Mediciones electorales

LOS PAÍSES COMUNISTAS EXHIBEN una cierta práctica de elecciones. Se ha visto al propio Fidel Castro votando, con 50 o más años en el poder, sin alternancia posible, sólo la de su hermano, copartícipe de la revolución. Y más de una generación ha vivido en su país sin saber lo que es elegir libre e impunemente.

Ahora el dictador de Venezuela, previendo un fiasco electoral en diciembre, afirma que ante el posible fracaso “gobernará con el pueblo” o, de todos modos, en una especie de “unión cívico militar”. Vaya. Padecería el vecino país una dictadura sin matices. Como la que pudo prever Carlos Andrés Pérez.

Las elecciones no pueden faltar en una democracia y nunca son perfectas. Entran en juego muchos factores, desde la mentida igualdad de oportunidades hasta el físico robo de los votos. Y estas fallas se dan en distinta proporción cada jornada. Y no se hable de justas proporciones. Pero, con sus defectos, los escrutinios son la última encuesta que se tiene a mano, y, por ley, la que decide la política.

Descartando las falsas elecciones de las dictaduras, que sólo son una justificación del régimen, las de las democracias —con tridivisión efectiva del poder público— constituyen instrumento respetable y único para legitimar el poder.

Si bien en las últimas décadas, la intención y la mente de los sufragantes vienen siendo interceptadas por los sondeos de opinión, cada vez en forma más insidiosa y cercana a los días electorales. Se trata de un juego de preguntas que anticipa resultados y hasta hace interesante el debate político, pero termina siendo un factor perturbador de la libertad de elegir.

Los dueños y reguladores de las encuestas, pese a su anonimato, son hoy los grandes electores. Tienen el poder de nominar a quienes quieren y, como se dice, de ponerlos a sonar o de ignorar a otros caprichosamente. Someten a sus interrogados a escoger entre los que ellos proponen, en las circunstancias y bajo las premisas que ellos determinan. A la hora de la verdad, nadie sabe cómo plantean el cuestionario, cómo contabilizan las respuestas, con qué tecnología las miden, lo que dan a conocer mediante una ficha técnica, que mayormente no se lee ni se entiende.

Los cuestionadores políticos manejan una fingida humildad y desdeñan su influencia. Que lo que ellos miden, suelen decir, es una fotografía instantánea, que hoy es y mañana no parece. Pero no acaban de decirlo cuando ya los medios divulgan sus mediciones y las convierten en un hecho político, con el ítem de que la población suele unirse a quien va ganando.

Pese a que los sondeos con frecuencia fallan, el suceso electoral está hoy más condicionado por las encuestas, con su anticipación de resultados, que por las propias elecciones.

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