todas la regiones. Las banderas secesionistas, por justificadas que sean las razones explicadas, no convienen a los antioqueños de cepa. Colombia necesita a Antioquia y Antioquia necesita a Colombia. Requerimos a la cabeza del Estado una persona que represente los derechos y la cultura de las regiones. Que el jefe de gobierno no sea el virrey de la oligarquía paramuna de Bogotá. Provocar fracturas en la unidad de la República de Colombia es darles razones a los enemigos de Antioquia. Luchar por mayor autonomía es diferente a convertirnos en un ente separado al que tengamos que pedirle un pasaporte para ir a Cartagena o a Villavicencio. En alto la bandera blanquiverde y más alta todavía la tricolor bandera que nos cobija a todos los que trabajamos por una Colombia democrática, integrada y libre de sombras mezquinas salidas de acuerdos fraguados en la hora de la capitulación.

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