Más huelgas, más subsidios

Una publicación económica titulaba el miércoles 23 uno de sus artículos así: “El café abre hoy con el precio más alto desde el 2012”. En artículo adyacente se leía: ”Ninguna entidad financiera podrá embargar o hacer cobros jurídicos a campesinos en mora” (el Gobierno tiene que comprarles estos créditos a la banca para que seamos los contribuyentes quienes absorbamos este subsidio). Los agricultores quieren más subsidios, restricción a las importaciones, renegociar los TLC, etc. Sí, estamos en época electoral y un Presidente que se quiere hacer reelegir y cuyo talante le inclina a tratar de estar bien con todo el mundo parece dispuesto a hacer nuevas concesiones a los protestatarios, los que ya “le midieron el aceite” el año pasado con las huelgas del sector judicial, de los trabajadores de la Universidad Nacional y del sector agropecuario, cuando todos ellos obtuvieron importantes concesiones del presupuesto nacional, es decir, del resto de los colombianos.

Se están destinando recursos que podrían ser utilizados en inversiones productivas, por ejemplo, en vías de comunicación cuyas deficiencias encarecen tanto la producción nacional (cuesta más llevar una carga de Bogotá a Buenaventura que de la China a Buenaventura), o en educación o salud. Cada vez más se profundiza el déficit fiscal, cuyas metas (2,4%) fueron superadas hace tiempo. No se puede subsidiar o proteger indefinidamente a caficultores, ganaderos, textileros, lecheros, arroceros, cacaoteros, cultivadores de palma africana, sorgo, algodón o azúcar y hasta fabricantes de zapatos y de artesanías como los sombreros “vueltiaos”, cuya importación se prohibió. El sector agropecuario colombiano debe seriamente pensar en cómo mejorar su productividad ante la dura realidad de que no es competitivo a nivel mundial.

La solución de otorgarles subsidios, cada vez más crecientes, no puede ser duradera y pareciera que estamos volviendo a mediados del siglo pasado cuando la Cepal, bajo la nociva dirección de Raúl Prebisch, defendía las barreras arancelarias y protestaba contra la inversión extranjera. La falta de competitividad se agrava con la alta cotización del peso originada en el ingreso de capitales extranjeros especulativos, atraídos por nuestras más elevadas tasas de interés en relación con las de los mercados de capitales y la gran liquidez en los países ricos, ambas circunstancias creadas por políticas keynesianas para estimular sus economías, afectadas por un alto desempleo. Esta  tasa de cambio sobrevaluada hace aún menos competitiva nuestra producción, sea agropecuaria, sea industrial. Estamos en vías de convertirnos en una economía dependiente de las actividades extractivas, especialmente carbón, petróleo y níquel, con todos los peligros que ello supone (nuestro sector textil ya está herido de muerte). Adicionalmente el consumidor colombiano tiene que pagar más caro por bienes de consumo que si los importáramos o si nuestros productores fueran más competitivos. Por último, no olvidemos que es más fácil  crear subsidios que desmontarlos.

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