Marchas y decisión democrática

Los resultados del plebiscito han llevado a algunos a incurrir en errores de juicio. Por fortuna, la movilización por nuevos acuerdos de paz promete más democracia. En ella, se decide en las urnas.

Dos semanas después de celebrado el plebiscito no han sido suficientes para que diversos sectores asuman el resultado y evolucionen a una etapa superior del debate político que inevitablemente generó la mayoría por el No a los acuerdos con las Farc.

El desconcierto ha motivado reproches y exigencia de rendición de cuentas a todos los protagonistas políticos, así como a esa mayoría electoral que votó en contra de lo que se preguntaba en el plebiscito.

Se ha cuestionado al presidente Juan Manuel Santos por el hecho de haber convocado al plebiscito, sabiendo que no estaba obligado a ello. Puede que el plebiscito, como mecanismo de participación popular para refrendar lo acordado en este proceso de negociación con las Farc fuera cuestionado en su momento. Pero el hecho de que fuera el pueblo quien tuviera la última palabra fue una decisión política acertada. Arriesgada, por supuesto, pero antes que eso, valiente por su gran valor democrático.

También se ha cuestionado, incluso por aliados del Gobierno, la “poca o mala divulgación” de los acuerdos. Por el contrario, la divulgación fue masiva, si bien la exactitud de los mensajes haya sido dudosa. Pero por cantidad y abundancia de información no parece haber lugar a juicios de responsabilidad.

Y mientras los sectores políticos intentan llegar a acuerdos razonables para ofrecer a las Farc, otro frente político-social, orientado desde sectores de opinión que promovieron el Sí en el plebiscito, ha apuntado sus “armas” dialécticas contra la gente que votó por el NO y sus líderes. Al lado de explicaciones y heridas, se han oído declaraciones que dicen que si hay muertos por acciones de las Farc, la responsabilidad será de los promotores del No. Eso es una falacia doble. Primero, porque si hay crímenes de aquí en adelante, la responsabilidad es de quien los comete. Y segundo, porque achacar responsabilidad penal a los del No, aparte de criminalizar una opción legítima de voto, parece dar vía libre a que la única vía de expresión de las Farc sea usando los fusiles.

A todo esto, del tráfago político y de la desorientación de amplias capas de la población, lo más rescatable han sido las movilizaciones en las principales ciudades del país, convocadas y animadas especialmente por los jóvenes, para manifestar que hay un anhelo de paz que no debe frustrarse.

La importancia de estas marchas en innegable, y lo será aún más en la medida en que persistan y se consoliden como una corriente de opinión que apunte a superar la ausencia de participación. Como esa que hizo que más del 63 % de personas aptas para votar en el plebiscito se abstuviera. Quizás no haya forma de saber cuántos de quienes se manifiestan ahora no votaron cuando debían hacerlo, pero eso no resta valor democrático a las marchas que hacen ahora.

La movilización popular de jóvenes, estudiantes, lanza un mensaje de futuro. No debe asumirse como una revocación del voto ya manifestado el 2 de octubre. Este ya produjo sus resultados políticos y jurídicos que hay que asumir. Las marchas mandan mensajes que los políticos y las Farc deben oír, pero la capacidad decisoria en democracia se concreta de manera unívoca en las urnas. Las “marchas blancas” para promover un nuevo Acuerdo de Paz pueden movilizar a buena parte de los apáticos para una nueva convocatoria electoral en caso de que un nuevo acuerdo deba ser sometido a refrendación popular.

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