Los que parecen pasacalles políticos

“No tengamos envidia de los que están encaramados, porque lo que nos parece altura es despeñadero”. Lucio Anneo Séneca.

Hoy lunes, luego de la jornada electoral, de la que no hablaré porque esta columna se escribió a mediados de la semana pasada y si supiera predecir el futuro no tendría que trabajar, la atención estará puesta en boletines, curules, umbrales, quemados, sorpresas, cuentas por pagar, recuentos, egos apuñalados de muerte y ahogándose en alcohol, anuncios de próximos estudios en Harvard o Stanford, falsos abrazos de condolencia, periodistas inventando felicitaciones para no perder la pauta futura y lagartos repartiendo hojas de vida tras haber abandonado a sus candidatos perdedores, que según ellos no quisieron hacerle caso a sus advertencias premonitorias.

Pero una de las cosas que nos atormentará todavía durante algunos días es la plaga de pasacalles que no sé si es impresión mía, crece de elección en elección. Seguro que por no saber de publicidad es que piense que esos pasacalles son una estupidez tan grande y un desperdicio económico que solamente beneficia a quienes los imprimen. Uno no entiende cómo pueden pensar que esos trapos sean útiles y que uno va a votar por alguien que no dice un carajo sino que se pone al lado de un número tachado, convencido que a pesar de su cara de tonto, uno va a creer que el afeitado o la peinada de salón para la foto, es inteligente, confiable, honrado, amistoso y estaba luchando por uno.

La vida de algunos se parece al destino del pasacalle del candidato perdedor. Puestos por encima de todos, convencidos que por estar allí se convertirán en el blanco de las miradas de los demás, se parecen a esos apocados y carangas que creen que la altura del cargo es la manifestación de su importancia, lo que es falso porque los cargos no reemplazan la mediocridad, solo la disfrazan. Y como de tontos nunca hay escasez, por eso es que muchos recurren a lo mismo. ¿Acaso no se dan cuenta que de tantos pasacalles, ninguno se ve?

Atados a un poste o dos, algunos creen que pegados de alguien o algo más alto que ellos, eso elevará su categoría. Pobres diablos. Esos son los típicos “usted no sabe quién soy yo” que usan sus apellidos, dinero o apariencia para discriminar a otros y sentirse por encima de todos. Rémoras inútiles que no hacen sino parasitar en los que sí hacen.

El pasacalle del candidato perdedor que nadie quiere, termina su existencia por cuenta de la lluvia y el sol, que pone al cabo del tiempo en evidencia de lo que realmente estaba hecho y que quien aparecía allí era algo desteñible y pasajero. El pasacalle del perdedor, que primero se desprende de un lado y el viento lo convierte en la deshilachada bandera del fracaso y luego se desprende del otro y termina pisoteado por todos, se parece a esos que artificialmente llegan a lugares de preminencia, pero luego se van desvencijando poco a poco y cuando se inicia su caída, nadie los reconoce y no ven la hora de botarlos a la basura.

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